Lo más selecto de Henry James

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LO MÁS SELECTO


Henry James

Javier Marías, hablando sobre Henry James (1843-1916), sostenía que éste fue un espectador de la vida, que apenas participaba en ella, o al menos no de sus aspectos más llamativos y emocionantes. Al igual que él, sus personajes también son espectadores, no actores, y precisamente esa cualidad supone que la escritura de Henry James sea puramente realista, pero de un realismo tan limitado por el punto de vista, es decir, tan lleno de subjetividad, sobreentendidos, sugerencias e intuiciones, que tuvo que inventar una nueva forma de contar las historias para verter sus inquietudes estéticas. Acaso leer sus relatos sea la forma más satisfactoria de acceder a la genial obra del escritor norteamericano. Una buena muestra de estos relatos la podemos hallar en los que escribió entre 1900 y 1903, en plena madurez creativa, y que publicó bajo el título Lo más selecto.

Se trata de ocho cuentos y tres novelas cortas donde se encuentra concentrado lo más representativo del universo de Henry James. En especial, cabe destacar dos novelas cortas, por la intensidad de su argumento y la sabiduría en su composición.

En La casa natal nos encontramos a Morris Gedge, un ex profesor en decadencia, que es encargado de cuidar junto a su mujer de la casa natal de un escritor inmortal, que aunque no es citado en el texto, suponemos que es Shakespeare. Lo que comienza siendo una actividad placentera -mostrar la casa a los visitantes que entran en ella como en un lugar sagrado-, irá derivando en una lucha interior tras comprender que todo se trata de una impostura: la casa desborda de bustos y reliquias que posiblemente nunca pertenecieron al genio, presenta un mobiliario que sólo se asemeja al de la época, exhibe autógrafos de fieles célebres que sólo parecen refutar la autenticidad del establecimiento. Pronto se rebelará contra ello y empezará a mostrar sus dudas a los visitantes, lo que provoca que su puesto peligre ya que está arruinando el espectáculo. La ironía del relato reside en magnificar de forma ridícula la memoria de un genio mediante la exhibición de anécdotas insignificantes en detrimento de su obra, que casi nada importa a quien se acerca con devoción a su figura.

La otra cara de la moneda se muestra en el que quizás sea el mejor relato del conjunto, La bestia en la jungla. Aquí estamos ante un ejemplo de la narrativa de Henry James en estado puro: John Marcher revela a una amiga una confesión íntima; desde muy temprana edad ha tenido la sensación de que le hubiera sido decretado un destino insólito y extraño, portentoso y terrible, cuyo presentimiento tiene metido hasta la médula. Pasan los años y la amiga se convierte en su más íntima confidente, la única depositaria de un sentimiento que lo va aniquilando en busca de ese destino que nunca termina de surgir. Será entonces cuando aparezca ese personaje, tan querido por Henry James, que es el espectador de la vida, que sólo busca el descubrimiento de la verdad sobre uno mismo y las personas que le rodean, pero que es incapaz de actuar ante los acontecimientos que se presentan ante sus ojos. El relato empezará a serle angustioso al lector, que comprende impotente ante la trama a la que asiste, que ese destino tan ansiado le está sucediendo al protagonista sin que éste se dé cuenta. Sólo ella, su amiga, su confidente, será capaz de entender la dimensión de su fracaso.

Decía Borges que Henry James creó situaciones deliberadamente ambiguas y complejas, capaces de indefinidas y casi infinitas lecturas. Los relatos de este libro fueron creados para deleitarnos tanto por su intensidad dramática como por la sutileza psicológica, que acepta múltiples interpretaciones. Para ello, Henry James se sirvió de una técnica sumamente inteligente: el narrador está involucrado en la acción, pero al mismo tiempo, está separado de ella; desempeña su papel en la historia, pero no nos proporciona una interpretación completa de la escena, sino sólo detalles y claves para que el lector las interprete. Bajo la superficie del diálogo y la acción, despojado el relato de detalles superfluos, se desarrollan estados de la mente y del alma que ni siquiera alcanzan a comprender en plenitud los propios personajes.

Para el crítico Leon Edel, no hay novela o relato de Henry James, que por una u otra razón, merezca el olvido. Aparte de esta entusiasta opinión, es indudable que Henry James puede considerarse uno de los padres de la novela del siglo XX. Su estilo, basado en el punto de vista subjetivo, nos presenta la realidad tal y como la vivimos, es decir, sin tener una idea clara de conjunto de los hechos que nos rodean, sino sólo un vago juicio basado en la percepción fragmentaria de los acontecimientos. ¿Qué es lo que sabemos de nosotros mismos, qué creemos saber de lo que opinan los demás de nosotros? No es que la verdad no exista; es que es inexpresable. Al leer a Henry James se tiene la misma sensación que poseemos cuando irrumpimos en una habitación donde dos conocidos están hablando y, repentinamente se callan, cruzando sus miradas, entre un silencio inquietante: es entonces cuando adivinamos que en aire ha quedado suspendida una terrible verdad sobre nosotros.

© José Luis Alvarado. Julio 2023. Todos los derechos reservados (Cicutadry)

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Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos. Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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