El corazón de las tinieblas

0
316

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

—Joseph Conrad


—Por José Luis Alvarado
—> Nos van a contar una historia: el narrador es un errabundo observador de los problemas morales que aquejan a quienes por azar, propia voluntad o falta de ella, por un golpe del destino o por la fuerza de las circunstancias se encuentran en un ambiente hostil, abandonados a su suerte o a sus propios demonios. Así son las historias que cuenta Joseph Conrad (1857-1924), un mundo de soledad y decadencia, de lucha contra la adversidad, de enfrentamiento con aquello que nos resulta extraño, enemigo, un medio adverso a cuya fuerza merced queda uno perdido entre zozobras interiores y borrascas de la conciencia. Nunca reflejó Joseph Conrad con tanta intensidad este combate titánico como en El corazón de las tinieblas (1899).La novela nos cuenta la historia de un viaje, el de Marlow y sus compañeros remontando el río Congo, adentrándose en el África más desconocida, donde la mano del hombre blanco había entrado sin misericordia para colonizar, para aplastar. El viaje a través del río es un viaje al interior del alma humana, un alma que Conrad conoce y que nos enseña sin tapujos para que veamos lo que realmente llevamos dentro.

Lo que encuentra Conrad por el camino se va tiñendo de tintes de pesadilla, como si en vez de ir al centro de un continente estuviera adentrándose en el centro de la tierra. En la costa, antes de entrar en el gran río, Marlow descubre un barco de guerra bombardeando la maleza, disparando hacia la nada. En el barco mueren de fiebre dos o tres hombres cada día, pero ellos siguen allí, anclados, solos en la inmensidad del océano, manteniendo firme la bandera de la civilización. En la selva, cientos de esclavos caen desfallecidos bajo la carga que llevan en sus cabezas, sombras moribundas que sólo pueden ofrecer una mirada enorme y vacía. En las estaciones de la Compañía que comercia con el marfil, todo se encuentra abandonado, los hombres presos de una locura indescriptible, irreal, hechizados por su única fe, la de obtener beneficios para los colonizadores. En todas ellas, siempre hay un hombre que le habla de Kurtz, un agente privilegiado, el mayor suministrador de marfil río arriba. Lo llaman el emisario de la compasión, de la ciencia, del progreso, la mayor inteligencia capaz de dirigir la causa que les ha sido confiada.

Y hacia Kurtz dirige Malow sus pasos, adentrándose en el ancho río, febril, en un estado casi onírico, acercándose al centro de la oscuridad. Conforme avanza, la voz de Marlow va aplacando sus críticas a la Compañía, la piedad por las víctimas de la esclavitud, el agobio por el clima y la insalubridad del ambiente para ir dando paso al silencio, que es el matiz más oscuro que puede teñir un relato. Nos dice Marlow que la selva que bordea el río es un inmenso muro de silencio que hace insoportables sus días, un silencio atroz que será la antesala sombría del único sonido que apacigüe su angustia: la voz de Kurtz, grave, profunda, vibrante, con una fuerza suficiente para acabar con él. En sus palabras encontrará lo oscuro, lo maldito, lo sombrío, lo tenebroso, lo demoníaco. Marlow se encuentra acobardado, presa de terror puro y ciego, de horror puramente abstracto, sin conexión con ninguna forma clara de peligro físico. Lo que hará esa emoción tan abrumadora será la conmoción moral que recibirá, como si algo monstruoso, intolerable para el pensamiento y odioso para el alma, se le hubiera venido encima inesperadamente. Allí está el gran hombre, moribundo, luchando con su alma, sobreviviendo a sus fuerzas para ocultar en los espléndidos pliegues de su elocuencia la estéril oscuridad de su corazón, desgarrado por un orgullo sombrío, por una desesperación intensa.

El corazón de las tinieblas es un relato estremecedor en que las fuerzas elementales de la Naturaleza hallan su contrapartida en las fuerzas primitivas que actúan en el interior del hombre. Conrad intenta explicar cómo la vida en el corazón de las tinieblas puede hacer que el hombre que llega para colonizar se convierta en alguien distinto, ya que no hay límites para su actuación. Nada ni nadie lo frenan; el hombre se convierte en su propio juez, y lo que encuentra no es sino el mal en estado puro. Cuando Marlow regrese, ya no será el mismo: la voz que vuelve del infierno ya no describirá las cosas como antes. Lo que ha visto lo ha nutrido, sabe que el mundo es más ancho de lo que pensaba, que no resulta tan fácil vivir, ni tomar decisiones, ni juzgar a los demás por las decisiones que toman.

Conrad, en esta novela, lo que viene a decirnos es que no existe la barbarie social, sino nada más que la personal. El mal puede hacerse en nombre de una causa, mercantil, política o religiosa, pero quienes hacen posible ese mal son los individuos, como Kurtz, como los personajes de este libro que él conoció en la realidad, puesto que la novela está basada en su propia experiencia personal. Lo que Conrad vio en el Congo, lo que el lector sobrecogido leerá en esta pesadilla cautivante, es que las tinieblas terminan por enterrarlo absolutamente todo en el vacío y en el absurdo: lo que queda de la conciencia abandonada a su propio juicio, de las almas rudimentarias obligadas a bailar la danza embrujada por el hechizo de las sugestivas palabras de los poderosos, es sólo el horror.

© José Luis Alvarado. Junio 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

Artículo anteriorLa noche de piedra
Artículo siguienteEl emisario
Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos. Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí