Sherwood Anderson y la construcción de una comunidad a través de sus almas
Leyendo Winesburg, Ohio (1919) he recordado aquellas linternas mágicas que se exhibían en los barracones de feria del siglo XIX, donde se mostraban instantáneas de una ciudad, de modo que el espectador terminaba por tener una idea cabal de sus edificios, sus costumbres y sus habitantes sin haber puesto un pie en aquella ciudad remota representada en los fotogramas. De igual manera, Sherwood Anderson (1876-1941) quiso mostrar la vida de una pequeña población del medio Oeste americano a través de lo que entonces era una técnica novedosa: Winesburg, Ohio es un conjunto unitario de relatos que opera como una novela, un pedazo de historia de una ciudad representado por una historia de momentos.
Lo primero que sorprende al lector es esta extraña estructura fragmentaria, que lo lleva en un principio a pensar que está ante un simple libro de cuentos. Tal como está expuesto, el libro carece de una trama aparente. Sólo la maestría de la pluma de Sherwood Anderson nos demostrará que lo que recorre cada una de sus palabras es un río subterráneo que une unas historias con otras, un novedoso sistema de aproximaciones parciales que desembocan en una trama total: el escritor norteamericano no se limitó a describir lo que sus ojos veían en la superficie, sino que se adentró hasta el fondo para poder así describir las almas de los personajes, la vida interior de todo un pueblo. Si acaso, se permitió la licencia de establecer un fino hilo conductor a través de una figura que aparece en casi todos los relatos, George Willard, un joven reportero del periódico local, que protagonizará algunas de las historias, pero al que ante todo los vecinos tienden a contarle sus particulares confidencias, sirviendo en muchas ocasiones de catalizador para el desarrollo de situaciones dramáticas ajenas a su propia persona.
Sherwood Anderson subtituló esta novela como El libro de los grotescos. En este sentido, lo grotesco ha de entenderse como aquello que es extravagante, curioso. Los personajes grotescos de este libro son personas solitarias cuyas vidas han sido distorsionadas por su incapacidad para expresarse, que ofrecen en su desamparo fragmentos de sus vidas, entrevistas por un momento, en el que buscan el contacto con el mundo, casi siempre mediante confesiones ante el joven Willard, frente al que descomprimen sus corazones y liberan emociones enconadas que se encuentran enterradas en su interior.
En Winesburg habitan seres que parecen incompletos, sumidos por el peso de demasiados sentimientos que no consiguen liberar de su interior. Grotesco es el maestro que esconde sus enormes manos cuando habla con los demás, porque una vez fue difamado, acusado de pederastia, por tocar en exceso a los niños a los que enseñaba en un pueblo de Pensilvania. Es grotesco el reverendo que espía a su vecina desnuda a través del agujero de una vidriera que coincide con la cara de Cristo; el doctor que no quiere tener enfermos y receta el odio y el desprecio como remedio contra la insignificancia, o aquel otro que aconseja al joven reportero que el único libro que puede escribir contiene una idea muy sencilla: que todo el mundo es Jesucristo y todos acaban siendo crucificados; o el alucinado granjero que se proclama el único siervo verdadero de Dios en todo el valle, le pide al Señor que le envíe una señal de aprobación, una fuerza inagotable para construir templos, aniquilar a los infieles y glorificar Su nombre sobre la tierra. Es grotesco el anciano que se dedica a escribir las grandes verdades de la vida en pequeñas tiras de papel con las que termina haciendo bolitas que guarda en el bolsillo de su chaqueta, y también el hombre que sufre ataques mentales en los que acometen las ideas de tal forma que su angustia lo vuelve incontrolable.
Hay en Winesburg, Ohio un anhelo de identidad, un ansia de conocerse, de saber quién es uno, qué quiere, qué busca o pide a la vida. Y ese anhelo, o esa enajenación, está íntimamente ligada a otra desgracia humana, la incomunicación: porque están solas, estas almas no se comunican, y porque no se comunican están solas. Los habitantes de Winesbug se encuentran tan distantes los unos de los otros como estrellas en el cielo; su historia, por tanto, no podía escribirse de otra manera que de una forma fragmentaria.
No obstante, para explicar un mundo tan complejo y afiebrado, casi fantasmal, Sherwood Anderson se sirvió de un estilo que podríamos llamar coloquial, como si nos estuviera hablando al oído, una escritura que fluye de forma natural, armónica y elegante, en la que muestra una entrañable compasión por sus personajes.
Sherwood Anderson fue el padre de una generación de escritores norteamericanos única, donde podemos destacar a Faulkner, Dos Passos, Steinbeck y Hemingway. Una anécdota puede ilustrar esta afirmación: Faulkner, que era vecino de Anderson, decidió, viéndolo escribir y leyendo sus libros, que él quería ser un escritor como él. La deuda que la literatura norteamericana del siglo XX tiene con él es indudable. La deuda que el lector actual contrae con un libro como Winesburg, Ohio es la de un recuerdo imborrable.
Datos del libro: COMPRAR EJEMPLAR
Autor: Sherwood Anderson – Traductor: Miguel Temprano García
ISBN: 978-84-92649-16-7 – Edición: 3ª – Encuadernación: Rústica cosida
Formato: 13 x 21 cm – Páginas: 256
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