Afirmar que la rutina, la cotidianidad, la normalidad casi tediosa de unas vidas pueden tener algún interés es algo que sin duda nos podrá sonar paradójico. La maestría de Alice Munro consiste precisamente en eso: en hacernos sentir que una vida cualquiera puede ser transformada, por mediación de la literatura, en una pequeña obra de arte. En Las lunas de Júpiter, como en otros libros suyos, Alice Munro disecciona en cada uno de sus cuentos a personas normales y corrientes, fundamentalmente mujeres, cuyas vidas no tienen nada de extraordinario ni trascendente. De hecho, si existe un hilo conductor claro en los once relatos que componen el libro es precisamente ése: lo rutinario en un conjunto de mujeres que desfilan por las narraciones como si pasaran de puntillas, mujeres de las que apenas conocemos un fragmento, una mínima parte de sus vidas a las que nos es dado asomarnos como si estuviéramos mirando a través de una mirilla, como quien observa distraídamente una familia a través de una ventana. El lector que espere que en estas narraciones sucedan acontecimientos extraordinarios, imprevistos, o finales con un giro sorprendente, probablemente se decepcionará. Pero incluso en esos casos, bastará con que el lector tenga un ápice de sensibilidad literaria para distinguir las pequeñas perlas con que nos deleita Alice Munro en sus páginas.
No en vano, a esta escritora canadiense se la suele comparar con Chejov por lo referente a ese estilo sosegado, descriptivo, lleno de detalles y pormenores aparentemente intrascendentes, pero carente de acción. Por eso mismo, cualquier lector que decida sumergirse en este conjunto de relatos deberá hacer acopio de paciencia, si decide leerlo: el estilo de Alice Munro exige una actitud, una predisposición especial, pues sus textos no se centran en lo meramente narrativo sino más bien en lo descriptivo, en las pinceladas sutiles que son los que nos permiten comprender el mundo de sus personajes y en los que a menudo podemos vernos reflejados. Se trata de mundos estáticos, pequeños, cerrados, como cuadros de interiores pero con situaciones familiares, fácilmente reconocibles. Alice Munro no precisa de grandes efectos dramáticos; toda la tensión narrativa se describe no a través de acontecimientos especiales: la muerte de alguien por ejemplo, sino a través de los sentimientos de los personajes, sus estados de ánimo, sus reacciones, sus fracasos, el resentimiento, la nostalgia o la decepción que los vence, pero ni siquiera dichos sentimientos son descritos o analizados de forma rigurosa, sino que la autora los deja entrever, los intuimos, nos acercamos a ellos de igual modo que los personajes lo hacen en todo el libro: con absoluto sigilo.
Algunos de los relatos son verdaderamente magistrales, aunque casi siempre dejan un regusto a tristeza: «Alga marina roja», «La temporada del pavo», «Accidente», «El autobús de Bardon» o «Prue», nos muestran de una forma engañosamente sencilla distintos tipos de relaciones amorosas, llenas de complejidad, marcadas por la mentira, la decepción o la falta de compromiso; «La señora Cross y la señora Kidd», «Historias desafortunadas», «Visitas» o «Las lunas de Júpiter» se centran más bien en las relaciones familiares, siempre con multitud de detalles aparentemente banales, matices que nos ayudan a colocar una pieza más en el rompecabezas de las vidas retratadas por a escritora. El mejor relato de todos, para mi gusto, es el que da título al libro y en el que se narra la historia de una mujer que va al hospital a visitar a su padre enfermo.
Alice Munro nos habla a menudo del amor tal y como lo sienten las mujeres, un amor con el que ellas querrían aspirar a ser felices pero que en algunos casos tiene un marcado carácter destructivo, en el sentido, sobre todo, de que las mujeres, como sugiere el título, pasan por ser simples satélites, personajes secundarios, cuyo centro parece ser siempre un hombre. Ese hombre, entiéndase, no tiene por qué ser necesariamente un novio, un amante o un marido. En el relato titulado “El autobús de Bardon”, por ejemplo, el amor se mira desde la perspectiva de una mujer anclada en una sociedad patriarcal, un amor que el resentimiento acaba convirtiendo, a ojos de la protagonista, en un acto de egoísmo. La misma protagonista, al reflexionar sobre la felicidad, asume que ésta sólo puede conseguirse a través de la resignación y de la renuncia, una aceptación sintomática de una sociedad en la que el hombre desea mantener una posición predominante, relegando a la mujer a un papel secundario, sumiso.
Pese a ello, creo que el lector no tiene en ningún momento la sensación de que las mujeres de los cuentos de Munro sean débiles. Antes al contrario, la autora las retrata como mujeres luchadoras, que se esfuerzan por escapar del sufrimiento, que tratan de recomponer sus vidas o que, al menos, tratan de sobreponerse a una realidad que las aplasta abrumadoramente.
© Jaime Molina. Febrero 2024. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)