El destino del barón Von Leisenbohg

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EL DESTINO DEL BARÓN VON LEISENBOHG

— Arthur Schnitzler


Cualquier acercamiento a la obra de Arthur Schnitzler (1862-1931) debe hacerse desde la perspectiva que nos presenta su época y su propia biografía. Una buena parte de su producción literaria se hizo bajo el dominio del decadente Imperio Austro-Húngaro, cuyos usos y costumbres marcaron a infinidad de creadores, que encontraron en la búsqueda de una identidad propia un filón para sus obras. También conviene recordar que Schnitzler fue médico de profesión, y que fue asistente del psiquiatra Theodor Meynert, uno de los maestros de Freud.

Precisamente Freud, al que Schnitzler, contrariamente a lo que se piensa, conoció sólo de manera superficial, en una carta de 1922 dirigida a nuestro autor, escribió toda una poética de su obra: «Su determinismo así como su escepticismo —que la gente llama pesimismo—, su penetración en las verdades del inconsciente, en la naturaleza de las pulsiones del hombre, su demolición de las certezas convencionales de la civilización, la adhesión de sus pensamientos a la polaridad entre amor y muerte, todo me sorprendió con una inquietante familiaridad». Estas breves y acertadas palabras del padre del psicoanálisis nos pueden servir de excelente punto de partida para comprender un magnífico libro de cuentos como es El destino del barón Von Leisenbohg (1903).

Podemos hablar de la obsesión como guía que nos indique el tortuoso camino que presentan estos relatos. La sabia utilización del monólogo interior (en aquella época, toda una novedad) sirve de vehículo para que personajes de todo tipo expresen libremente sus dudas, ilusiones, angustias y arrepentimientos. Como ocurre en el caso del hombre que visita regularmente la tumba de su esposa recién muerta y que odia en su interior a todos los demás deudos que visitan el cementerio porque él cree que su dolor no puede ser superado ni compartido. Una circunstancia, sin embargo, se interpone en sus atormentados pensamientos: un día descubre que un hombre desconocido se arrodilla delante de la tumba de su mujer. Ese hombre vuelve a menudo, pero el viudo teme acercarse a él. ¿Quién puede ser? A partir de ese momento se precipita la ansiosa incertidumbre y el relato se convierte en una cascada de preguntas que cae brutal sobre su mente, condenado por toda la eternidad porque la tumba no responde…

Las pasiones también tienen extensa cabida en este libro. Una de las más naturales puede ser la pasión que una madre siente por su hijo. Pero en este caso, más que de amor, se trata de una expiación, porque esa madre, cuando tuvo su hijo de un padre que inmediatamente los abandonó, quiso asfixiar a la criatura, desesperada, aunque el niño sobrevivió. En un ejercicio de invocación al subconsciente, esa madre, que cuenta su historia en el lecho de muerte a un médico, piensa que, acaso, los recuerdos borrosos de las primeras horas de nuestra existencia pueden marcarnos para toda la vida. Ese hijo, cuando fue creciendo, rehuyó el cariño excesivo de la madre hasta convertirse en odio, y el final de ellos parecerá marcado por aquel suceso. El cuento fue escrito en 1889.

Las mujeres adquieren un especial relieve en los relatos de Schnitzler. En una época en la que el honor era moneda corriente, las protagonistas de estas historias suelen ser mujeres que ocultan o han ocultado una vida de adulterio a sus maridos. Pero no olvida el autor que, detrás de un adulterio femenino, es muy probable que haya otro masculino, como ocurre en El viudo, donde el hombre del título, mientras espera la llegada de su mejor amigo, va descubriendo las cartas que su mujer recibió a lo largo de su vida, con la consiguiente sorpresa que es fácil de imaginar. Lo que ya no es tan evidente es el desenlace del cuento, que hace una imprevisible finta a la historia narrada.

Otra mujer adúltera será la protagonista de Los muertos callan, una mujer que da un paseo por los alrededores de Viena junto a su amante en un coche de caballos. En un momento dado, se produce un accidente en el coche, que vuelca y provoca la aparente muerte del amante. ¿Qué puede hacer ahora la mujer para tratar de auxiliar a su amado sin que se revele su secreto? Gran parte del cuento trata de responder a esta pregunta, a esa asfixia que siente la adúltera ante el dilema de dejar a su amante a la intemperie, sin saber siquiera si está muerto, o buscar ayuda con la esperanza de que pueda ser salvado. Si en el cuento anterior el final era sorprendente, en este cuento se llega a niveles de antología.

Los relatos de Schnitzler están plagados de preguntas, porque los personajes, asombrados ante circunstancia inesperadas, no logran alcanzar la suficiente entereza o serenidad para resolver sus problemas. No ocurre así, sin embargo, con uno de los mejores cuentos de la selección, El ciego Gerónimo y su hermano. Estos dos personajes son pobres mendigos que malviven de las canciones que el ciego canta a la puerta de las posadas, bajo el frío estremecedor del invierno. Como no podría ser de otra manera, hay una historia terrible detrás de esa pareja, y es que el hermano fue el causante de la ceguera de Gerónimo. Por supuesto que fue sin querer, pero los personajes de Schnitzler suelen llevar la culpa pegada a los talones. Un hecho desencadenará el drama: en un momento en el que el ciego se encuentra solo, un hombre le susurra al oído que no se deje engañar por su compañero, porque él acaba de echar una moneda de veinte francos en la bolsa.

Ésta será la espoleta que desencadene la tragedia: el ciego empezará a desconfiar del hermano, y éste, aun sabiéndose inocente, acepta esa culpa que parece perseguirlo desde siempre. Son magníficos los diálogos entre los hermanos, porque exponen de manera cruel todas las posibles miserias humanas.

Por último, no podía faltar en esta antología de lo que es capaz una mente atormentada, el amor loco. Hombres de aparente cordura sienten pasiones desenfrenadas por mujeres que los ignoran, que van pasando de amante en amante o que los abandonan a las dos semanas de estar casados. Un lector edulcorado podría esperar de estas historias un desgarro en el corazón de las víctimas, pero Schnitzler no pierde la oportunidad para reivindicar que el amor también es obra de la inteligencia, que es cosa mental, y somete a sus pobres personajes a una cruda renuncia de la propia voluntad.

Quizás para el lector actual, estos cuentos puedan desprender un cierto tufillo rancio, pasado de moda, pero no hay que olvidar que en el momento en que fueron escritos se enfrentaron a unos temas que eran novedosos, casi inéditos. Los cuentos de Schnitzler forman una perfecta maquinaria de relojería que, aunque enseña en ocasiones su mecanismo interior, no por ello pierden vigencia ni, por supuesto, valor. Una parte de la obra de Schnitzler, entre la que se encuentran estos relatos, ha sido fundamental para introducir en la literatura toda la complejidad de la mente humana.

© José Luis Alvarado. Julio 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos. Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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