Hay tres tipos de literatura: la popular, la gran literatura y la literatura académica. La dos primeras buscan fundamentalmente entretener al público, y la segunda, además, aspira a convertirse en obra de arte. La literatura académica, en cambio, tiene como última finalidad terminar en la morgue de las universidades y los cenáculos críticos y literarios, para ser diseccionada hasta sus últimas costuras. Acaso no haya otra novela en el siglo XX que haya sido tan comentada, interpretada y destripada por todo tipo de estudiosos como Ulises (1922). No en vano, su autor, James Joyce (1882-1941), aseguró que había escrito esta obra para tener ocupados a los críticos durante trescientos años, cosa que por el momento está consiguiendo. En cuanto al lector medio, Joyce no dictaminó nada, pero lo cierto es que no escribió su gran novela con la idea de entretener al público, al menos en el sentido actual del término. Otra cosa es que sea una novela de imprescindible lectura para todos aquellos que quieran conocer una de las cumbres de la narrativa del siglo XX.
Como es sabido, la obra cuenta lo que les ocurre a dos personajes el día 16 de junio de 1904, en Dublín. A las ocho de la mañana, Stephen Dedalus y Leopold Bloom se levantan en sus respectivos domicilios de Torre Martello y el número 7 de Eccles Street, dispuestos a desayunar. Durante el resto del día y hasta bien entrada la noche, Leopold Bloom recorrerá diversos lugares de Dublín, y en ocasiones se juntará con Stephen Dedalus, con el que acabará la jornada. Los personajes se cruzan a cada instante en sus peregrinaciones, van y vienen, se encuentran y se separan y se vuelven a encontrar como partículas en un laberinto de peripecias, borracheras y largas conversaciones no siempre fáciles de seguir. El libro se cierra en la oscura madrugada con Molly Bloom, la infiel esposa de Leopold, desvelada en el domicilio conyugal de Eccles Street, dejándose arrastrar por la voz de sus pensamientos. Durante las 19 horas en que se desarrolla la historia, Leopold hará un recorrido tan exhaustivo por Dublín, contado con tal minuciosidad, que, como Joyce aseguraba, si algún día la ciudad desapareciera de la faz de la tierra, podría reconstruirse siguiendo la descripción que hace de ella en la novela.
En contra de lo que ocurre en las narraciones convencionales, los personajes no serán esta vez el vehículo clave para entender la novela en todo su significado: el protagonista de Ulises es la palabra, el lenguaje. Los personajes no realizan sólo una serie de actos que retienen el interés del lector, sino que fundamentalmente son seres que hablan, con los demás y, sobre todo, consigo mismos; son seres hechos de palabras.
Los 18 capítulos del libro son, en realidad, 18 novelas distintas escritas cada una con una estructura diferente, de modo que no sólo ofrece una visión caleidoscópica de la realidad, sino también de la propia literatura. Joyce utilizará indistintamente el flujo de conciencia, el diálogo objetivo, la descripción naturalista, el lenguaje administrativo, la técnica de la novela rosa, la forma teatral, el apólogo literario, el estilo del catecismo católico o la narración simbólica, hasta terminar en un formidable monólogo interior de más de 50 páginas carentes de cualquier signo de puntuación. Como afirmaba el crítico Ernst Robert Curtis, Ulises tiene rasgos de crónica, de novela, de drama, de poema, de sátira, de parodia, de Summa. Quizá sea el término Summa el que mejor caracterice la novela: como un compendio medieval, complejo y oscuro, los 18 capítulos de Ulises aceptan múltiples interpretaciones, tantas como críticos se han acercado a él: la judía, la shakespeariana, la teológica, la psicoanalítica,…, hasta la más evidente, que es la que compara la Odisea de Homero con el recorrido que hace Leopold Bloom por las calles de Dublín.
Todas estas lecturas hacen de Ulises un laberinto donde no es difícil extraviarse. Solapados entre sí, operan simultáneamente nueve sistemas de referencia que se ajustan a un significado diferente: cada capítulo representa un arte o ciencia determinados, un órgano del cuerpo, una técnica estilística distinta, un símbolo específico, un color propio o un arquetipo que tiene relación con la obra de Homero o de Shakespeare. No crean, sin embargo, que toda esta simbología es una mera invención de los críticos: Joyce dejó suficientes pistas en vida, descubriendo a los demás esta significación oculta, entre otras cosas porque él mismo se consideraba un genio que sólo podía haber escrito un libro genial e infinito. Posiblemente tuviera razón.
Pero cabe preguntarse, ¿no se pierde el lector normal entre tanto sentido inescrutable? Depende del nivel de lectura que quiera utilizar en cada momento. Ulises es, como pocos, un libro abierto. Generalmente las ediciones de la novela vienen complementadas con un impresionante aparato de notas, esquemas explicativos y decenas de páginas preliminares que tratan de dar la clave para una completa comprensión de la novela.
El gran poder de Ulises es que sobrevive a la disección académica y al análisis crítico a los que ha sido sometido durante décadas. Desde luego se trata de un libro de complejísima lectura y poco complaciente con los lectores, tanto por su tamaño como por su ambición; un libro, en definitiva, que exige un reto a la inteligencia de quien se adentra en sus páginas. Pero sin duda no es un libro que deje indiferente.
Tal vez la mejor manera de acercarse a esta novela es hacerlo sin complejos, sin más ayuda que saber, como se ha dicho, que se trata de 18 novelas en una, distintas entre sí, con los mismos protagonistas y escritas sucesivamente en el tiempo. Una vez asumido que su lectura es diferente, que no tediosa, se comprende que Ulises es una obra capital del siglo XX, una prodigiosa ilustración narrativa de un tiempo, el nuestro, antiheroico y complejo, un libro tan relevante que la historia de la literatura no sería la misma sin su existencia.
© José Luis Alvarado. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)