Mi vida no son recuerdos de un patio de Sevilla, son los de un reloj de pulsera Lugano de los años 70 con carcasa cromada, movimiento de cuerda manual, esfera guiloche, manecillas negras y números romanos. Mi mano entre una mano gigante, fuerte y huesuda en cuya muñeca lucía esa joya. Mis padres me dejaron, por aquel entonces no sabía muy bien que ocurrió. Discusiones, gritos, más discusiones…tenía cinco años y me subí con ese viejo gruñón que era mi abuelo a un avión por primera vez. Recuerdo que casi me hice pipí encima de la impresión. En mi estómago aleteaban mariposas, como esas que te dan cuando amas por primera vez a alguien. Entonces supe que mi primer amor había llegado: viajar. Mis recuerdos de Lugano son imborrables. Lugano tenía un aroma especial a café, del bueno; a naturaleza y sobre todo a dinero. Nunca vi tanta elegancia y cortesía. Al llegar a la casa donde sería mi hogar un año me llamó la atención la pausa con la que te hablaban, la forma tranquila de moverse. Parecían la composición de un ballet ruso. El puente Ceresio, el túnel de San Gotardo, la Piazza della Reforma (donde asistí años después a un festival de jazz en verano), el Ayuntamiento de estilo neoclásico, las viejas casas de pescadores, la estatua de Guillermo Tell…pero sigo oliendo ese café y escuchando el tic tac del reloj Lugano en la muñeca de mi abuelo. ¿Qué te gustaría para Reyes? Yo siempre respondía que un bote de colonia que oliera a Lugano para tenerlo siempre conmigo y el reloj. “Lo primero imposible; lo segundo te lo quedas cuando yo me muera”. Y volví a Lugano cuarenta años más tarde para embotellar el olor a café porque el reloj llevaba dando la hora en mi muñeca varios años. Fue decepcionante, Lugano no olía a café del bueno, olía a dinero, a teléfonos de última generación y se habían apoderado de sus calles gente que iba deprisa hablando por teléfono. Subí a mi habitación del hotel, miré la ciudad a través de la ventana y vi que Guillermo Tell seguía allí, viendo pasar el tiempo. Lloré, y pensé que dejamos pasar las cosas pensando que siempre estaremos a tiempo y luego desaparecen para siempre. Nos queda el recuerdo. Cerré los ojos y volví a ese momento en que bajé del avión por primera vez y allí estaba el aroma a Lugano 1979.
(A mis abuelos y a mi padre y a todos aquellos cuyos relojes suizos pararon hace tiempo, pero siguen marcando la hora en mi muñeca o en la tuya)
© Kika Sureda. Noviembre 2023. Todos los derechos registrados