REPOSICIÓN.-
Gabrielle d’Estrées nunca quiso ser la amante de Enrique IV de Francia, sin embargo estuvo más cerca de casarse con un rey de lo que pudo estarlo cualquier favorita. Le dio tres hijos y él la colmó de propiedades y beneficios, pero a los veintiséis años murió sola y víctima de atroces sufrimientos.
El padre de Gabrielle era el gobernador de Picardía y ella creció lejos de la corte, en el castillo de Coeuvres. En 1590, cuando tenía diecisiete años, iba a casarse con Roger de Saint-Lary, conde de Bellegarde. Gabrielle estaba enamorada y feliz hasta que el rey, informado de su belleza por el propio Bellegarde (que era amigo del soberano), sintió el súbito deseo de hacerla suya, para ello abusó de su autoridad y ordenó al novio retirarse y dejarle el campo libre.
Gabrielle d’Estrées se negó a entregarse al rey. Enrique IV para vencer su resistencia sobornó a la familia y ella se vio forzada por sus parientes a claudicar. Ya había un precedente en los Babou de La Bourdaisière, la familia materna de Gabrielle, su abuela había sido amante del rey Francisco I.
Favorita a la fuerza
En 1591 Gabrielle, a pesar del rechazo que le provocaba el físico de Enrique IV (era carismático y valiente pero feo y veinte años mayor que ella), consiente en ser su favorita. En 1592 el rey dio a Gabrielle un marido dispuesto a renunciar a sus derechos conyugales a cambio de sacar provecho económico: Nicolas d’Amerval de Liancourt, barón de Benais. Aunque Gabrielle d’Estrées se casó con él, su objetivo era más alto, pretendía que el rey la desposara. Y lo más extraño del asunto es que Enrique IV hizo creer a Gabrielle que se casaría con ella.
En 1594 Gabrielle dio a luz a su primer hijo y el rey se dejó llevar por las alegrías de la paternidad: para reconocer a su hijo tuvo que desembarazarse del marido. Tras un proceso farsa Liancourt fue obligado a declararse impotente. Al pequeño le siguieron dos hijos más. Los fastos de los bautizos de los vástagos de Gabrielle d’Estrées y el rey como si fueran príncipes causaron la indignación popular. El despilfarro en tiempos de guerra y carestía y al borde de la bancarrota le granjearon a Gabrielle el rencor de las multitudes. Desde el púlpito era acusada de llevar al Enrique IV a la perdición y todos la creían una bruja que había hechizado al rey.
El rey Enrique IV sabía que el matrimonio con Gabrielle d’Estrées era un imposible, y no porque estuviera casado con Margarita de Valois, la hija de Enrique II y Catalina de Médicis, pues llevaban separados más de diez años y ella estaba dispuesta a firmar la anulación (cuyas negociaciones se prolongaban desde 1594). Si Enrique no podía casarse con Gabrielle y convertirla en reina de Francia era porque había sido públicamente su concubina y le había dado tres hijos ilegítimos, y el primero de ellos adulterino ya que entonces estaba casada con otro hombre.
Pero el rey estaba acostumbrado a mantener negociaciones políticas y secretas de signo contrario, vivía en un juego de azar continuo, lo mismo luchaba por el bando hugonote como su cabeza visible, que se convertía al catolicismo para ganar el trono de Francia. No era extraño que en 1598 tuviera siempre a Gabrielle a su lado, besándola públicamente, dándole tratamiento regio, mientras negociaba a la vez con una candidata más plausible: María de Médicis, que unía a la bendición del papa Clemente VIII una excelente dote: la anulación de las inmensas deudas de Enrique IV con las bancas florentinas.
Gabrielle d’Estrées se había convertido en un estorbo: “Sin la duquesa (Gabrielle) el matrimonio de vuestra sobrina (Catalina) se acordaría en cuatro meses”, escribía el canónigo encargado de las negociaciones matrimoniales al gran duque Fernando. Los embajadores italianos temían que Enrique IV utilizara a María de Médicis solo para conseguir la anulación de su matrimonio con Margarita de Navarra y poder casarse con Gabrielle d’Estrées.
El 23 de febrero de 1599 el rey se quitó del dedo un anillo (el que había recibido en Chartres el día de su consagración) y lo puso en el dedo de Gabrielle, acompañado del compromiso de casarse con ella el primer domingo después de Pascua. La favorita manifestó: “solo Dios o la muerte del rey pueden detener mi fortuna”. No se le había ocurrido una tercera posibilidad, su propia muerte.
Al llegar la Pascua todo estaba preparado para la boda de Gabrielle d’Estrées y Enrique IV, el vestido de novia color carmesí (reservado a las reinas) y las colgaduras de seda rojas para su nuevo dormitorio en el Louvre. Ella estaba en el noveno mes de embarazo.
El confesor real sugirió a Enrique que guardase las apariencias y se separase unos días de su favorita. El rey siguió el consejo y envió a Gabrielle a París, aunque ella le rogó quedarse junto a él en Fontainebleau. La despedida, a decir de los testigos fue dramática, como si supieran que nunca volverían a verse.
Gabrielle murió cuatro días después, presa de atroces sufrimientos, abandonada de todos y pidiendo ver a Enrique. Tenía veintiséis años y ninguna favorita había estado tan cerca de casarse con un rey.
Los hechos sucedieron así: el martes 6 de abril de 1599, a las cuatro de la tarde, desembarcó Gabrielle d’Estrées en el Arsenal, escoltada por Fouquet La Varenne. Después de visitar a su hermana, la mariscala de Balagny, se dirigió a la residencia de Sébastien Zamet, un financiero toscano íntimo amigo suyo y de Enrique IV, donde cenó, pero una cidra que le habían servido le dejó un sabor amargo. Este es el origen de la sospecha de envenenamiento de Gabrielle.
El miércoles por la tarde sufrió un fuerte dolor de cabeza y se desmayó víctima de convulsiones. El jueves los médicos provocaron el parto, que resultó terrible. El niño había muerto, y a decir de todos la comadrona (que era una experta que la había asistido en sus tres partos anteriores) estuvo “torpe”. La enferma suplicó que avisaran al rey para que se reuniera con ella.
Gabriel volvió a sufrir convulsiones, esta vez de tal grado que el rostro se le deformó. Perdió la palabra, la vista y el oído. Una multitud de curiosos invadió el palacete donde se alojaba la desdichada favorita sin que nadie se lo impidiera. La deformidad del rostro por las convulsiones vienen a confirmar a los presentes que es una endemoniada.
Gabrielle d’Estrées falleció el sábado 10 de abril a las cinco de la mañana. Murió públicamente, como una reina, ironías del destino.
Pero Gabrielle no había muerto, todavía estaba viva, murió veinticuatro horas después. ¿Por qué le dieron una noticia falsa al rey?
Según unos historiadores la causa de la muerte de la desdichada favorita fue la eclampsia, una infección del embarazo que coincide con los síntomas que sufrió Gabrielle. Según otros fue un envenenamiento ordenado por el tío de Catalina de Médicis, el gran duque Fernando (que al parecer habría eliminado por el mismo método a su hermano el gran duque Francisco y a su esposa Bianca Capello). Según otros el ordenante del homicidio de Gabrielle fue el Papa.
Después de la muerte de Gabrielle el rey Enrique IV dijo: “Mi dolor no tiene igual, como tampoco lo tenía la persona que es causa de él; la aflicción y el pesar me acompañarán hasta la tumba”, “la raíz de mi amor ha muerto y no dará más brotes”. Pero sí que los dio, apenas dos meses después la aflición y el pesar le abandonan, perdió la cabeza por Henriette de Balzac d’Entragues, a la que puso por escrito la promesa de matrimonio.
La muerte de Gabrielle d’Estrées fue recibida entre la nobleza como el fin de la pesadilla que aquejaba al rey, la providencia había liberado al monarca francés de un matrimonio contrario a la moral. El papa dio la anulación al matrimonio con la reina Margot y los ministros de su majestad cerraron los acuerdos matrimoniales con María de Médicis.
El 5 de octubre de 1600 se casó por poderes con María y el honor de representarlo fue concedido a Roger de Bellegarde, el mismo que diez años antes había sido obligado por el rey a renunciar al matrimonio con Gabrielle d’Estrées, cuya historia supera a la de cualquier amante real.
Para saber más
Benedetta Craveri, Amantes y reinas: el poder de las mujeres, Madrid, Siruela, 2006.
Imágenes
A partir del óleo de William Powell Frith, Gabrielle d’Estrées, 1869, colección privada.
A partir del óleo de autor anónimo de la escuela de Fontainebleau Gabrielle d’Estrées en el baño, ca. S. XVII, Museo Condé de Chantilly. Aparecen en el cuadro César y Alejandro de Vendome, hijos de Gabrielle y Enrique IV. Según parece está inspirando en La dama del baño, uno similar de Diana de Poitiers.
A partir del óleo de autor anónimo de la escuela de Fontainebleau, Gabrielle d’Estrées y su hermana la duquesa de Villars, siglo XVI, Museo del Louvre, París. Gabrielle sostiene un anillo ¿de prometida? y su hermana indica que ¿está embarazada?
A partir del óleo de Fraçois André Vincent (1746-1816), Enrique IV dejando a Gabrielle d’Estrées, Museo del castillo de Fontainebleau.
© Ana Morilla. Junio 2023. Todos los derechos reservados.