Reposición
Un poderoso ejército de ocho mil soldados protege al megalómano emperador Qin más allá de la muerte en su inmenso mausoleo del monte Li. Arqueólogos, historiadores y restauradores tratan de desentrañar su secreto, su glorioso pasado de veintidós siglos, desde marzo de 1974 en que fue descubierto en la provincia de Shaanxi, en Xi’an, al noroeste de China, por unos labradores que procedían a excavar un pozo.
Qin Shi Huang, el vencedor de la muerte
El emperador Qin (259 a. C. -210 a. C.) derrotó a la muerte y no fue gracias a su pasado de sangre y conquista de los siete reinos chinos en el siglo III a. C., cuando se escribió la primera página de la historia del gigante asiático (entonces el Estado de Qin), sino gracias a su guardia de terracota que custodia las puertas de la eternidad y de la que hoy queda un túmulo de trescientos cincuenta metros de largo por trescientos cincuenta metros de ancho y cincuenta metros de alto, que consta de un sistema de desagüe de mil trescientos metros de largo, un ingenio de tres capas freáticas. Las excavaciones han sacado a la luz ciento ochenta fosas y cuatrocientas tumbas. Actualmente trabajan en el mausoleo más de trescientas personas.
Qin Shi Huang sepultó un valioso tesoro, además de las esculturas de guerreros, músicos, jueces y caballos, le acompañan carrozas de bronce para guiar su alma a su reunión con los inmortales, seiscientos caballos sacrificados, grullas de bronce (el ave sagrada que conduce a los muertos), exóticos animales para entretenerlo en el más allá, objetos preciosos y familiares que se enterraron con él. Se trata de un conjunto de distintos edificios destinados a administrar el complejo funerario, un templo y palacios, en total cincuenta y seis kilómetros dedicados al emperador Qin para lo cual se emplearon más de treinta años de construcción y la mano de obra de setecientos mil trabajadores, la mayoría reclutados a la fuerza. Cada fosa está compuesta por galerías subterráneas sustentadas por vigas, paredes y suelos de madera y aún se descubren nuevas fosas, por ello se sondea el suelo con rudimentarios pero eficaces métodos de prospección de hasta diez metros de profundidad, incluso a dos mil metros del túmulo. Desgraciadamente para Qin Shi Huan los rebeldes y opositores a su reinado quemaron su mausoleo, el incendio desplomó las vigas y destruyó a muchos guerreros.
Sin embargo las excavaciones no se han centrado en la tumba de Qin. Se espera a que nuevas y futuras técnicas arqueológicas eviten dañar los tesoros de incalculable valor que puedan ser encontrados: se sabe que hay ballestas defensivas ocultas, un techo de miles de piedras preciosas que representa la Vía Láctea, ríos de mercurio, reproducciones de las montañas de China, un sudario imperial de jade, entre otros objetos maravillosos.
Las antiguas crónicas históricas ya narraban la vida del primer emperador de China y la magnificencia de su tumba, que se creía que era leyenda hasta que los descubrimientos arqueológicos confirmaron su veracidad.
Siete reinos dividían China entonces, y él, Qin Shi Huan, a los trece años ya era emperador de uno de ellos, Qin. Pero en pocos años se anexionó todos: Han, Zhao, Wei, Chu, Qi y Yan. Su padre fue Zichu, un príncipe que llegó a rey de Qin con la ayuda de su rico primer ministro Luni Buwei. Y una historia de rasgos freudianos marca la infancia y juventud del joven rey, su madre fue concubina del primer ministro que se la regaló al soberano, así se dice que la ignorancia de su filiación le atormentaba: ¿era hijo de un rey o de un simple ministro? En cualquier caso fuera hijo del ministro o del rey convirtió China, mejor dicho el Estado de Qin, en un imperio bajo el que se unieron los antaño siete reinos enfrentados. Parte de su éxito como estratega militar consistió en utilizar la infantería y la caballería frente a los carros, lentos y pesados en el campo de batalla. Allá donde no compraba a sus enemigos, los mataba o mutilaba. Su crueldad fue legendaria, incluso ajusticiaba a sus oficiales que perdían la batalla. Pero consiguió unificar a todos los grupos étnicos que poblaban el territorio, y todos ellos están representados en el ejército de terracota. Se autonombró soberano a los treinta y ocho años, y eligió el agua, fría e implacable, como símbolo de su poder ya que extingue el fuego, emblema de las dinastías anteriores. En una época marcada por disturbios y guerras, y a raíz de los atentados sufridos contra su vida Qin Shi Huan desató su miedo a la muerte. Buscó a los inmortales, viajando en secreto, recorriendo China, buscando entre las montañas sagradas de su imperio pero no le rebelaron sus secretos, esa fue su única derrota y por ello inventó su propia forma de inmortalidad, su propio elixir de la inmortalidad. Cuenta la leyenda que mandó componer música para los inmortales, que ordenó quemar todos los libros y enterrar vivos a casi quinientos intelectuales, y que envió a tres mil jóvenes (chicos y chicas inocentes) en sesenta navíos en busca de la fuente de la vida eterna, estos surcaron los mares pero nunca regresaron.
Tras su muerte, con cuarenta y nueve años, la ofensiva rebelde destruyó e incendió las fosas. Las inundaciones y el paso de los años acabaron con el fantasmagórico ejército de Qin. Ahora los daños son reparados uniendo los fragmentos de los mil quinientos guerreros encontrados… todavía faltan seis mil quinientos por hallar y se calcula que la restauración durará un siglo.
Imágenes
A partir de fotografías de los guerreros de terracota en el yacimiento arqueológico de Shaanxi.
A partir del retrato del emperador Qin por un artista desconocido de la escuela coreana (siglo XIX) que se conserva en la British Library, Londres.
A partir de la pintura del maestro japonés Utagawa Kuniyoshi sobre la leyenda de la expedición de los jóvenes chinos en busca del elixir de la inmortalidad, ca. 1839-1841.
Para saber más
El documental Qin, emperador de la eternidad, de Youki Vattier y Pierre Fauque, Novi Productions Film, France 5 y Bayerischer Rundfunk para The European Broadcasting Union.
© Ana Morilla.