LA MADRE

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Sólo un escritor de la talla de Máximo Gorki (1868-1936) podía aunar en la misma novela el estruendo de una revolución social, el relato de una conspiración y la humilde historia familiar de una madre que apoya a su hijo en sus más azarosos momentos. Materiales tan diversos pueden encontrarse en La madre (1907), una novela que dejará perplejo al lector de hoy, poco acostumbrado a asistir a discursos claramente ideológicos en las páginas de un libro de ficción, que tal vez puedan repeler a primera vista, pero que leídos con atención y sobre todo, con el placer de adentrarse en una historia sensible y a la vez dura y corrosiva, puede depararle momentos muy gratos de lectura.

La trama se puede leer desde el principio como la apasionante crónica de una conspiración. Pável Vlásov es el hijo de un cerrajero analfabeto y brutal que se encuentra encerrado desde su niñez en el mundo sórdido de un arrabal levantado alrededor de una fábrica, en la agitada Rusia de 1905. La muerte de su padre le supone una liberación pero también le hace sospechar que detrás de la violencia y la infelicidad de los obreros se yergue la sombra infausta de la condena al trabajo, de los días engullidos por la aplastante servidumbre a la vida de la fábrica.

Pável comienza a leer libros prohibidos, impresos despacio y en secreto, perseguidos por las autoridades porque dicen la verdad sobre la vida de los trabajadores. Decide estudiar y, después, enseñar a otros, hacerles entender por qué la vida resulta tan dura. Todos los sábados, a Pável le visitan sus compañeros. En la estrecha habitación empieza a nacer un sentimiento de parentesco espiritual: todos los trabajadores son amigos suyos, y todos los ricos y dirigentes, enemigos. La pequeña casa comienza a atraer la atención de la gente; sobre ella se agitan nerviosamente las alas del rumor. Si se asoma por la ventana, Pável puede ver a torvos individuos que acechan a las personas que van entrando por las puertas, espías cuyas informaciones pueden llevarles a la cárcel.

La conspiración se ha puesto en marcha. Las proclamas y la ideología de los agitadores le serán familiares al lector actual: estamos en los albores de la Revolución rusa, conocemos sobradamente la historia, su inicio y su final; no está de más saber que Gorki fue amigo de Lenin, que lo apoyó desde los primeros momentos, que se consideraba un socialista convencido y que no dudaba en verter sus pensamientos en sus novelas, vehículos de la ideología entonces naciente.

La novela podría leerse como un libro histórico, o como un relato marcadamente doctrinario, pero Gorki pronto saca del error al lector incidiendo de forma persistente en el personaje de la madre de Pável, Pelaguéia Nilovna. El autor parece querer decirnos que los acontecimientos históricos, incluso una gran revolución, no son posibles si no bajamos la mirada a ras de suelo, si no nos enfrentamos a ellos desde los ojos de una sola persona, porque los grandes hechos están formados por pequeñas gestas.

La mirada de la madre, será por tanto, el hilo conductor de la novela, el punto de vista que ennoblece cualquier historia, por importante que sea. ¿Qué actitud tomará una madre que ve que su hijo entra a formar parte de un grupo de conspiradores y que será tarde o temprano apresado por las autoridades y enviado a la cárcel? Al principio, sentirá el presentimiento de algo inexplicable que le oprime el corazón, una inquietud angustiosa. Escucha las conversaciones que tiene su hijo con sus compañeros y no entiende nada. Ella es una pobre analfabeta, oprimida por la humillación y las palizas de su marido, que no ha disfrutado de la vida, que no recuerda alegrías en su pasado. Le cuesta reconciliarse con las nuevas ideas, le resulta duro emprender ese nuevo camino de peligros que tendrá que recorrer junto a su hijo. Comprende con el tiempo que es posible amar una vida así, y se apresta como puede a tomar conciencia de su utilidad en la construcción de ese nuevo futuro. Cuando pronto encarcelen a su hijo, su vida empezará a fluir de un modo extrañamente tranquilo, convencida de que él, su lucha y sus pensamientos, están por encima de cualquier idea egoísta de sufrimiento. «¡No habría existido Cristo si la gente no hubiera muerto por él!», clama la mujer, con un íntimo estremecimiento de esperanza.

No es posible sustraerse al encanto de esa madre consternada pero luchadora, de una bondad y una entrega conmovedoras. La figura de la madre se ve ensalzada en esta novela como pocas veces se ha descrito en la literatura. Es como una secreta conspiración de la naturaleza que atraviesa la historia sobre cualquier ideología: la de las madres que defienden a sus hijos por encima de todo, sin importarles los peligros que tengan que correr. La madre contiene un aliento de verdad humana que se sobrepone al argumento ideológico que impregna la novela. Se trata de una lectura implacable de los sentimientos más profundos que alberga la humanidad destinada a lectores sensibles que sepan apreciar de qué pasta está hecha la vida.

© José Luis Alvarado. Octubre 2023. Todos los derechos reservados (Cicutadry)

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Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos. Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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