El rey Enrique IV de Francia carecía de escrúpulos en cuestión de mujeres pero quiso el destino que a los cincuenta y seis años conociera a una jovencita de quince “de una belleza milagrosa”, capaz de provocar un amor «imposible de contener en los límites de la decencia». Una aventura galante en la que el monarca aparecía disfrazado de campesino como en la Astrea, la novela pastoril de moda entonces.
Fue en enero de 1609 durante uno de los ensayos del ballet las Nymphes de Diane. Al pasar por una sala del Louvre, Enrique IV se tropezó con un grupo de adolescentes disfrazadas de ninfas que al verlo se dieron a la fuga. Una de ellas, «maravillosamente blanca», Charlotte, le lanzó una flecha de cartón dorado de atrezo. Fulminado por aquella visión se desmayó, y eso que ya había tenido numerosas amantes y dos favoritas, Gabrielle d’Estrées y Henriette d’Entragues, a las que había hecho falsas promesas de matrimonio.
Charlotte pertenecía a uno de los linajes más poderosos de Francia y estaba prometida al mariscal de Bassompierre. Eso nunca había sido obstáculo para su majestad. Para poder convertirse en amante de Charlotte, Enrique IV tenía que obligar al prometido a renunciar a la boda para evitarle el papel de «cornudo», ya que era íntimo amigo suyo. Exactamente igual había sucedido antes con el prometido de la infeliz Gabrielle d’Estrées. Para ello Enrique IV decidió casar a Charlotte con su sobrino Enrique de Borbón, príncipe de Condé, un joven de veintiún años que al parecer no sentía interés por las mujeres precisamente, y cuyo futuro dependía de la benevolencia del rey ya que su padre había muerto cuando era niño. La anterior amante real, Henriette d’Entragues, dijo que su majestad había querido este matrimonio “para rebajar el corazón del príncipe y levantarle la cabeza”.
La aventura galante real se estaba convirtiendo en la Astrea, la exitosa novela pastoril de Honoré d’Urfe. El rey mantenía correspondencia secreta y preciosista con Charlotte de Montmorency mientras la seguía durante su fuga disfrazado de campesino o de guardabosques. Enamorado como un jovencito, Enrique IV esperaba a que su amada apareciera tras la ventana. Charlotte, sin embargo, exclamaba: «¡Jesús, que loco está!».
Condé arrastró a Charlotte en su huida. Se refugió en Bruselas donde solicitó asilo al rey de España. Mientras, Enrique IV amenazaba con invadir los Países Bajos, y no contento con el conflicto diplomático que estaba provocando el soberano de los franceses se quejaba a su amigo ¡Bassompierre! (el frustrado novio de Charlotte de Montmorency) de “lo infeliz que era su vida lejos de ella”. Lógicamente el mariscal Bassompierre no podía menos que decir que el amor del rey, su amigo, era “imposible de contener en los límites de la decencia”.
El affaire acabó cuando Enrique IV fue asesinado y la reina María de Médicis asumió la regencia. Charlotte de Montmorency pudo regresar por fin a París.
El resto de su vida no fue feliz, sino azaroso a su pesar. Fue madre de tres hijos, y siempre estuvo al margen de la participación en las intrigas políticas de su familia. Su marido y sus hijos fueron encarcelados y su hermano fue ejecutado por Luis XIII.
Para saber más
Benedetta Craveri, Amantes y reinas: el poder de las mujeres, Madrid, Siruela, 2006
Imágenes
A partir del óleo de William Adolphe Bouguereau, Margarite, 1868, Museo de Arte de Ponce, Puerto Rico.
A partir del óleo de Jean Marie Ribou, Charlotte de Montmorency, ca. 1775-1776, Museo Condé, Chantilly.
© Ana Morilla. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados.
Me encantan tu recopilación con giro de mirada directa a la historia de tantas mujeres olvidadas.
Feliz año, Ana.
Abrazos Ivonne
Muchísimas gracias, querida Ivonne. Igualmente, feliz año nuevo a ti también y a todos los tuyos.