El pélicano. El Incendio

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El pélicano. El Incendio

August Strindberg


Strindberg está considerado como uno de los escritores más importantes de Suecia conocido, en especial por sus obras de teatro. Strindberg fue un renovador del teatro y también, en cierto modo, un precursor del llamado teatro de la crueldad y del teatro del absurdo. La mayoría de sus obras son de una gran intensidad y dramatismo, y en ellas se trasluce su desconfianza hacia el ser humano y muy especialmente su misoginia. Pese a la polémica que siempre rodeó a su figura intelectual, para los suecos fue un auténtico mito que suscitó pasiones. Se cuenta que a su funeral asistieron más de 50.000 personas

La acción de El pelícano transcurre en un gran caserón situado en el centro de una ciudad. Se trata de una vivienda descuidada, en un estado de deterioro patente, tanto por su aspecto externo, como por el interno. Dentro de la casa hace un frío insoportable, pues la calefacción está apagada. Las paredes están desconchadas, con grietas por las que se cuela el viento. El mobiliario está desportillado y, aunque en la casa hay una criada, está demasiado vieja para mantenerla limpia.

En ese escenario comienza esta pieza y lo primero que sabemos es que la familia acaba de pasar por una serie de acontecimientos familiares que se han sucedido de forma precipitada: primeramente la muerte del padre y, poco tiempo después, la boda de Gerda, la hija, con Axel. Se trataba de una boda ya concertada y, a pesar de guardar el duelo por el padre, Elise, la madre, de acuerdo con la pareja, creen conveniente mantener los planes de boda, pese a la oposición de Frederik, el hijo, que al igual que su padre recién fallecido, no eran partidarios de la boda, pues desconfiaban de Axel, en quien veían la figura de un buscavidas cuyo único interés es el dinero. Es a la vuelta del viaje de novios cuando verdaderamente comienza la acción. En la casa están preparando la llegada y lo primero que sabemos es que, justo entonces, la vieja criada anuncia que piensa abandonar la casa, pues hace tiempo que no cobra su sueldo y siente que no le debe ninguna lealtad a la familia, una vez muerto el amo.

El título de El pelícano alude a un poema que Alex lee el día de su boda y que está dedicado a su suegra Elise, a quien compara con un pelícano por estar dispuesta a dar su propia sangre para alimentar a sus hijos, una comparación que resulta irónica cuando comprendemos que la disposición de la madre va justamente en sentido contrario, desatendiendo a sus hijos que se quejan amargamente del frío y del hambre que padecen, pues la madre desvía para sí el dinero necesario para atender las necesidades de su familia. En el oscuro entramado de relaciones que existen en esta obra teatral, hay una clara simpatía y complicidad de Elise hacia su yerno, actitud que es correspondida por éste, aunque el lector pronto sospecha, para corroborarlo más tarde, que bajo esa conducta de complacencia hay más un interés hipócrita que sinceridad, y que lo que Alex verdaderamente persigue es controlar el patrimonio familiar de la herencia que espera conseguir tras la muerte del cabeza de familia.

El dinero es, sin duda, uno de los elementos principales de esta trama. Supuestamente existe una herencia y la familia es pudiente, pero lo cierto es que ese dinero no termina de aflorar nunca. Frederik, el hijo, le reclama a su madre que necesita dinero para continuar sus estudios universitarios. Lo que Frederik no se imagina es que su madre, compinchada con Axel, buscan un supuesto testamento que el difunto habría guardado en algún lugar de la casa y gracias al cual Elise y Axel podrían vivir a su entera satisfacción. Lo que Elise descubre en su lugar es una carta de su difunto marido destinada a Frederik, en la cual acusa a la madre de mentir, robar y dilapidar el dinero destinado a la casa y a los hijos. Pese a que la madre esconde la carta precipitadamente cuando oye acercarse a sus hijos, Frederik y Gerda, estos terminarán por encontrarla.

A lo largo de la obra de Strindberg se va cerrando el cerco sobre cada uno de sus personajes. Gerda se niega a admitir inicialmente que su marido la evita continuamente, por ejemplo cuando la deja sola en distintas ocasiones para irse con sus amigos. Frederik le hace ver a su hermana lo que su padre ya había intuido desde el principio: que Alex no quiere a Gerda lo más mínimo, y le abre los ojos cuando le descubre que su marido siente más afecto por su propia madre que por ella. De hecho, es la misma Gerda la que le cuenta a Frederik que Alex insistió en acortar el viaje de novios porque echaba de menos a su querida suegra. Gerda siente un escalofrío y Frederik trata de consolarla y va a encender la estufa, descubriendo la carta de su padre que un momento antes su madre ha escondido.

De entre todos los personajes, quizá el único que despierta verdadera simpatía por parte del lector (o espectador) es el del padre quien, aunque no aparece explícitamente en la obra, intuimos que se trataba de una persona amable, culta, cariñosa y comprensiva, un hombre que amaba a su mujer hasta el punto de perdonarle todas sus infidelidades y los continuos hurtos y también a sus hijos.

El incendio es la segunda pieza teatral de esta edición, algo más corta que El pelícano, aunque ambas tienen en común la importancia de los conflictos familiares presentes y los rencores largamente guardados. En las obras de Strindberg, de hecho, los traumas familiares son una constante, pues para el autor dichos conflictos marcan por completo las vidas de los que los padecen. Y esa desconfianza hacia las personas de la que hablaba al principio creo que es otra de las constantes en la obra de este autor, un cierto pesimismo hacia el ser humano que le hizo ganar su fama de misántropo pues para Strindberg la convivencia equivale a una tensión continuada, a una desconfianza mutua. Así resumía Strindberg parte de su filosofía teatral:

Los mortales nos hallamos en manos de un verdugo, por ciertos crímenes desconocidos o ya olvidados que cometimos en otro mundo”.

El incendio comienza con una casa en ruinas, completamente devorada por un fuego. Alrededor de los escombros, un grupo de curiosos del pueblo merodean por el lugar sin tratar de disimular la curiosidad morbosa que los anima a acercarse. Un policía local interroga a varios testigos para agente intentando averiguar cómo ha tenido lugar el incendio. Casi todo el mundo opina que el incendio ha sido provocado intencionadamente y que el responsable es un estudiante que tenía alquilada la buhardilla de la casa, cuya lámpara ha aparecido en la habitación en la que comenzó el incidente.

La trama se complica con la aparición de un forastero, que resulta ser el hermano del propietario de la casa. A lo largo de la representación descubriremos las razones que llevaron a este hombre a abandonar su casa y su familia mucho tiempo atrás y el porqué de su regreso tras años de ausencia en los que jamás se molestó en dar noticias de su paradero. El reencuentro con su hermano es el conflicto central de este drama, cuando afloran los recuerdos y los rencores del pasado. Aunque su familia es de apariencia respetable, pronto descubrimos que el origen de su riqueza no es demasiado legítimo. Toda la casa era usada como un enorme almacén para ocultar mercancía robada con la que la familia vivía del contrabando. Ese y otros secretos de la familia van cayendo poco a poco, como los muros de la casa consumidos por el fuego. La visión que de los hombres tiene Strinberg podría resumirse en unas palabras que el forastero dice en esta obra:

A mí los hombres me dan la impresión de ser un extraño grupo formado por directores de teatro que se hubiesen repartido entre si todos los papeles de una obra, pero con la particularidad de que algunos los aceptan y otros los rechazan… Estos últimos prefieren improvisar.

© Jaime Molina. Abril 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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