La verdad incómoda: falsificaciones en los museos

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Entre la resignación y la ética: reflexiones sobre la autenticidad en el patrimonio artístico y el futuro de nuestras colecciones culturales.

Hace unos años el Instituto de Patrimonio Cultural de España me invitó a un seminario en el que durante tres días se debatió sobre el asunto de las falsificaciones de arte que habían en los museos.

Una realidad que hace años exponemos y explicamos en Pecados del Arte, pero en fin, como el que oye llover…

Lo curioso de las jornadas del IPCE fue la resignación con la que se enfrentaban a este asunto hasta el punto de transformarla en una absurda aceptación y mansedumbre académica: Aceptar que nuestros museos estaban llenos de falsificaciones porque era así como se coleccionaba.

Esta claro que un museo tiene la obligación de investigar y preservar y por ende, ser científico y honesto. Es decir, si se coleccionaba así antes: ¿Porqué seguimos con esas piezas si sabemos que son falsas?. ¿En que convertimos entonces nuestros museos en tiempos de modernidad? ¿Mantenemos la misma filosofía?

Uno de los museos que se analizaron en las Jornadas de entonces fue el Museo de América. No recuerdo bien la barbaridad del porcentaje de piezas falsas que los científicos del IPCE aseguraban que se exponían pero la cifra era una salvajada. Hoy recordando esa afirmación, pienso si lo mejor sería que Urtasun no tocase demasiado el museo, no sea que además de expoliadores imperialistas, también se nos acuse de falsificadores.

Alguno ya sabe, que no me callo ni debajo del agua, y por entonces menos, lo que me ha costado que los del IPCE me inviten a pocos encuentros. Además, sé de buena tinta que al señor ministro no le placen mis editoriales y me quiere aplicar el rodillo y como por subvenciones no puede ser, pues a san joderse.

Recuerdo que al finalizar las jornadas pregunté algo así como: ¿No le parece una putada que el visitante pague una entrada para ver falsos? Aunque la que menos gustó fue: ¿Para cuando un Museo Nacional de la falsificación?

Desde luego la realidad y la historia son así. Las grandes colecciones se han hecho con más voracidad que sapiencia. Algunas más que otras. Esto suele suceder con los Museos Enciclopedistas sajones: El Louvre, el British, el Metropolitan, pero los museos nacionales españoles no son de esta ralea.

Tal vez el Museo de America si lo fue. Creado en 1941 es muy posible que se pusiera en marcha con prisas y con una evidente intención política propagandística del régimen de Franco en aquello de la gloria pasada de España , el Imperio Hacia Dios y esas cosas que no recuerdo porque no me obligaron a estudiarlas y olvidando que ya bastante gloria atesorábamos sin meternos en berenjenales.

Porque nos metimos en ello con ganas. Las colecciones del Museo de América procedían en su mayoría de donaciones privadas, menos el famoso Tesoro Quimbaya que procede de Patrimonio Nacional por ser un regalo a María Cristina y la pintura, que procede del Prado.

Los coleccionistas de entonces no son como los de ahora, se lo aseguro. Compraban sin mirar y sin conocer y tú vete a un chamarilero y le dices que buscas una huaca peruana, y te pregunta si sabes como son y respondes que ni puta idea, pero que quieres una igualmente porque tu vecino tiene una.

Las colecciones museísticas de entonces no eran científicas, es decir, no se sometían al rigor de investigación presente. Entonces prevalecían los conceptos de autoria y procedencia.

El experto académico de turno decía que era un Greco y otro decía que la obra venía de la casa del Marqués de Leguineche, sin saber que tal vez al marqués le habrían colado un morzongo cuando no dos, ya que el marqués sólo entendía de caza, correr detrás de las mozas y coleccionar bello púbico, pero de pintura no.

Yo sigo pensando que hoy por hoy los museos deberían retirar los falsos identificados. No pasa nada. Sería más interesante tener estas falsificaciones académicas en un gran museo especializado para ellas. Poder estudiarlas, conocer las técnicas que se empleaban, saber cual fue su recorrido, etc. Desde luego eso es mucho más divertido e instructivo para las nuevas generaciones, incluso puede provocar que quieran conocer después las obras auténticas.

Hoy podemos reconocer de donde salieron esas piezas falsas, algunas magnificas y eternas gracias a la vanidad institucional por colocarlas en los catálogos de las colecciones museísticas. Por eso recomiendo que recurran a los catálogos en papel, los digitales son modificables.

Reírnos de nosotros mismos es mucho más sano de lo que creemos y por eso estrenamos en Pecados del Arte una serie de artículos para el lector como usted: Falsos Egregios. Una selección de falsificaciones expuestas en los museos más importantes del mundo. Eso si con nombres y apellidos.

© Jorge Llopis (Pecados del Arte)

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