Extraños en un tren, de Patricia Highsmith: el pacto siniestro y la geometría del mal
Extraños en un tren (1950) es la primera novela publicada por Patricia Highsmith, y en ella se revelan ya con nitidez los elementos que definirían su singular estilo dentro del thriller psicológico: la exploración de la culpa, la ambigüedad moral y la inquietud como estado permanente. Esta obra, que captó inmediatamente la atención del director Alfred Hitchcock para su célebre adaptación cinematográfica (1951), plantea una premisa tan simple como turbadora: ¿qué pasaría si dos desconocidos se cruzaran y se propusieran intercambiar asesinatos para evitar ser descubiertos?
Sinopsis de la obra
La novela se abre con un encuentro aparentemente casual entre Guy Haines, un joven arquitecto con un prometedor futuro, y Charles Anthony Bruno, un personaje excéntrico, ocioso y de personalidad errática. Ambos comparten vagón en un tren y, tras una conversación trivial que deriva en confidencias, Bruno propone un pacto criminal: él matará a la esposa de Guy —una mujer de la que este quiere divorciarse—, y Guy, a cambio, asesinará al padre de Bruno, con quien este mantiene una relación enfermiza y conflictiva. Guy rechaza la idea de plano, creyéndola una broma. Sin embargo, el crimen sucede, y a partir de ahí se desencadena un descenso a los abismos de la psique humana.
Estructura
Highsmith estructura la novela en tres partes diferenciadas, pero unidas por un ritmo creciente y una tensión psicológica sostenida. El relato se construye en tercera persona, alternando los puntos de vista de los dos protagonistas, lo que permite observar el progresivo deterioro mental de ambos. La narración sigue un orden lineal con algunos saltos temporales breves que sirven para eludir la redundancia narrativa, aunque la autora se permite extensos pasajes introspectivos, esenciales para comprender la dinámica de poder y dominación que se establece entre los personajes.
A diferencia de otras novelas de suspense que confían en los giros argumentales o en la revelación sorpresiva, Extraños en un tren avanza por medio de una tensión acumulativa que crece con cada diálogo, cada duda, cada sombra de sospecha. El relato se asemeja a un engranaje implacable que, una vez puesto en marcha, ya no se detiene.
Personajes
Los dos personajes centrales son, sin duda, el eje sobre el que gira todo el universo moral de la novela. Guy Haines es un joven aparentemente recto, con aspiraciones legítimas y una ética convencional. Sin embargo, su carácter se revela más dúctil y vulnerable de lo que aparenta. En él se manifiesta con fuerza la culpabilidad, no solo por el crimen que eventualmente comete, sino por su pasividad inicial, su debilidad y su progresiva corrupción interior. Su arco narrativo es el de una caída sutil pero irreversible.
Bruno, en cambio, es una figura fascinante en su ambigüedad. Encarna el narcisismo, la sociopatía y una forma perversa de dependencia afectiva. Su insistencia, su habilidad para manipular y su capacidad para justificar cualquier acto lo convierten en un personaje perturbador, cuya presencia marca incluso las escenas en las que no aparece. Highsmith no lo dibuja como un mero villano, sino como un sujeto desviado que busca, a su modo, una forma de amor o de fusión con Guy, lo que introduce un trasfondo latente de homoerotismo que ha sido objeto de análisis crítico.
Los personajes secundarios, como Miriam (la esposa de Guy), Anne (su prometida) o el señor Bruno (padre del asesino), tienen un papel funcional pero bien delineado, y ayudan a proyectar las tensiones principales hacia el exterior, generando conflicto y complejidad en la trama.
Formas narrativas
La narrativa de Highsmith destaca por su economía de medios y su capacidad para sugerir más de lo que muestra. Su estilo es sobrio, casi clínico, con descripciones precisas pero nunca ornamentales. Los diálogos están impregnados de una naturalidad que refuerza la inquietud: lo siniestro se desliza en lo cotidiano, lo criminal en lo banal.
La voz narrativa en tercera persona se adhiere con sutileza a la conciencia de los personajes, sobre todo de Guy, lo que permite al lector asistir al proceso de disolución de sus certezas morales. La autora evita juicios explícitos, dejando que la ambigüedad y la contradicción se manifiesten por sí mismas.
Cabe destacar también el modo en que Highsmith utiliza el espacio: las ciudades, las casas, los vagones de tren o los restaurantes no son meros escenarios, sino extensiones de los estados de ánimo. La atmósfera es opresiva incluso cuando el sol brilla o todo parece en calma, reforzando la idea de que la amenaza reside dentro, no fuera.
Contexto
Publicada en 1950, Extraños en un tren se inscribe en un momento de transformación del género negro y criminal. Mientras autores como Raymond Chandler o Dashiell Hammett habían cimentado el noir clásico en los años treinta y cuarenta, con detectives duros y ambientes urbanos degradados, Highsmith introduce una renovación fundamental: el crimen ya no está solo en las calles, sino en el alma del ciudadano respetable.
Influida por la literatura existencialista europea —en especial por El extranjero, de Camus—, pero también por la tradición gótica y por los estudios freudianos que impregnaban la cultura de la época, Highsmith inaugura un tipo de relato donde el mal no necesita explicación, solo detonante. Su escritura anticipa, en cierto modo, a autores como Ian McEwan o Gillian Flynn, que también trabajan con personajes moralmente ambiguos en contextos de tensión emocional extrema.
Temáticas
La novela gira en torno a varios temas fundamentales: la culpa, la responsabilidad moral, la identidad, la dualidad del ser humano y la posibilidad —o imposibilidad— de redención. El pacto propuesto por Bruno no solo representa un crimen, sino una forma de simbiosis psicológica: una transferencia de sombras que Guy no logra resistir del todo.
Hay también un simbolismo evidente en el tren como espacio liminal, donde las normas se difuminan y los encuentros fortuitos pueden alterar destinos. El tren es metáfora del tránsito entre el orden y el caos, entre el yo y el otro. Bruno y Guy son, de algún modo, las dos caras de una misma moneda, como si Highsmith jugara con la idea de un desdoblamiento, un doppelgänger moderno.
Valoración
Extraños en un tren es una obra inaugural no solo por ser el debut de Highsmith, sino porque marca el comienzo de una forma distinta de concebir la novela de suspense. Su valor reside no tanto en la intriga argumental —que también— como en su potencia psicológica, su penetración en las zonas grises del alma humana y su elegancia narrativa.
Aunque en ciertos pasajes puede parecer reiterativa en las vacilaciones de Guy o algo esquemática en los motivos de los secundarios, estos defectos menores no empañan la brillantez global de la obra. Highsmith logra construir una fábula oscura sobre cómo lo extraordinario —el crimen— puede irrumpir en la vida de cualquiera, desvelando que la línea entre el bien y el mal no es una frontera, sino una zona pantanosa.
La novela es, en suma, un clásico del suspense psicológico que sigue interpelando al lector contemporáneo por su lucidez moral, su atmósfera inquietante y su maestría formal.
Breve referencia sobre la autora
Patricia Highsmith (1921-1995) fue una de las grandes autoras del siglo XX en el ámbito del thriller psicológico. Nacida en Texas, su carrera literaria se consolidó rápidamente tras la publicación de Extraños en un tren. Es también autora de la célebre serie de novelas protagonizadas por Tom Ripley —iniciada con El talento de Mr. Ripley (1955)—, que exploran con gran agudeza la ambigüedad moral y el crimen sin castigo. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas y adaptada al cine en múltiples ocasiones, y su influencia sigue vigente en la literatura contemporánea.
Redacción