El día 8 de marzo de 1914, Franz Kafka (1883-1924) escribía en su diario: «Es indudable que me encuentro metido en un hoyo que me rodea por completo pero en el que con toda seguridad aún no me he hundido por completo», y algunos meses después añadía: «Tener que soportar tales sufrimientos, ¡y causarlos!». Dos años antes, había comenzado la redacción de la que sería su obra más singular, La metamorfosis (1915) y nada nos impide pensar que detrás de este relato estremecedor haya mucho de los tristes y desarraigados sentimientos del propio escritor checo.
Dijo Borges que la más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables. Para el recuerdo perdurable le bastan unos pocos renglones. Por ejemplo: «Cuando, una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho». A partir de esta primera línea, lo que viviremos leyendo, lo que veremos en el relato, será angustioso, espeluznante y, sobre todo, terriblemente humano. Kafka no nos evitará un solo detalle de la horrorosa vida de este insecto que siente como un hombre. Lo terrorífico del relato no es la transformación en sí, a la que ni siquiera asistimos ni comprendemos por qué se ha producido, sino el hecho de que lo único que ha cambiado en ese hombre es su aspecto exterior, es decir, lo que los demás ven de él.
Gregor se ha convertido en un ser despojado de las características físicas que lo identifican con la raza humana; no puede valerse por sí mismo, ni asistir a su trabajo, ni siquiera puede levantarse de la cama; en definitiva, no puede hacer nada útil, ni para sí mismo ni para los demás. Verlo produce repulsión. La reacción de la familia, del gerente de la oficina, de la sirvienta, es de rechazo. La hermana se muestra al principio diligente, lo alimenta, es la única que se mantiene de alguna manera en contacto con él. La madre se preocupa por su hijo, pero se refugia en una actitud pasiva. El padre, de plano, se enfrenta al bicho en el que no ve en ningún momento a su hijo, lo agrede, trata de recluirlo a toda costa en su cuarto.
No creo casual que Kafka utilizara la familia como escenario para un relato que trata de la incomprensión y la soledad. Este hecho hace la historia más terrible. Conforme avanza la narración, comienza a evidenciarse la mezquindad, el desprecio, el egoísmo, la explotación de un ser por otro y la falta de caridad por un ser desvalido. Hay una triste ironía en el retrato familiar que nos ofrece Kafka.
Desde el comienzo nos enteramos que Gregor es un viajante de comercio que mantiene económicamente a su familia, y también sabemos las sacrificadas condiciones que ha tenido que soportar en su trabajo: largos viajes, hoteles de ínfima categoría, un jefe exigente y autoritario. El padre no trabaja desde hace cinco años, cuando quebró su negocio; la madre tiene asma y la hermana es demasiado joven para buscar un empleo.
Con el desarrollo de la trama comprobaremos la auténtica metamorfosis, que será la que se produce en la familia: como Gregor no puede mantenerlos, todos se ponen a trabajar sin problemas, alquilan habitaciones en la casa, despiden a la sirvienta y se asisten de una mujer que trabaja por horas. Al mismo tiempo, los sentimientos hacia Gregor también van transformándose: la hermana, que comenzó siendo la más condescendiente de la familia, sólo desea eliminarlo. El padre lo desprecia hasta el aborrecimiento. En la madre creemos adivinar una cierta preocupación por su hijo, sin que se traduzca en ninguna conducta favorable hacia él.
Mientras tanto, la actitud de Gregor llama la atención, porque en ningún momento pide ayuda. ¿Por qué? Porque se siente culpable, ¿pero culpable de qué? Su tragedia es que se ha convertido en un ser monstruoso que devora la felicidad de sus seres queridos sin que haya podido evitarlo. En el mundo kafkiano no hay crimen, sino sólo condena. A la condena de verse metido en un mundo claustrofóbico, dentro de su habitación, y de despertar con su apariencia el miedo y la repugnancia, se sumará la condena de su familia, sólo por el hecho de ser diferente a los demás, de no serles ya útil, de haber perdido la comunicación con ellos.
La metamorfosis es un relato fantástico teñido de una pavorosa sensación de realidad. Salvo la transformación inicial, no hay un solo elemento fantástico en la historia. Kafka cuenta con la precisión de un retrato fotográfico. Al igual que sus protagonistas, ignoramos las leyes que rigen los laberintos creados por la imaginación kafkiana. Podemos intuir explicaciones, buscar motivos, pero hay una parte de la intención del escritor que se nos escapa. En la esencia de La metamorfosis creo advertir el pensamiento de un hombre atrapado frente al rechazo, la incomprensión y la falta de empatía de los que le rodean, incluyendo a los que amaba y creía que lo amaban, a lo que se une la sensación de impotencia y de sentirse miserable frente a una circunstancia que se antoja irreversible.
He leído muchas veces La metamorfosis, y de esta historia tristísima siempre me ha venido a la cabeza que una mañana podemos despertar, después de un sueño intranquilo, y abrir con asombro los ojos convertidos en un miembro familiar o social inadmisible, un marginado que molesta, un indeseable, el otro, condenados por un crimen que no hemos cometido.
© José Luis Alvarado. Marzo 2024.Todos los derechos reservados. (Cicutadry)