Isabel II, la reina de “los tristes destinos”, fue una mujer impulsiva, sensual, ardiente, casi “incendiaria”. Campechana para “fornicar y comer” (a decir de las gentes de entonces) al igual que su padre, y arrogante como su madre. Castiza de pies a cabeza, obesa y con una enfermedad de la piel que le llenaba el cuerpo de escamas. Comedora y amante compulsiva, sufrió una docena de partos aunque la mayoría de sus hijos nacieron muertos o murieron en la infancia.
No es la cigüeña la que trae los niños al mundo
Su aya, la condesa de Espoz y Mina, y su camarera mayor, la marquesa de Santa Cruz, llevaron con estoicismo su interés, ya en la infancia, en que “no es una cigüeña la que trae los niños al mundo, sino unas ‘cosas’ que hacen los hombres con las mujeres”. A edad muy temprana se pensó en el candidato al matrimonio con Isabel, se barajaron varios, un príncipe de las Dos Sicilias, dos hijos del rey de Francia, un príncipe de Coburgo, un infante portugués, e incluso el hijo del desterrado Carlos María, vencido en la guerra civil. Al final, en un triste juego de intrigas, el elegido fue el duque de Cádiz, Francisco de Asís de Borbón y Borbón, primo hermano de la reina por partida doble, definido entonces como “un joven amorfo y afeminado que ha tenido varios mancebos como favoritos”.
La madre de la reina, María Cristina, se opuso al enlace por “su manera de andar y de moverse, sus caderas, su vocecita… ¡Y no se le conoce ninguna novia, ninguna aventura con mujeres”. Pero María Cristina nada pudo hacer ante las intrigas del pretendiente que consiguió para la ocasión un préstamo de ocho millones de francos y el apoyo de Francia. El rey del país vecino calculó que cuando Francisco de Asís, cuya sexualidad conocía (y sin duda sabía de su hipospadias, una malformación congénita que afecta a la emisión de orina y de fluidos seminales), fuera incapaz de consumar el matrimonio, o si lo hacía no pudiera tener descendencia y por tanto no hubiera herederos al trono, la siguiente en la línea sucesoria sería la hermana de la reina, la infanta Luisa Fernanda que iba a ser desposada con uno de los príncipes franceses.
Mi primo «Paquita»
Isabel II lloró, protestó y anunció que antes de casarse con su primo “Paquita”, como lo llamaban en la familia, renunciaría a la Corona o se pegaría un tiro, pero no le quedó más remedio que aceptar la boda, origen de todas sus desgracias, aunque le declaró a su madre la noche antes: “He cedido como reina pero no como mujer. Yo no he buscado a ese hombre para que sea mi marido, por lo tanto no lo quiero”. Sabido es que años después la reina confesó al embajador León y Castillo: “¿qué podía yo decirle a un hombre que la noche de bodas lucía más encajes que yo?”.
Lo cierto es que Francisco de Asís no era un ningún petimetre, sino un ambicioso, intrigante y calculador aristócrata que ambicionaba el trono por sí mismo, no como consorte, quería ser rey por derecho propio al igual que en tiempos de Isabel y Fernando. Aunque nunca depuso en su empeño, incluso años después pretendió apartar a Isabel y asumir la regencia de su hijo Alfonso, pero jamás lo consiguió.
La reina más «temperamental» de España
Para unos el primer amante de la soberana fue el general Serrano, el General Bonito. Otros arguyen que fue el ministro Salamanca que presumió de ser “el primero en complacer a la reina más ‘temperamental’ de España”. Desde entonces no le faltaron súbditos fieles ni bailes que compensaran sus insatisfacciones conyugales, pues no se acostaba antes de las cinco de la mañana ni se levantaba antes de las tres del mediodía.
Se cuenta que la relación de la reina con el General Bonito comenzó cuando este le «notificó» en una fiesta que el rey consorte se “entendía” con un joven sacristán de la iglesia de los Jerónimos. Ella solo respondió: “Lo sabía, general”. Francisco de Asís, ofendido con los devaneos de la soberana, la abandonó y se instaló en el palacio de El Pardo, mientras ella solicitó del Vaticano la anulación del matrimonio. Pero las cancillerías europeas se opusieron y al papa, Pio IX, no le convenía, pues tenía que firmar el Concordato y acreditar al nuncio en España y no podía hacerlo con una reina con el matrimonio anulado. A Isabel II no le quedó más remedio que “reconciliarse” con su primo y enviar lejos al General Bonito: Serrano fue destinado como capitán general en Granada. Eliminado el favorito, el ministro de la Gobernación, Benavides, fue en busca del marido “ofendido”, pero este se negó a volver y manifestó: “¡Serrano!, ¿sabes tú lo que es el general ese? Un Godoy fracasado. El otro, al menos, para obtener los favores de mi abuela, había sabido hacerse amar de Carlos IV”. Incluso el nuncio del Vaticano, monseñor Brunelli, tuvo que visitar a “Paquita” y pedirle que volviera al “lecho conyugal”: “Si vuestra majestad accede a la reconciliación con la reina, vuestra legítima esposa, nadie os faltará al respeto. Ni siquiera el favorito de turno”.
Mientras tanto Isabel II continúo su vida de bailes, verbenas, teatro y restaurantes. Los amantes no cesaron: el compositor Emilio Arrieta, el marqués de Bedmar, el ministro Carlos Marfori, el secretario de su majestad Miguel Tenorio Castilla y el cantante Mirall… Sus doncellas y algunas damas cortesanas actuaron de celestinas. No se puede acusar a esta soberana de hacer nada que sus antepasados (y en general los miembros de las élites sociales) no hubieran hecho antes, pero, en cualquier caso, permaneció alejada de los asuntos de Estado. Su consorte no se quedaba atrás, entre sus «amigos» se cuenta al diputado Antonio Ramos Meneses, al que años más tarde Alfonso XII otorgó el título de duque de Baños con grandeza de España.
Las canciones populares madrileñas lo proclamaban: “Isabelona, tan frescachona, y don Paquito, tan mariquito”. O aludían a la malformación que padecía el consorte: “Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora”.
Entre 1849 y 1866 Isabel II dio a luz a doce hijos que murieron apenas nacidos o en la infancia, tan solo le sobrevivieron la infanta Isabel, llamada por el pueblo la Chata, Alfonso, el futuro rey, y las infantas Pilar, Paz y Eulalia. La paternidad de Alfonso se atribuyó en la época a tres candidatos: Serrano, José María Ruiz de Arana, alias el Pollo Arana, y el oficial de ingenieros Enrique Puigmoltó Mayans. Cuestión esta que todavía no se ha aclarado, y eso que hoy poseemos medios infalibles y científicos.
Pero en septiembre de 1868 triunfó la Gloriosa revolución y la familia real hubo de marchar al exilio en Francia. Isabel tenía entonces treinta y ocho años. La acompañó el más fiel de sus leales, Carlos Marfori, que nunca la abandonaría. Don Paquito aprovechó para separarse, ya no tenía sentido continuar la pantomima. El resto de la historia es bien sabido, en 1870, Isabel II abdicó (más bien fue obligada a abdicar) en favor de su hijo Alfonso XII, que contaba a la sazón trece años.
Para saber más
José Antonio Vidal Sales, Crónica íntima de las reinas de España, Planeta, 2004.
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