Gustavo no conciliaba el sueño. Estaba alterado. Su gran perro Pillo descansaba en un cómodo sillón del salón con mullidos almohadones. Encendió la luz varias veces. Su ansiedad y nerviosismo se acentuaba. De repente escuchó a Pillo aullando y dando golpes con sus peludas patas blancas a su puerta cerrada.
—¡Pillo a dormir! —exclamó Gustavo incorporándose de la cama. Comprobó la hora de su viejo móvil que descansaba a su lado en la mesita de noche. Ya solo lo utilizaba como despertador. Las cuatro de la madrugada. Aún quedaban unas horas más de sueño hasta que amaneciera. Se le estaba haciendo eterna la noche. Escuchó el sonido de las patas de su perro Pillo alejándose. Quién le mandaría contemplar ese maldito dibujo. Ya no se lo quitaba de la cabeza. Despertó en él un miedo sordo a dormir, a soñar, pero intentó calmarse cerrando los ojos, pensando en momentos agradables hasta quedar sumido en un sueño profundo.
Gustavo se veía en su habitación. Se veía observando por su ventana en la noche. Advirtió que la farola de la calle empezó a parpadear. Y un sonido estridente y agudo lo envolvió.
Una voz que le resultó familiar en una enterrada pesadilla, pronunció su nombre a sus espaldas.. «Gus. Te echaba de menos»
Encima de su cama observó un sombrero negro de copa alta con la banda tan roja como la sangre. Yacía colocada boca arriba. Se le cortó de golpe la respiración. Le invadió ese miedo que experimentó de niño cuando tuvo aquella pesadilla perturbadora. Se preguntó si estaría soñando otra vez. No le dio tiempo a volverse. El filo frío e irregular de las grandes tijeras, apresaron su ancho cuello hundiéndose hasta la carne. ¡El dolor era desgarrador!
-¡Aaaaaaaaaaaaaggggg! ¡Nooooo..nooooooo!—fue lo último que pudo verbalizar desangrándose. Entendió que estaba dentro de esa pesadilla mortal y que era su fin. La segunda vez que se cerraron las tijeras en su cuello llegaron a las vértebras y el hueso hioides. La tercera vez consiguieron las tijeras cerrarse totalmente en su cuello decapitándolo y emitiendo un sonido desagradable. La cabeza de Gustavo rodó por el suelo de su habitación. El cerebro del joven seguía vivo, soñando.
Las manos enharinadas, blancas y manchadas de sangre la recogieron del suelo. Piel de Harina sentía sed. Abrió totalmente su boca absorbiendo lo que derramaba aquella cabeza que aún se mantenía viva. Cuando se hubo saciado, la introdujo dentro de su chistera que se ensanchó como las fauces de una anaconda.
Luego se esfumó como desaparecen las pesadillas.
© Verónica Vázquez