Esta historia que no tiene tiempo y comienza así:
En un día sin tiempo, cuando el sol acariciaba los verdes prados con su luz temprana, el viento danzaba entre las hojas y el aroma de la primavera flotaba en el aire. En medio de aquel paisaje, se podía escuchar el elegante trotar de un caballo color bronce, cuya crin resplandecía bajo el amanecer. Su nombre era Anjai, y su espíritu era tan libre como los ríos que tallan su propio camino.
Ajnaí por su carácter explorador había estado mucho tiempo lejos de su manada, recorriendo tierras desconocidas, siguiendo un impulso que no se sabía nombrar. Pero aquel día, iba apresurado, con la emoción del reecuentro con su grupo de amigos y familia. Levantando en su trotar la finas hierbas que encontraba en su paso produciendo un ritmo profundo con el palpitar de su corazón.
Mientras, recorría el sendero, tuvo un leve descuido en su paso lo hizo tropezar. En un instante, perdió el equilibrio y cayó con fuerza sobre la tierra húmeda. Su cuerpo quedó inmóvil, y su mente se hundió en un ensueño profundo…
Un viaje más allá del abismo del velo de la mente.
En la penumbra de su inconsciencia, Ajnaí sintió que descendía por un túnel profundo y silencioso. No caía con prisa, sino con una extraña lentitud, como si flotara en su corriente invisible. Finalmente, tocó fondo.
Abrió los ojos y, aunque su visión era aún borrosa, supo que ya no estaba en su mundo. A su alrededor, la oscuridad tenía textura, peso. No era miedo lo que sentía, sino asombro. Y entonces, lo vio.
—Te estaba esperando.
Este el personaje, trasmitía serenidad, con aquella mirada de un solo ojo y una sensación de tener el don de la verdad. Su voz no era un sonido, sino un pensamiento que resonó directamente en su mente.
Ajnaí parpadeó, sorprendido. Nunca antes había escuchado sin oir, ni pronunciar palabra. El enigmático ser le hizo un gesto con la cabeza y señaló hacia lo alto.
—Mira hacia arriba ¿Qué percibes?
Ajnaí alzó la vista en lo alto, un resplandor dorado se filtraba entre la oscuridad.
— Luz… Quiero poder ascender hasta ella.
Ajnaí sintió el peso de su propio cuerpo denso anclado en el suelo.
—Si tuvieras alas, volaría.
El ser inclinó levemente la cabeza y preguntó:
—Dime, ¿Cómo me ves?
Silencio profundo, calma absoluta, sintió como si estuviera fuera del tiempo.
—¿Y si te dijera que puedes verme de otra forma?
Ajnai sintió curiosidad.
—¿Cómo?
—Cierra los ojos. Profundiza en tu interior. Le respondió
Obedeció. En cuanto su mente se sumió en la oscuridad, la figura del pequeño ser cambió. Se expandió, se multiplicó, se convirtió en un gigante con diez cabezas, veinte brazos y cien piernas, flotando en un espacio sin fronteras.
Ajnaí abrió los ojos de golpe, respirando con agitación. Allí ante él, el pequeño ser seguía en posición de loto, mirándolo con su único ojo centelleante.
Sentía una conexión más profunda con él. Una unión especial, como alguien cercano.
—Me vistes de otra forma, ¿verdad?
—Sí. ¿Puedes existir en varios lugares y formas a la vez?
El ser sonrió sin palabras.
—Conozco tu deseo de salir de aquí y reunirte con los tuyos. Tengo algo para ti:
La llave de la consciencia.
Ante aquellas palabras, un leve resplandor comenzó a formarse en el aire.
—Con esta llave, tu mente se abrirá y podrás vivir tu anhelo. Pero para conseguirla, debes responder correctamente a mi pregunta.
Ajnaí asintió.
—La respuesta la encontrarás en tu corazón, no con la mente.
El ser hizo una pausa y, con una calma solemne, formuló la pregunta:
—¿Quién eres?
El caballo sintió que el tiempo se detenía. Su corazón latía con fuerza, y una calidez se expandió en su pecho, como un vórtice de energía que lo llenaba por completo. Y entonces, sin mover los labios, respondió:
—Soy quien quiero ser.
El ser asintió con satisfacción.
La llave comenzó a girar en el aire, flotando hacia Ajnaí, y en cuanto alcanzó la altura del corazón, su cuerpo vibró con una energía luminosa. Sintió una expansión en su interior, se abría como un candado, una liberación que no podía explicar.
En ese momento sucedió algo extraordinario.
Aparecieron en su cuerpo de Ajnaí, dos majestuosas alas que se desplegaron en su lomo, su piel brilló con un resplandor radiante, y su espíritu se sintió ligero, sin ataduras.
—Ahora puedes volar.
Ajnaí inclinó su cabeza en señal de gratitud. Unas lágrimas se deslizaron por su rostro.
Tomó impulso y, con un solo movimiento, ascendió.
Su vuelo no era el de un simple caballo, sino el de un ser que había recordado su verdadera naturaleza.
Sobrevoló los campos dorados, con el viento abrazándolo en su travesía. Sus praderas amadas ahora se extendían bajo él, y a lo lejos divisó a su manada.
Bajó en picada y aterrizó con gracia.
Pero lo que vio se quedó sin aliento.
Sus hermanos no eran caballos. Eran pegasos.
Ajnaí sintió un escalofrió de extrañeza recorriéndole la espalda.
—¿Desde cuándo sois caballos alados?
Uno de los más jóvenes se le acercó y sonrió.
—Siempre hemos sido así.
Ajnaí entrecerró los ojos.
—¿Por qué no os veía antes?
—Porque hasta ahora, no estabas preparado para vernos.
El recién despertado pegaso sintió que su pecho se llenaba de un júbilo indescriptible.
Relinchó con alegría y se abrazó a su hermano.
Toda la manada relinchó al unísono. Era la celebración del despertar de uno de los suyos.
Y así en la memoria de aquel lugar, quedó grabada la historia de Ajnaí .
La historia del caballo que voló.
Oro Ontiveros
Oro, un relato muy hermoso de la simple experiencia de ver con otros ojos, la realidad más espiritual. Un abrazo cósmico