—No te preocupes querida. Madeleine yace ya en lo profundo del mar. Al fin podemos estar juntos. —Susurró Charles abrazando por la espalda a su amada Berenice—. Fue fácil. Unas copas de más y piedras en los bolsillos.
[Un gemido]
—Sí. Duerme. Aún queda mucha noche y mañana nos espera un largo viaje, amor mío.
La profunda oscuridad de la noche imperaba en aquella habitación. El enfermo de amor se abrazó más a ella, cerrando ya los ojos.
Algo despertó a Charles en mitad de la madrugada. Percibió los ojos de su Berenice contemplándolo.
—¿No duermes? —preguntó Charles con dulzura.
—Nos espera un largo viaje. — respondió aquella voz.
Madeleine lo besó con fuerza. Charles aterrado percibió con repulsión todo el sabor a mar de aquella boca.
© Verónica Vázquez. Febrero 2024
La maldad puede correr pero no esconderse…