Poli bueno, poli malo

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POLI BUENO, POLI MALO


Repasaba los bolsillos con tiento y repetía en voz alta: llaves, llaves; tabaco aquí, mechero, chicles de menta, pañuelos, ¿la cabeza? (se reía). «Novatillo, ¿nos vamos?» Yo asentía y seguía sus pasos hasta el coche patrulla. Mientras tanteaba mis bolsillos para ver qué cosas imprescindibles había en ellos. Luego las manos iban al pecho, el chaleco siempre a cuestas. Me deprimía acordarme de García, fue compañero en la academia y lo mataron unos chorizos de tres al cuarto en el atraco a la gasolinera de Repsol. Fue un mal día y una mala praxis. «Eso pasa cuando uno se confía», nos dijo el jefazo. En comisaría estaba el ambiente, desde entonces, enrarecido. El ruido del motor del coche me despierta de mis pensamientos. No me apetece trabajar. Durante los primeros metros en el coche mi compañero me pregunta si me importa que encienda un cigarro. Sabe que sí, pero lo hará igual. Me dice que quiere dejar de fumar, que en casa hasta los niños le increpan por el tema del tabaco. Relata la bronca con los niños anoche y con su mujer. Ya he desconectado otra vez. La verdad no me interesa nada lo que me cuenta. Odio este trabajo, quiero dejarlo. Entramos en el barrio chungo, miro el reloj: 22:45. No falla, siempre pasamos a la misma hora, por el mismo lugar, la misma gente, los mismos choris, todo lo mismo. Para cerca de tres individuos y les pregunta algo, yo me he ausentado, miro como sí también les estuviera preguntando. Hacen unos chistes con mi compañero y seguimos. Él empieza a contarme que si fulano ha estado dos veces en la cárcel, que si mengano tiene un arsenal de delitos,…no escucho, quiero, pero no puedo. Odio este trabajo cada día más. Antes era el poli bueno, el comprensivo, el empático, el enrollado. Ahora solo cargo mala leche. Ponerme el uniforme y criar ira es todo uno. Le he dicho a mi padre que quiero dejarlo, me ha contestado que estoy loco. Tanto esfuerzo tirado por la borda; además soy funcionario y tengo un sueldo muy en condiciones. «Ser policía era lo que más deseabas», eso dice el viejo. Me he callado para no discutir, yo quería estudiar Filosofía, mis padres fueron los que insistieron para que siguiera con el oficio de la familia. La verdad me jode que el viejo opine porque lleva cinco años muerto, pero ahí está, sentado en su sillón dando por culo todavía, diciendo lo que debo y no debo hacer. Hemos parado, mi compañero se aturulla con no sé que de una pelea familiar en un piso. Me ha despertado de mi ensoñación. Llegan dos coches patrullas más. No corro, me dejo arrastrar escaleras arriba. Odio este trabajo, las piernas no me quieren sostener, tengo sueño, me duele la cabeza. Gritos, empujones… «¡Qué cojones te pasa tío! ¡Qué lo esposes ya!» Pero yo sigo allí, viendo a mi viejo en el sillón apuntándome con el dedo: «Tú a la policía, como yo y como tu abuelo. Déjate de filosofías ni gaitas». Una explosión, otra y otra. Estoy sentado en el coche patrulla y creo que se me ha ido la cabeza. Quiero reaccionar, pero no puedo. Creo que le he disparado a alguien.

© Kika Sureda. Abril 2023. Todos los derechos reservados.

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