Fiesta en el jardín, de Katherine Mansfield

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Aunque Katherine Mansfield murió muy joven, a los 34 años, su huella en la literatura se mantiene imperecedera. Nacida en Nueva Zelanda en 1888, sintió muy pronto una casi ascética vocación literaria, unida a una larga serie de enfermedades que determinaron su vida. Escribió 88 cuentos, 26 de ellos inconclusos. Tal vez Fiesta en el jardín (1922) sea su mejor libro de relatos, aunque en toda su producción no es difícil encontrar obras maestras. Los cuentos de Katherine Mansfield son de una rara perfección.

Se consideró heredera de Chéjov, pero entendemos que superó a su maestro en intensidad y estilo. En su tratamiento de los temas y en su propia temática se advierte la sombra de Jane Austen, pero de una Jane Austen que hubiera escrito en el siglo XX, con unas condiciones sociales para la mujer en las que se empezaban a vislumbrar ciertos aires de emancipación. No por ello debe considerarse una escritora feminista, sino una escritora que escribía como mujer.

Lo primero que llama la atención en Katherine Mansfield es su extraordinario talento. Para percibirlo podemos tomar uno de sus mejores relatos, En la bahía. En pocas páginas, dentro de una situación absolutamente trivial como es un día familiar en la playa, aparecen como por descuido ciertos sentimientos complejos que tensan la trama: una madre que no quiere a sus hijos, un hombre que se siente frustrado por su adocenado trabajo, otro hombre que vive dominado por las convenciones sociales y por un amor encorsetado y lánguido hacia una esposa que sospechamos que no lo ama,… Nada de esto aparecerá de forma explícita en el cuento, sino que lo vamos adivinando por una singular percepción de los detalles más nimios y por la fuerza arrolladora de una atmósfera en la que los personajes creen desenvolverse sin que aparentemente haya un solo problema, nada que se salga de lo común. Ése es el gran talento de Katherine Mansfield: hacer de lo inexpresable algo sólido y real.

La escritora neozelandesa tuvo una prodigiosa sensibilidad y por eso pudo evocar en sus relatos los matices más delicados de las cosas: el olor de los primeros días de invierno o la rotunda opacidad del escritorio de un recién fallecido. Y lo mismo ocurre con sus personajes; en los matices con que los dibuja y nos los presenta hay una imaginación prodigiosa para abarcar lo inasible: la soledad de un domingo por la mañana, el miedo absurdo hacia la memoria de un padre autoritario, la expectativa ante un día de sol en la playa. Katherine Mansfield iluminaba todo cuanto escribía, amaba a cada uno de sus personajes y eso se traslada directamente al lector, que acoge con placer y sorpresa cada una de las pequeñas peripecias que pueblan sus relatos.

No debemos, sin embargo, confundir sensibilidad con ñoñería. Los cuentos de Katherine Mansfield pueden ser sombríos, amargos, crueles, pero en todos ellos hay una ternura acogedora, de manera que esa combinación produce un efecto enriquecedor en la historia. Y sobre todo ello, presidiendo la mayoría de los relatos, se advierte la gran cualidad de su escritura: la ironía. Mansfield selecciona sistemáticamente personajes femeninos que han interiorizado la filosofía popular que atribuye a la mujer la mentalidad romántica e irracional, frente al hombre y su realismo racional. La escritora da un paso adelante al exagerar dicho romanticismo femenino, de tal manera que el lector toma conciencia del carácter absurdo y artificial de ese rol y acaba descubriendo las consecuencias destructivas que dicha mentalidad rancia ocasiona en las mujeres.

Katherine Mansfield se sirve de los personajes femeninos caracterizados por el siglo XIX para entrar a saco contra los prejuicios de género. En ese sentido, como en muchos otros, su literatura es muy moderna. A través de la fina ironía va desmantelando ese pesado engranaje cultural según el cual las mujeres debían ejercer un rol pasivo en la sociedad y las enfrenta al poder del patriarcado de una manera sensible y perspicaz. Y lo consigue sin caer en la caricatura, sino a través de la penetración de su mirada y la delicadeza con que atrapa situaciones y estados emocionales difíciles de expresar.

En este sentido, Fiesta en el jardín es un relato ejemplar. En él se enfrenta la trivialidad de una fiesta preparada por una familia de clase alta con la muerte en una casa cercana de un vecino humilde. Una de las chicas burguesas plantea a su familia la idea de cancelar una fiesta que, a todas luces, molestará con su algarabía la luctuosa situación de su casa vecina. La artificialidad y las imposiciones sociales se impondrán a la triste y fastidiosa realidad de la muerte. La clave del relato estará en la delicadeza de su estilo, la ausencia de subrayados, la manera en que arma situaciones y personajes, siempre lejos de los estereotipos, tocados por algo que los hace singulares, irrepetibles.

Hay muchas cosas que admirar en la narrativa de Katherine Mansfield, pero sobre todas ellas cabe destacar su inteligencia. La maestría para construir personajes vivos, su condición de artista genuina, en búsqueda de la verdad, la salvaguardaron de cualquier esquematismo ideológico. Quien quiera encontrar vida auténtica en un relato, debe acudir a Katherine Mansfield. Su mundo narrativo, su oído para escuchar lo que oculta cada situación y extraer de allí, por dura que sea, una extraña belleza, es lo que hace que sus relatos nos parezcan de un inusitado encanto.

© José Luis Alvarado. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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