Cleopatra VII Filopator, la gran femme fatale de la historia y la mujer más rica del Mediterráneo antiguo, fue una sanguinaria, insaciable y perversa mujer capaz de reducir a los hombres a un estado de esclavitud o de hacerles perder la cabeza. Así pinta la historiografía a la última reina de los Ptolomeos o Lágidas, una larga saga de asesinos procedentes de Macedonia que gobernó Egipto durante diez generaciones.
Política, sexo y crimen
Cleopatra fue un animal político, buena diplomática, políglota (hablaba nueve lenguas) y culta, pero tuvo la desgracia de ser mujer en un tiempo en que mandaban los hombres, por eso Pompeyo, César, Antonio y Octavio se convirtieron en historia mientras ella se convirtió en mito, y si tuvo en sus manos el destino de Occidente también lo perdió todo.
Dio a luz cuatro hijos, uno de Julio César y tres de Marco Antonio, pero su suerte estaba echada desde su mismo nacimiento, en el 69 a. C. Tras ser derrotada por Octavio Augusto se suicidó a los treinta y nueve años, en el 30 a. C., dando fin al período helenístico que había comenzado con la muerte en el 323 a.C. de Alejandro Magno.
Era la segunda hija de Ptolomeo Auletes, descendiente de Ptolomeo Sóter, uno de los ambiciosos generales y “amigos” de Alejandro que se repartieron su imperio no sin antes eliminar a los hijos, esposas y a la madre del conquistador macedonio. Aunque los historiadores discuten si Cleopatra era hija de la reina Cleopatra V Tryphaina (la hermana y consorte de su padre) o de una esposa secundaria, una aristócrata egipcia que pertenecía a la familia del sumo sacerdote de Path. Este tipo de unión era habitual en la corte faraónica desde tiempos inmemoriales y no inhabilitaba para reinar.
En cualquier caso y fuera quien fuera su madre, Cleopatra utilizó una estrategia de supervivencia con la que consiguió mantenerse en el poder veintidós años (desde los dieciocho), pero lo hizo en un período convulso, el de los últimos días de la República de Roma y sus guerras civiles que darían comienzo al Imperio. Y a pesar de su caos intestino, los romanos acabaron con un estado egipcio milenario aunque decadente e inmovilista, aferrado al pasado. No le quedó más remedio a la última de los Lágidas que aliarse con los hombres más poderosos de su tiempo y eliminar a sus hermanos Ptolomeo XIV y Arsínoe si quería seguir en el trono y evitar sublevaciones, un comportamiento frecuente entre estos soberanos, baste recordar que años antes su padre, Ptolomeo XII Auletes, había ejecutado a su hija Berenice; y que Ptolomeo XIII, el hermano-marido de Cleopatra, había intentado deshacerse de ella.
Cleopatra recibió una formación exquisita en Alejandría, la capital del Egipto ptolemaico, uno de los principales núcleos intelectuales de la Antigüedad con la Biblioteca y el Museo al frente. Dominó el arte, la geografía, la historia, las matemáticas, la filosofía y las lenguas más importantes de su tiempo, además se convirtió en el primer miembro de su dinastía que aprendió el egipcio. Por entonces en aquel país las mujeres estaban mejor consideradas que en cualquier cultura y disfrutaban derechos y libertades impensables. Curiosamente los Ptolomeos, a pesar de su origen macedonio, no apartaron a las mujeres del poder sino que se casaron con sus hermanas como era la costumbre de la monarquía egipcia. Ello otorgó a las féminas de su estirpe la posibilidad de reinar y de implicarse en el parricidio y el fratricidio por el trono, principal causa de su inestabilidad.
Clepatra y César
Corría el año 48 a. C. y Alejandría era una vasta metrópoli donde proliferaban la perfidia, el libertinaje y la delincuencia, al menos desde el punto de vista de los romanos que aunque se pintan a sí mismos como los salvadores de Egipto, en realidad necesitaban los graneros del exótico y milenario Egipto para asegurarse los suministros de trigo. Pero, los alejandrinos eran un pueblo belicoso de un millón de habitantes, cifra que solo superaría la Ciudad Eterna años más tarde, capaz de levantarse contra los gobernantes impopulares y no estaban dispuestos a convertirse en súbditos de Roma. Julio César acababa de desembarcar y se encontraba enfrascado, además, en plena guerra civil contra Pompeyo.
Ptolomeo XII, el padre de Cleopatra, era hijo de Ptolomeo XI y de una concubina. Esto, como hemos indicado no invalidaba para reinar, muchos faraones del antiguo Egipto fueron hijos de mujeres del bien nutrido harén real, pero Roma aprovechó la circunstancia para declararlo rey “ilegítimo” y nombrarse heredera de Ptolomeo XI. Sin embargo, Ptolomeo XII consiguió que los triunviros Pompeyo, Craso y César lo confirmaran como heredero de su padre a costa de un alto precio económico que le llevó a subir los impuestos, lo que a la larga supondría el fin de su estirpe y del reino, ya que sus descendientes estaban en una posición de debilidad frente a los romanos y enfrentados a su propio pueblo que tenía un historial beligerante de alzamientos contra sus soberanos. De este modo la sumisión de Ptolomeo XII a los invasores le llevó a exiliarse en Roma mientras los alejandrinos coronaban a su hija Berenice.
Cuando Ptolomeo XII regresó a Alejandría llevó a cabo una sangrienta represión que incluyó la ejecución de su propia hija, la reina “usurpadora”. Los romanos volvieron a aprovechar la situación para declararse “custodios” de los nuevos reyes, el matrimonio formado por Ptolomeo XIII y su hermana Cleopatra, trasuntos de la pareja divina, Isis y Osiris. Sin embargo, las intrigas de Cleopatra por reinar en solitario (es de suponer que quería librarse más que de su hermano, que era un niño y por tanto un títere, de los ambiciosos consejeros de este) la llevaron a huir de la corte en el 49 a. C.
Soplaban vientos favorables para la reina de Egipto, la guerra civil entre Pompeyo y César llevó a ambos hombres a sus puertas. Los consejeros de Ptolomeo XIII le cortaron la cabeza al derrotado Pompeyo y la enviaron a César. En este contexto Cleopatra, ajena a dicha maniobra, se reunió con César clandestinamente, ya fuera escondida en una alfombra como cuenta la leyenda o no, y recuperó el derecho a reinar junto a su hermano, así como la soberanía de Chipre que los romanos le habían usurpado. Bien se enamorase de ella César (que estaba en la cincuentena) o bien porque era ella la más indicada de su familia para reinar, fue una victoria absoluta de Cleopatra.
Pero los combativos alejandrinos se sublevaron contra César y lo sitiaron en el palacio real. A la cabeza de la revuelta se situaron Ptolomeo XIII y la otra hermana de Cleopatra en discordia, Arsínoe, mejor dicho sus consejeros, las personas que movían los hilos del poder. Cuando los romanos derrotaron a los insurrectos (de resultas de esto murió Ptolomeo XIII), Arsínoe fue capturada y llevada a Roma. Como Cleopatra había apoyado a César, este la nombró junto a su hermano superviviente, Ptolomeo XIV, reina de Egipto. Para celebrar su victoria realizaron un crucero por el Nilo con una comitiva de cuatrocientos barcos.
Pero en el 47 a. C. César tuvo que dejar Egipto para sofocar una rebelión en Asia Menor y la pareja no volvió a verse hasta el año siguiente, en que Cleopatra y su hermano Ptolomeo XIV viajaron a Roma a recibir el honroso título de reyes aliados y amigos del pueblo romano. Para algunos historiadores Cesarión fue engendrado en Egipto, para otros en Roma, precisamente durante dicha visita.
En cualquier caso lo cierto es que César se aproximó a los usos y costumbres orientales, entre otras cosas conducía un carro egipcio, se hizo construir una silla curul copiada del trono de los reyes ptolemaicos, su nueva acuñación de moneda… todo parece indicar, a decir de algunos historiadores, que pretendía convertirse en rey de Roma, idea que se ve reforzada por su relación con Cleopatra. En definitiva, el desenlace de dicha política fue su asesinato en el año 44 a. C. Como es lógico, Cleopatra, que no contaba con las simpatías de los romanos, tuvo que regresar a toda prisa a Egipto.
Una vez en su país, su hermano el rey Ptolomeo XIV murió oportunamente (¿envenado?) y subió al trono en su lugar Ptolomeo XV César, conocido como Cesarión (el pequeño César), junto a su madre. El resto ya es otra historia.
Imágen: Jean Leon Gerome, Cleopatra ante César, 1866, óleo pérdido.
Stacy Schiff, Cleopatra, Destino, 2011.
Susana Soler, “Cleopatra: yo soy Egipto”, en Clío, núm. 22, pp. 22-35.
Amelia Die et. al., “Un sueño que fue real: Antonio y Cleopatra”, en Muy Historia, núm. 40, pp. 40-41.
Inés Blasco Hidalgo, “¿Dónde está la tumba de Cleopatra?”, en Clío, núm. 7, p. 92-97.
© Ana Morilla. Febrero 2024.Todos los derechos reservados.