Los rojos Redmayne, de Eden Phillpotts

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Hay que tener muy en cuenta lo que los escritores dicen de otros escritores, sobre todo si son excelentes lectores. Borges escribió una vez: «Me ha tocado en suerte el examen, no siempre laborioso, de centenares de novelas policiales. Quizá ninguna me ha intrigado tanto como Los rojos Redmayne«. También añadió que esta obra sume al lector en la más grata de las perplejidades, y no le faltaba razón. Cortázar, otro gran seguidor de novelas policiales, fue también admirador de esta excelente obra. Para el público español se trata de un libro desconocido; no así para los lectores ingleses, mucho más interesados en el placer de este género de novelas.

El escritor que gozó del privilegio de tales elogios se llamó Eden Phillpotts (1862-1960), autor de novelas costumbristas e históricas, además de un puñado de narraciones policiacas que se encuentran entre lo mejor que se ha escrito en el siglo XX. Los rojos Redmayne data de 1924, antes de que las novelas de Agatha Christie empezaran a fascinar al mundo. Sin duda, Phillpotts es superior a la afamada escritora inglesa. Un detalle las hace mejores: para Phillpotts no es tan importante la solución del misterio como el encanto de la historia. Los rojos Redmayne, además de ser posiblemente una de las mejores novelas policiacas del siglo, es un relato encantador.

A Phillpotts no le interesan los detectives y los criminales: le interesan las relaciones entre personas corrientes, la maldad invisible que se adueña de las oscuras almas, el asesinato como una de las bellas artes. Y de eso trata esta subyugante novela: del asesinato como una forma de expresión, ejecutado igual que otros escriben poemas o cuidan un niño pequeño. Phillpotts es capaz de crear tensión con la simple historia de tres solterones, los hermanos Redmayne. Dueños de una importante herencia recibida de su padre, sólo tienen a un familiar a quien adoran: su sobrina Joanna Penrod, felizmente casada, habitante circunstancial de un remoto condado de Inglaterra.

Allí dirige sus pasos el menor de los Redmayne, Robert, para ayudar a su sobrina a construir la que será su casa familiar y descansar de su dura experiencia en la Gran Guerra. Pero a la semana de estar allí, ocurre un incidente imprevisto: Robert Redmayne y el marido de Joanna han desaparecido cuando se dirigían en motocicleta a la vivienda en obras. Se descubrirá una gran mancha de sangre en una de sus habitaciones y también el recorrido que Robert Redmayne hizo después en su moto transportando un gran bulto oculto por un saco. Quienes lo han visto, no dudan de que el asesino haya sido Robert Redmayne, no hay dos hombres como él: pelirrojo, con unos grandes bigotes que le llegan hasta las orejas y vestido con un rojo traje de tweed. Para resolver el caso acude el mejor detective de Scotland Yard, Marc Brendon, que está de vacaciones en la zona.

Eden Phillpotts crea un asesinato casi fantasmal: el asesino y la víctima han desaparecido. Mediante una carta, el desaparecido Robert escribe a su hermano Benjamin, solitario habitante de una casa sobre la costa inglesa, que piensa cruzar el océano y refugiarse en Francia. Pero no puede imaginar que la vida apenas depara sorpresas: el detective Brandon se ha enamorado de Joanna, que ahora vive con su tío Benjamin. Ofuscado por no haber descubierto al asesino, deseoso de ver a la viuda, Brandon se acerca a la costa para visitar a Joanna. En uno de sus paseos, descubre al borde del camino a Robert, con sus hermosos bigotes y su rojo traje de tweed. ¿Acaso no había cruzado el Canal de La Mancha?

Es ésta una rara historia de apariciones. El asesino siempre parece estar en el lugar menos indicado. El ayudante de Benjamin, un italiano llamado Doria, verá al asesino en una playa y también lo descubrirá más tarde la propia Joanna. Sólo hay cuatro personas en ese perdido lugar de Inglaterra, y uno de ellos será asesinado por el huidizo Robert. Como en el caso anterior, ni el criminal ni la víctima aparecerán nunca.

Eden Phillpotts aún no había leído en 1924 la fecunda literatura de detectives que se desarrollaría a lo largo del siglo. Quizá por ello pensó que no es tan fácil descubrir a un asesino: algunos meses después, Joanna viajará a Italia para vivir junto a su único tío vivo, Albert. Está en un claro peligro de muerte: han vuelto a aparecer los rojos bigotes de Robert Redmayne, y ahora serán dos detectives los que se encarguen de mantenerlo con vida, el inglés Brandon y un norteamericano escéptico y observador, Peter Ganns. Los dos detectives cometerán fallos, no así el asesino.

El problema es que se acepta con extremada facilidad lo que parece probable y se descree de lo que parece imposible. Por eso no hay grandes detectives, sino sólo personas intuitivas que saben estar en el lugar exacto en el momento preciso. Las máscaras del mal son muchas y un asesino ilustrado puede ocultarlas casi todas. Sólo el hombre de conciencia, el hombre capaz de remordimiento, el que asesina dominado por la violencia, advertirá en seguida que por bien realizado que esté el crimen, mil distracciones nacidas de su debilidad surgen para confundirlo. Los asesinos comunes que van a la horca, ciertamente la merecen. Eden Phillpots nos libró en esta novela de asesinatos comunes. Su trama es perfecta y la sensación que deja en el lector sólo puede ser de sorpresa y agradecimiento. Posiblemente, ya no se escriban novelas así.

© José Luis Alvarado. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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