La ballena que cantaba sola: reflexiones sobre la falacia patética y la proyección humana en la naturaleza

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Cómo la historia de la ballena 52 Azul revela nuestro impulso de humanizar el entorno y el riesgo de perdernos en nuestro propio reflejo.

La «falacia patética» es un concepto que el escritor John Ruskin acuñó por primera vez en 1865 en su ensayo Pintores modernos, y que hace referencia al recurso retórico que atribuye sentimientos, emociones, y sensaciones humanas a objetos de la naturaleza. Tal como lo planteó en su libro, Ruskin consideraba el uso de la falacia patética un error, opinando que un artista debía hacer una representación del mundo veraz, realista y objetiva, lo contrario a este recurso tan manido en la poesía romántica y que, según él, denotaba una visión antropomórfica, infantiloide y deformada de nuestro entorno.

Sobre este pequeño defecto nos habla Leslie Jamison en el primer ensayo que conforma su nuevo libro, Gritar, arder, sofocar las llamas, dedicado a una vieja conocida nuestra: la 52 Azul, o «la ballena más solitaria del mundo», de la que ya os hablamos en esta newsletter. Seguramente hayáis oído hablar de ella: la 52 Azul es una ballena macho nunca vista, de cuya existencia sabemos desde 1992 gracias al sonido detectado por los hidrófonos de una base militar. Lo que hace tan singular a esta ballena es la insólita frecuencia en la que emite su sonido, superior a la habitual, lo que en principio la hace inaudible para el resto de su especie. Gracias a esta inconfundible llamada hemos podido distinguirla, rastrear sus movimientos y comprobar que nunca se ha detectado la presencia de otra ballena en su cercanía.

La fama le llegó a 52 Azul con un artículo publicado en 2004 en The New York Times, titulado «La canción del mar, a capela y sin respuesta». A partir de ese momento se desató una locura: una avalancha de cartas, un reguero de corazones solitarios o heridos que han visto en la figura del mamífero a un homólogo, un ser par, y que han convertido a «la ballena más solitaria del mundo» en «la ballena más famosa del mundo». Un cantante mexicano le dedicó un álbum, un artista de Nueva York la inmortalizó en una escultura, miles de titulares lacrimógenos han dado cuenta de su existencia y miles de personas han sentido verdaderas revelaciones al conocer su historia: el canto de 52 Azul se ha convertido rápidamente en «una especie de sismógrafo sentimental con múltiples argumentos narrativos: alienación y determinación; independencia y nostalgia; la imposibilidad de comunicarse, pero también una terca perseverancia ante el fracaso».

La realidad es que el ser humano ha proyectado sus atributos en el medio que le rodea desde siempre: la falacia patética se encuentra esparcida en nuestra mitología y tradición, desde los relatos que nos contamos para explicar el origen del mundo hasta la narrativa científica. El recurso, pese a que revela un tremendo narcicismo antropocéntrico, es una herramienta más o menos útil para reflexionar sobre nosotros mismos, y para hacer entendible la enorme complejidad del mundo que nos rodea. Como dice la misma Jamison: «El mundo natural siempre ha servido de pantalla para la proyección de los deseos humanos. (…) Proyectamos nuestros temores y anhelos sobre todo aquello que no somos –cada animal, cada montaña– y así los volvemos, hasta cierto punto, afines a nosotros. Es a la vez un acto de humildad, la expresión de un deseo y una reivindicación».

Si bien Jamison defiende el carácter simbólico de 52 Azul, también avisa del peligro de quedar sumido ante esta fascinación que nos provoca nuestro propio reflejo y que nos puede llevar a ser incapaces de ver la realidad, la naturaleza y el entorno tal como son. «Tal es el riesgo de atribuir a la ballena emociones como la soledad o el hambre espiritual (…): que ese asombro ante la naturaleza que hemos inventado nos impida apreciar la naturaleza real en la que vivimos.»

Hace años que no sabemos nada de 52 Azul. En un momento dado, dejó de cantar en esa frecuencia: «La última vez que la localizaron, su canto se situaba más bien en torno a los 49,6 hercios. Es posible que la frecuencia anterior se debiera a una forma tardía de pubertad y que, al crecer, sus vocalizaciones bajaran a frecuencias más graves».Si bien Jamison defiende el carácter simbólico de 52 Azul, también avisa del peligro de quedar sumido ante esta fascinación que nos provoca nuestro propio reflejo y que nos puede llevar a ser incapaces de ver la realidad, la naturaleza y el entorno tal como son. «Tal es el riesgo de atribuir a la ballena emociones como la soledad o el hambre espiritual (…): que ese asombro ante la naturaleza que hemos inventado nos impida apreciar la naturaleza real en la que vivimos.»

Hace años que no sabemos nada de 52 Azul. En un momento dado, dejó de cantar en esa frecuencia: «La última vez que la localizaron, su canto se situaba más bien en torno a los 49,6 hercios. Es posible que la frecuencia anterior se debiera a una forma tardía de pubertad y que, al crecer, sus vocalizaciones bajaran a frecuencias más graves».

© Anagrama (La newsletter de Anagrama)

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