Yo maté a Kennedy.
— Manuel Vázquez Montalbán.
La vida es una sucesión de momentos fragmentarios, sin apenas lógica: un día estás en un sitio y al otro te encuentras muy lejos, ajeno a lo que fuiste; los cambios son repentinos, imprevistos, apenas vislumbramos el futuro y cuando crees que estás en lo más alto y eres intocable, que eres, por ejemplo, presidente de los Estados Unidos, otros piensan en asesinarte, en convertir en polvo tu buena estrella. Así lo imaginó Manuel Vázquez Montalbán en Yo maté a Kennedy (1972), un thriller hispánico mucho más complejo que el norteamericano, porque no sólo relata el presente sino que recrea un pasado falso que acaba siendo un futuro cierto, conocido, sangriento.
Conocemos por vez primera a Pepe Carvalho, personaje turbio y sibarita, escurridizo en esta novela, en la que nadie sabe quién es y todos lo temen. Los informes de la CIA sobre él son inútiles. Aparece repentinamente como un veneno mortal y después pasa largos períodos de inacción, incluso Hoover piensa que no existe, que es una invención de la masonería, el comunismo y los sodomitas.
Pepe Carvalho es el hombre de las mil caras: en La Paz, tras el atentado contra presidente boliviano, Carvalho era un hombre alto, aquilino, muy moreno, de ojos enigmáticos. En Kenia era un tragasables rubio y en Siria, unido a una intentona golpista, alguien reconoció en él a un hombre bajito, calvo, con lentes bifocales, posiblemente muy parecido a un escritor español entonces apenas conocido llamado Manuel Vázquez Montalbán. Hay quien cree que es comunista, que es agente secreto de la CIA, que es un contrarrevolucionario. Lo que parece casi seguro es que trabaja para Bacterioon, una organización secreta que nadie sabe quién financia, aunque tiene un objetivo claro: matar al presidente Kennedy.
Lo sabemos gracias al guardaespaldas del presidente, el narrador de esta historia sobre un magnicidio, que pasa sus horas ociosas junto una Jacqueline poeta y un tanto soñadora en el Palacio de las Siete Galaxias, un anexo a la Casa Blanca, bunker de los Kennedy, construido por un arquitecto que lleva hasta el delirio las formas esféricas de Óscar Niemeyer, tal vez el trasunto del cielo en la tierra cuyos habitantes también se consideran una especie de salvadores de la humanidad.
En él vemos al Kennedy más humano, lejos de los discursos berlineses y las palabras salvadoras, un hombre muy inteligente que lo ha leído casi todo, que memoriza textos enteros que saca a colación en el momento oportuno, donde mezcla a Moisés con Kant, a Hobbes con monseñor Escrivá de Balaguer, mientras escucha las acogedoras notas del violonchelo de Pau Casals, que toca para él en la habitación de al lado, y cae sobre la cristalera de su palacio una lluvia artificial ilustrada al fondo con un arco iris fabricado con luces de colores.
Un mundo onírico que concibió Vázquez Montalbán en un momento muy determinado de la historia de nuestro país: “Aquella novela refleja un mundo irreal que venía de la empanada mental que vivíamos. Allí cabía todo: poemas, textos de vanguardia, influencia del cómic y del cine… Era un mare mágnum que reflejaba la descomposición de la novela que creíamos que estábamos viviendo”. Posiblemente, esta sea la impresión que más resalta de la novela: el reflejo de un mundo fragmentario, débil, inconsistente, en el que los personajes pasan de ser hombres de acción y de ideas, de principios y de supuestos, a seres escépticos, asesinos, pasan de ser agentes de la CIA a militantes comunistas y viceversa.
Una cosa sí es cierta: el 22 de noviembre de 1963, el presidente Kennedy visitará Dallas, una ciudad rica en un estado rico, conservador, con multimillonarios que creen ver en el político un subversivo, un revolucionario que destruirá su país, Estados Unidos. Alguien tendrá que matarlo, o quizás sean necesarias dos personas, tres, lo importante es aprovechar la confusión del momento, dejar suelto algún chivo expiatorio, algún desgraciado que cargue con el crimen mientras los demás criminales son eliminados en secreto por agentes dignos de confianza de Bacterioon para no dejar ninguna huella. Y el hombre más maleado y sin escrúpulos, el más hábil es sin duda Pepe Carvalho, antes de que deje sus actividades delictivas para convertirse en investigador privado y gourmet exquisito en el Raval de Barcelona, antes de que deje su posible trabajo como guardaespaldas de John F. Kennedy. A la hora prevista, tres balas son disparadas sobre éste, una de ellas atraviesa la cabeza del presidente. Aquel día, Pepe Carvalho estaba en Dallas. Lo demás, ya es Historia.
© José Luis Alvarado.Julio2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry).