La tierra marca el carácter de las personas. Nadie puede ser extranjero de sí mismo y su lugar de origen le persigue allá donde vaya. La escritora norteamericana Willa Cather (1873-1947) vivió durante sus primeros años de vida la dura experiencia de la emigración a un territorio tan hostil como era Nebraska en el siglo XIX, y lo convirtió en materia de sus novelas. Mi Ántonia (1918) es una profunda exploración de la relación del ser humano con su entorno. Los personajes de Willa Cather no piensan que el pasado sea un tiempo perdido, sino un entorno perdido, un mundo desaparecido de personas, animales y cosas, pero sobre todo del entorno natural. Los personajes de Mi Ántonia se encuentran arraigados con fuerza a su territorio, que nunca los abandona. Ésta es la mirada universal que Willa Cather consiguió extraer de su experiencia y que volcó en sus novelas: la mirada que nos enseña que somos parte del lugar y de las personas que conocimos.
Willa Cather tiene un extraordinario talento para recrear vívidamente personajes y ambientes. En esta ocasión, nos cuenta la historia de Jim Burden, un niño que a la edad de diez años, tras perder en poco tiempo a su padre y a su madre, deberá emprender un largo viaje desde Virginia hasta Black Hawk, un perdido pueblo de Nebraska, con el fin de ser cuidado por sus abuelos. En el camino tiene la sensación de que deja atrás el mundo, que traspasa sus límites y se encuentra fuera de la jurisdicción de los hombres. Ante sus ojos, no hay más que tierra por todas partes: aquello no es un país, sino la tierra de la que están hechos los países.
La familia Shimerda no era mendiga en su país; el padre se ganaba bien la vida y era una familia respetada. Había abandonado Bohemia con unos ahorros, en busca de la tierra de promisión, los Estados Unidos, pero han perdido mucho dinero en el cambio de moneda en Nueva York. Después de comprar la tierra, y caballos, bueyes y viejas herramientas agrícolas, le ha sobrado bien poco. La nostalgia de su país nunca los abandonará.
Ántonia, será la única de la familia que aprenda el idioma durante los primeros años de estancia, ayudada por Jim. Demostrará su infinita capacidad para atraer a la gente, para demostrar su bondad y su tesón. La vida no la aprende en la escuela, sino labrando la tierra, relacionándose como puede con sus vecinos. La historia de amistad entre Jim y Ántonia atravesará todo el relato, desde su infancia hasta la madurez. Es una preciosa relación de amistad que no dejará indiferente al lector. A pesar de las nefastas circunstancias que Ántonia habrá de atravesar, hay una alegría y un vitalismo en este personaje que lo hace excepcional.
Los dos niños crecerán; Jim continuará sus estudios en la universidad mientras Ántonia pasa a ejercer de criada en el pueblo. La distancia y las distintas ocupaciones no los podrán separar. Vemos pasar los años pero no los sentimientos. El último capítulo es antológico: Jim va a visitar a Ántonia, los dos maduros, cada uno con su vida escrita en el rostro, cada uno dueño de su propio destino obtenido por caminos diferentes, y aunque parece que nada tienen en común, disfrutamos con su encuentro, los vemos más unidos que nunca y descubrimos hasta qué punto es pequeño el círculo de la experiencia de un hombre. Les aseguro que no les he desvelado nada: sólo por este último capítulo, delicado y enternecedor, merece leer esta extraordinaria novela.
Mi Ántonia es una gran obra sobre la memoria y la voluntad de vivir, un relato que convierte los silencios y la ambigüedad en un instrumento para involucrar al lector en la escritura del texto que está leyendo, que le fuerza a rellenar los espacios en blanco según su propio criterio. Willa Cather no escribe desde la nostalgia, sino desde la conciencia, y por eso esta historia acerca de la pérdida posee serenidad, fuerza y un hondo dramatismo que lo llena de vida. Sus descripciones magnifican el poder de sugestión de la historia: la ropa, los humildes utensilios, los austeros interiores de las precarias casas perdidas en la inmensidad de la llanura son siempre parte importante de las personas. No parecen existir tanto en la cabeza de la autora como en la penumbra emocional de los personajes.
Esta novela me ha recordado los mejores momentos de las películas de John Ford. Con su poética y su carácter, dibuja la historia de una comunidad, los Estados Unidos, fundada por desarraigados, unidos exclusivamente a la vida por la tierra que tienen bajo sus pies, por las escasas relaciones humanas que son su único sustento sentimental. Mi Ántonia es una novela emocionante, conmovedora y bellísima.
© José Luis Alvarado. Todos los derechos reservados. (Cicuatadry)