El Volksbühne, histórico teatro de Berlín fundado en 1914 bajo el lema «El arte para el pueblo», se ha convertido nuevamente en el epicentro de una fuerte protesta ciudadana y cultural. El pasado 25 de abril de 2025, más de 5.000 personas se congregaron en la Rosa-Luxemburg-Platz para manifestar su rechazo a los planes del Senado de Berlín de permitir una privatización parcial de la gestión del teatro. Esta medida, anunciada semanas antes por el Departamento de Cultura de la ciudad, ha generado un enorme debate sobre el papel de las instituciones culturales públicas en el contexto de las presiones económicas actuales.
Según informó el diario Der Tagesspiegel, el proyecto impulsado por las autoridades locales consiste en ceder parte de los espacios del teatro a empresas privadas de eventos y espectáculos, con el objetivo de asegurar su viabilidad financiera. El Senado argumenta que los elevados costes de mantenimiento del edificio, así como las bajas cifras de ocupación en algunas temporadas, hacen necesaria una «colaboración público-privada» que permita mantener abierto el Volksbühne sin depender exclusivamente de fondos estatales.
Sin embargo, para amplios sectores de la comunidad artística y del público berlinés, esta propuesta supone una amenaza directa al espíritu fundacional del Volksbühne. El teatro, conocido por su tradición vanguardista, política y popular, ha sido durante décadas un símbolo de resistencia cultural y de acceso democrático al arte. Para muchos, permitir su parcial privatización equivaldría a transformar este espacio emblemático en un simple contenedor de eventos comerciales, desconectándolo de su identidad histórica.
La manifestación del 25 de abril reunió a actores, directores, escenógrafos, dramaturgos, estudiantes de arte, críticos culturales y ciudadanos comunes. Entre los discursos más aplaudidos estuvo el de la actriz Katharina Schüttler, quien afirmó desde el escenario improvisado en la plaza: «El Volksbühne no puede convertirse en un teatro de alquiler. La cultura no es un negocio. No podemos medirla con criterios de rentabilidad». Asimismo, el veterano director Frank Castorf, quien dirigió el teatro durante más de dos décadas, envió un mensaje de apoyo a través de un vídeo proyectado durante la concentración, recordando que «el Volksbühne siempre ha sido un espacio de libertad y riesgo artístico, no un escaparate de productos culturales prefabricados».
La protesta también contó con performances improvisadas, música en vivo y lecturas públicas de textos históricos relacionados con la fundación del teatro. El ambiente fue mayoritariamente pacífico, aunque en las redes sociales circularon vídeos de algunos altercados menores entre manifestantes y fuerzas de seguridad, especialmente cuando la policía intentó disolver pequeñas ocupaciones simbólicas en la entrada del edificio.
El debate sobre el futuro del Volksbühne no es nuevo. Ya en 2017, el nombramiento del belga Chris Dercon como director —procedente del mundo de los museos de arte contemporáneo— desató un fuerte movimiento de rechazo entre los sectores más tradicionales de la escena teatral berlinesa, que temían una «gentrificación cultural» del teatro. Finalmente, Dercon renunció en 2018 tras meses de polémicas y un boicot persistente por parte de artistas y público.
En este contexto histórico de tensiones, el anuncio de la privatización parcial ha sido recibido como una «traición» a los valores que han definido al Volksbühne durante más de un siglo. Para los manifestantes, la medida refleja una tendencia preocupante en toda Europa: la creciente mercantilización de la cultura pública y la subordinación de los proyectos artísticos a lógicas de mercado.
Por su parte, el Senado de Berlín, en boca de la senadora de Cultura Claudia König, defendió que el modelo de colaboración público-privada «no comprometerá los valores artísticos fundamentales» del Volksbühne. En un comunicado emitido el mismo 25 de abril, König aseguró que «la programación artística seguirá bajo control público» y que «las actividades comerciales estarán limitadas a eventos complementarios, como congresos o presentaciones que no afectarán la identidad del teatro».
A pesar de estas garantías, los organizadores de la protesta anunciaron que mantendrán la presión mediante nuevas acciones, incluyendo la recogida de firmas, una campaña internacional de sensibilización en redes sociales y la convocatoria de un «festival alternativo» en el que se defenderá la necesidad de una cultura pública libre de intereses comerciales.
El caso del Volksbühne ha resonado también en otros sectores culturales europeos, donde los recortes presupuestarios y las estrategias de rentabilización de espacios públicos han generado conflictos similares. En ciudades como París, Ámsterdam o Roma, teatros, museos y centros culturales se enfrentan a dilemas parecidos: cómo garantizar la sostenibilidad económica sin traicionar su misión pública y social.
Más allá de la coyuntura berlinesa, lo que está en juego es un debate profundo sobre qué tipo de cultura quieren los ciudadanos europeos para el siglo XXI: ¿una cultura concebida como bien público, accesible a todos y orientada al pensamiento crítico, o una cultura sometida a las dinámicas del mercado y a la lógica del entretenimiento rentable?
La protesta en Berlín parece haber encendido una chispa. Varios colectivos artísticos de otras ciudades alemanas, como Hamburgo, Múnich o Colonia, han expresado su solidaridad con el Volksbühne y han anunciado que organizarán actos de apoyo en las próximas semanas. Incluso figuras internacionales del teatro, como el director polaco Krzysztof Warlikowski o la dramaturga británica Caryl Churchill, han hecho públicas cartas abiertas reclamando la protección del Volksbühne como patrimonio cultural de la humanidad.
De momento, el futuro inmediato del teatro sigue siendo incierto. Lo que sí está claro es que, más de un siglo después de su fundación, el Volksbühne sigue siendo, para Berlín y para Europa, un espacio de lucha, de imaginación y de resistencia cultural.
REDACCION