Según Borges, la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) procedía al revés: cuando escribía literatura fantástica, estaba haciendo metafísica. Gabriel Syme, policía londinense en El hombre que fue Jueves (1908) es poeta y filósofo, un hombre sincero que dice más de lo que piensa, a fuerza de pensar realmente lo que dice. Syme no es un detective que pretenda pasar por poeta; es un poeta que se ha hecho detective. Defiende el sentido de la responsabilidad con exageración y violencia, y elogia apasionadamente la corrección y la sencillez: Para él, no hay nada más poético que un metro subterráneo: después de una estación, no puede más que llegar a la siguiente estación señalizada. Es la batalla que el hombre ha ganado contra el caos. Pero en sus paseos por Londres ha conocido a otro poeta bien diferente: para él, el anarquismo es un arte, y el anarquista es un artista que lanza una bomba porque todo lo sacrifica a un supremo instante: el de la negación de todo gobierno, el del final de toda convención.
Chesterton inventó un monstruo romántico y extraordinario: el anarquista metafísico, el hombre al que no le basta aniquilar algunos déspotas y algún que otro reglamento de la Policía. Quiere abolir las distinciones arbitrarias entre el vicio y la virtud, el honor y el deshonor en que se fundan los simples rebeldes. El anarquista metafísico en realidad quiere abolir a Dios. Por un desafío, Syme entra a formar parte del Consejo Central Anarquista, una liga de siete hombres extraordinarios, cada uno de los cuales recibe el nombre de un día de la semana. El jefe es el Domingo, un hombre desmesurado y paradójico, de físico temible, un hombre cuyo rostro no se puede abarcar en un sólo golpe de vista, un hombre demasiado parecido al propio Chesterton.
En el Consejo se ha producido una vacante; Gabriel Syme, el policía filósofo, pasará a ser Jueves. Su única idea será aniquilar las fuerzas del Mal que encierran los viles propósitos del Consejo y, sobre todo, acabar con el gran conspirador, con Domingo. El hombre que fue Jueves, además de una novela policíaca, es una novela de tesis, un relato onírico, una fantasía metafísica. Esos siete hombres tienen en su mano acabar con el mundo; por una paradoja típica de Chesterton, la mejor manera que tienen de ocultarse es no ocultándose de nada. Para los tranquilos transeúntes de un Londres fantasmagórico, son siete hombres que charlan tranquilamente en la terraza de un café: uno viejo, otro nervioso, otro miope; charlan sobre cosas normales: sobre la familia, sobre los gobiernos, sobre cómo acabar con la familia y los gobiernos. Traman sus próximas acciones, pero Syme no teme por el presidente o por el rey; teme por sí mismo, por ser descubierto.
Cuando termina la reunión, empieza el rompecabezas: Syme es perseguido por un viejo cojitranco a través de un laberinto de calles. Syme coge apuradamente el autobús casi en marcha, pero cuando mira dentro de éste, allí se encuentra el viejo, Viernes. Más tarde coge un coche y se esconde en un café; unas mesas más allá Viernes está tomando un vaso de leche. Cuando Syme quiere encontrar una explicación, descubre que nada de lo que le suceda a partir de entonces será lo que parece. Habrá impostores disfrazados de impostores, temibles hombres con gafas sin cuyas gafas son ingenuos empleadillos, marqueses que se baten en duelo y que reciben heridas en el cuerpo sin echar una sola gota de sangre.
Ni siquiera cinco policías más podrán ayudar a Syme a conjurar la conspiración: un hombre cualquiera que pasa por la calle puede ser un anarquista, cientos de anarquistas enmascarados pueden perseguirte por las afueras de Londres, formados como un pelotón de infantería. Ésta es la historia que nos quiere contar Chesterton: las fuerzas del Mal están por todos lados, el mundo entero se convierte en sospechoso. Los policías se imponen la tarea de combatir algo de lo que ellos mismos forman parte, caen en el juego impuesto por Domingo, una especie de dios que nadie sabe precisamente a qué juega, pero al que todos siguen sin saber sus verdaderas intenciones.
Con una imaginación desbordante y una destreza narrativa prodigiosa, Chesterton nos lleva de la mano por una trama carnavalesca que no busca la verdad ni la verosimilitud, sino el asombro. La literatura de Chesterton es como él: monstruosamente delicada, gravemente lúcida y divertidamente seria. Esta obra no es una novela policíaca como las demás, incluso puede ocurrir que ni siquiera sea una novela policíaca: no hay pistas, no se basa en la trama, sino en una tensión que transpiran los personajes, algo espiritual e ideológico, un conflicto ideológico que es tan eficaz como la mejor trama. El hombre que fue Jueves es un libro admirable, ingenioso y divertido, una invención no por fantasiosa menos realista y una excelente invitación a la alegría de leer.
© José Luis Alvarado. Noviembre 2023. Todos los derechos reservados (Cicutadry)