Un día leí, no recuerdo donde, una frase que dejó una extraña sensación después de analizar y reflexionar sobre ella: «Cuando advertimos que realmente estamos solos es cuando necesitamos más a otros».
Indagué en mi mente intentando averiguar si en efecto su contenido me obligaba a sentir la soledad anunciada. Llegué a una conclusión: La soledad es un buen lugar para encontrarse, pero uno muy malo para quedarse, en realidad es una enfermedad.
Dado que siempre he tratado de curarla, intento sobreponerme, en cierto modo ejerciendo una huida hacia adelante, al encuentro inexorable de la muerte, donde supuestamente los extremos han de unirse en un plagio repetitivo: naces solo, vives solo, mueres solo.
Mientras tanto intento soslayar esa situación. Relaciones, actividades, nuevas amistades, ocupaciones, asistencias a eventos, y más, mucho más, todo en un afán por acaparar y vencer al tiempo tal si fuera una competición, en la que el ganador ejercerá su fuerza e influencia sobre el perdedor. Tengo trucos para sustraerme de ella, algunos interesantes y motivadores. Uno fundamental, retrotraerme al tiempo en que la soledad aún no se fijó en mí, ni se comportaba como un parásito forzando la desaparición de mi constante alegría.
Es cierto que el pasado ni puede ni debe volver a revivirse. Sin embargo es un aliciente, al menos para mí. Es un alimento, un carburante, tal vez el vehículo que me transporta y facilita la cotidianeidad de mi ser.
Por esa y no otra razón, me voy a permitir revivir unos hechos que en cierto modo fueron causantes de mi soledad. Hoy la dualidad tristeza-alegría, la conjugo en un extraño verbo: Sin ti.
Nany era una mujer inteligente, esplendorosa, su inquietud y alegría rebosaba e inundaba a cuantos la rodeaban. La amistad se tradujo en enamoramiento mutuo. Ambos supimos enseguida que debimos dar un enorme paso. Sin embargo mi cobardía apoyada en algo que muchos llaman fidelidad, fue el detonante para abortar nuestro incipiente amor. Ella por su parte, decidió aceptar una solicitud para trabajar fuera de la ciudad. Un tarde recibí su llamada para despedirnos. Cenamos y al sumirnos en la despedida, en una emisora de radio del coche, oimos una canción mientras sujetamos nuestras manos con fuerza. Durante un tiempo no volvimos a vernos. Los besos y caricias se diluyeron, tal vez se olvidaron, o fueron fruto de una pantagruélico almuerzo del desamor. El tiempo se lo llevó cual riada.
Nuestras vidas, aunque separadas, siguieron por la fuerza de la costumbre y la necesidad perentoria de construir algo no ligado a la soledad.
Pasados unos años, Carlos uno de mis mejores amigos, aceptó una invitación para cenar en mi casa. Yo acababa de casarme. Él tenía pareja y estaba a punto de pedirla matrimonio.
Aquel sábado fue uno de los más tristes de mi vida. Al abrir la puerta, Carlos y su compañera entraron en mi casa. Nos presentó a su pareja, era Nany, mi amor perdido.
La tensión y el estupor que me produjo verla después de tanto tiempo, fue tan inesperado que apenas pude comer. Estuve ausente, perdido bajo el rumor de las conversaciones. Una nebulosa envolvía a mi mujer y mi amigo. Solo ella y yo parecíamos existir. Los recuerdos de nuestros abrazos y besos renacieron como lo hace la primavera cada año. Quisimos hablarnos. No lo hicimos. Solo un instante, apenas una fracción de segundo pudimos mirarnos a los ojos en un momento en el que Carlos y Laura se levantaron para buscar y traer algo de la cocina. Mi mano avanzó para posarse sobre la de Nany, sentada frente a mí. Abrimos los labios para dejar salir unas palabras, y los oídos para escucharlas. Fueron susurros regados con dos pequeñas lágrimas. Un «te sigo queriendo como el primer día» y un «yo a ti también». Luego bajo la atenta mirada del silencio, separamos nuestras manos.
Dos meses después de aquella noche recibí una llamada telefónica en mi despacho: Escucha con atención, no me cuelgues, soy Nany y debo verte urgentemente. Al final preguntó: ¿Almorzamos juntos? Respondí afirmativamente. Después nervios, azoramiento, intranquilidad.
Fue uno de los días más felices de mi vida. Almorzamos, pudimos tomarnos las manos, besarnos, abrazarnos, recordando los casi olvidados. La tarde remitió al encuentro con la noche. Subimos al coche, debía llevarla a casa. Enciende la radio —me dijo— quiero escuchar una canción que alimente nuestro encuentro. Moví el dial hasta encontrar despuesde tanto tiempo la voz melodiosa de Harry Nilsson interpretando Without you (Sin ti). ¡Deja esa canción por favor! ¿Recuerdas? —repitió Nany— A nuestros oídos llegaban las oraciones:
No, no puedo olvidar esta noche.
O tu cara cuando te ibas
Pero supongo que así es como va la historia
Siempre sonríes pero en tus ojos se nota tu tristeza
Sí, se nota
No, no puedo olvidar el mañana.
Cuando pienso en todas mis penas
Cuando te tuve allí pero luego te dejé ir
Y ahora es justo que te haga saber
Lo que deberías saber
No puedo vivir, si vivir es sin ti
No puedo vivir, no puedo dar más
Bueno, no puedo olvidar esta tarde.
O tu cara cuando te ibas
Pero supongo que así es como va la historia
Siempre sonríes pero en tus ojos se nota tu tristeza
Sí, se nota
No puedo vivir, si vivir es sin ti
No puedo vivir, no puedo dar más
(Vivir es sin ti)
Nany no llegó a casarse con Carlos, yo me divorcié de Laura. Al año nos volvimos a encontrar y vivimos el amor perdido. Seguro que nos lo merecíamos.
Hoy no me siento solo cuando recuerdo aquellos momentos vividos. Y cuando la soledad viene a mi encuentro, busco y escucho Without you de Harry Nilsson para volver estar acompañado por Nany.
Conmemorando hoy festividad de San Valentín.
© Anxo do Rego. Junio 2023. Todos los derechos reservados.
Muy bonito Ángel, enhorabuena
He podido vivir la historia mientras la leía, de eso se trata… Muchas gracias Anxo
LA PLUS BELLE CHOSE DE LA VIE
L’AMOUR
INO TRILLO
Alegría, tristeza, nostalgia y bellos recuerdos, es lo que me ha regalado tu relato. Gracias.