La conciencia de Zeno, de Italo Svevo

0
72

Hay gente que se mira al espejo y no sabe quién es: necesitaría la vida entera para explicarse su propia vida, distinguir los buenos propósitos de las malas acciones, los meros sueños de las realidades. Así le ocurre a Zeno Cosini, el protagonista de La conciencia de Zeno (1923): trata de descubrirse a sí mismo a través de la escritura para quizás comprender al final que no hay nada que descubrir, o si lo hay, que no tiene importancia. Italo Svevo (1861-1928) escribió una de las cumbres narrativas del siglo XX desde la perspectiva irónica de un hombre que no sabe hacia dónde se dirige pero sin embargo quiere saber el motivo de su ignorancia.

El primer detalle que llama la atención de esta gran comedia psicológica es su abierto sentido del humor. Humor basado en lo grotesco y en la paradoja, en la ironía y la mezquindad de una vida ridícula, que hace pasar al lector momentos deliciosamente divertidos mientras contempla las peripecias tragicómicas de un personaje inolvidable.

Ya desde el principio comprendemos que en la novela hay algo extraño: la confesión de Zeno no le llega al lector por su propia mano, sino que es su psicoanalista quien la presenta al público, como venganza contra él. Y eso que es el mismo psicoanalista quien alienta a Zeno a que escriba su vida para curarse de su irresistible adicción por la nicotina. A ello Zeno responde con estas memorias trufadas de verdades y mentiras que lo van delatando a cada paso gracias a una autoindulgencia pasmosa e infantil que no se percata de las discordancias de la narración.

Podríamos decir que Zeno es un hombre con una preocupación metafísica, infinitamente rico en buenos propósitos pero infinitamente pobre en buenas acciones, aunque esto sería decir poco. Zeno, en verdad, es un tipo cínico, extravagante, maniático y atolondrado, holgazán, moralista, desvergonzado e irresponsable, que decide escribir sus memorias con fines terapéuticos sin creer en la terapia, con el único objetivo de engañar a su psicoanalista, de cuyos progresos con él no cree una palabra. Lo mejor que podríamos decir de él es que levanta la conmiseración del lector a cada página.

Lo vemos luchando contra el que seguro será su último cigarrillo, anotando escrupulosamente en los libros, en las paredes, en cualquier sitio, la fecha en que dejará su vicio, fumando otra vez el cigarrillo más intenso, que siempre es el último, el que le demostrará que es un placer seguir fumando. La conciencia de Zeno no es un buen libro para quien quiera dejar de fumar. El cigarrillo se convierte en una pasión, en una tortura, en una obsesión. Como es una obsesión para Zeno el estar enfermo, porque Zeno es también un hipocondríaco impenitente, un perfecto enfermo imaginario. Y es un enfermo por simpatía: el día que se encuentra a un amigo con muletas, aquejado de artritis, éste le dice que caminar es muy complicado: movemos 54 músculos cada vez que damos un paso. Convencido de tal dificultad, desde ese momento, Zeno empezará a cojear, aquejado de un mal del que paradójicamente quiere desprenderse. A lo largo del relato, la enfermedad se irá revelando como una convincente disculpa dispuesta para mantener su vida segura y apacible, porque para el enfermo todas son atenciones.

Leyendo sus memorias, entendemos que a Zeno no le ocurren las cosas sino que las cosas le ocurren a él, y además de una forma esperpéntica. Hay una escena reveladora: el día que, sin saber muy bien por qué, se convence de que tiene que casarse, se declara a tres hermanas en pocos minutos: la primera lo rechaza; la segunda, le muestra su indiferencia y la tercera, que es la más fea, es la que lo admite, con lo que él queda satisfecho. Pero Zeno, además, tiene mucha suerte: será éste un matrimonio feliz, porque su mujer representará la imagen de la salud integradora en un mundo de seguridades aceptadas y transmitidas. Y como buen burgués, también será un adúltero perplejo, amante de una mujer a la que no ama ni desea y que le sirve precisamente para amar más a su mujer.

Para Zeno, la realidad será como un horizonte al que nunca se llega. Ese último cigarrillo que nunca será el último es la imagen más evidente de un postergador nato, un hombre que piensa que es mejor dejar para mañana lo que podría hacer hoy, como el propio Italo Svevo, empleado de banca y comerciante, violinista aficionado, postergador puro, que dejó día a día durante veinte años la redacción de esta extraordinaria novela. Zeno será un experto en viajar desde la incertidumbre ante las elecciones de la vida para después refugiarse en artimañas psicológicas con las que no aceptar algunos de los caminos que la vida le brinda.

La conciencia de Zeno es un monumento de inteligencia, ironía, pesimismo, humor y finura en la observación de las debilidades del ser humano. La mirada del personaje irá construyendo las justificaciones que le permiten ir esquivando cualquier tipo de responsabilidad sobre los pequeños fingimientos, las pequeñas traiciones y mezquindades sobre sus propios actos, una mirada inevitablemente miope, titubeante, cotidiana y sentimental que, siendo todo eso, resulta ser enormemente reveladora de la fragilidad humana. La conciencia de Zeno, en definitiva, es la conciencia de la propia mediocridad, que nos enseña a reírnos de la vida con una lucidez que pone las cosas en su justo, pequeño y efímero sitio humano.

© José Luis Alvarado. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí