Se conocieron un día cualquiera, que, al parecer, ninguno de los dos recuerda, en un lugar muy poco romántico, pero bastante contemporáneo, conectaron no por casualidad y sí por causalidad.
Ena y Leo vivieron un primer encuentro fluido, feliz y profundo, al menos así lo recuerda ella que llevaba mucho tiempo sin abrir la puerta de su corazón.
Él la invitó a comer y ella sin mayores reticencias y, curiosamente, pocas dudas aceptó, fijaron el día y la hora con simplicidad y no volvieron a hablar hasta unas horas antes del tan esperado momento.
Llegó la fecha señalada, Ena se arregló sin mucho esmero porque hacía tiempo que había dejado de crearse expectativas en tema de citas, pero una vocecilla en su cabeza le decía que este podría ser un día muy especial. En el tono de voz de Leo, su determinación al invitarla y la corriente de simpatía que surgió entre ellos desde la primera palabra que cruzaron se podía intuir que vivirían un bonito momento.
Al verse y estar uno frente al otro se abandonaron en un apretado abrazo, como si se conocieran de toda la vida, al juntar sus torsos ella sintió como si se desprendieran rayos luminosos que al conjugarse sellaron una especie de pacto tácito de complicidad.
Después del abrazo y los saludos de rigor para dos viejos conocidos que se ven por primera vez, comenzó, oficialmente su primera cita.
El día se les regaló soleado, cálido y acogedor, habían quedado en las puertas de un mercado de esos en donde todo es bullicio, colores, olores…, sitio poco común para una primera vez, pero tan real y encantador como la vida misma.
Allí, apenas a unos pocos momentos de conocerse, ya se trataban como buenos amigos o al menos eso sentía ella. Él se portaba como todo un caballero, atento, disponible y con tales destellos de creatividad que la dejaron encantada.
Luego de una comida muy formal en un restaurante italiano, elección muy acertada de Leo, compartieron unas deliciosas frutillas en una banca del parque cercano, bajo el cobijo del sol y el aroma refrescante de la naturaleza. Nada más lejano de aquellas citas nocturnas, en lugares concurridos, vino de mala calidad y, posiblemente, segundas intenciones, de esas había tenido ya muchas, quizás demasiadas.
Hoy estaba viviendo un encuentro real, hermoso de esos que siempre se recuerdan.
Ena y Leo conversaban animadamente, intercambiando historias e intentando darse a conocer uno con el otro, era una conversación alegre y a la vez íntima, pero ella en su diálogo interno sonreía con sorpresa y emoción por tan placentero momento, sin saber ni preocuparse por lo que pensase su acompañante, a estas alturas solo quería vivir ese momento que marcaría en su calendario como una fecha especial.
Por instantes, escudriñaba con disimulo la expresión del rostro de aquel hombre sentado a su lado que podía describir como guapo, interesante, diferente y sensible, intentando adivinar qué pasaría por su cabeza, ¿Estaría disfrutando tanto como ella de ese primer encuentro?
Sorprendida y dichosa de lo fácil y amigable que estaba resultando esa conversación donde ninguno de los dos aparentaba ser alguien que no era, sólo querían conocerse, compartir soledades, o simplemente un bello día juntos.
No existían prisas ni otros compromisos, solo dos personas cuyas almas se conocían ya desde la antigüedad, entre charlas y risas llegó el momento de la merienda, cuando después de un café parecía ser la hora prudente de despedirse y así lo hicieron.
Se separaron no sin antes regalarse un largo abrazo pleno de calor humano, un tierno beso y un hasta luego.
Y mientras Ena se alejaba de Leo sonriente y soñadora, un solo pensamiento resonaba en su cabeza:
¡EL AMOR PUEDE ESPERAR!
“El amor puede esperar.” Una frase que encierra una gran verdad. Porque el amor, en su esencia, no es un instante fugaz, sino que permanece latente, aguardando su momento. Si esto es cierto que puede esperar, es porque ya peviamente existe el amor. No surge de la nada, sino que se gesta en el corazón, en la conexión profunda entre dos. Que espere o no es cuestión de otros aspectos, de las circunstancias que rodean a los dos. Y es aquí donde aparece la magia de la narración. Una escritora como tú, Daniela, puede describir el amor con nitidez desde su corazón. Puede darle forma a esa espera, convertirla en un poema, en una historia que nos conmueve y nos invita a reflexionar.
Muchas gracias por estar ahí, por compartir tu visión del amor y por dar vida a este relato. Tus palabras son una senda de aquellos que esperan, a veces sin saber por qué, anhelando encontrar el amor verdadero.
Rafa, gracias por tus palabras. El amor fue, es y será la fuerza que mueve al ser humano.
Que bonita!
Me ha gustado mucho.
Está claro que el amor no se debe de buscar, porque se siente y cuando se siente, se transmite.
Muchas gracias Daniela. 😘
Gracias a tí por tomarte el tiempo de leerme y tú bello comentario.
Que bonita historia…q natural y a la vez idílica, gran reflexión….
El amor puede esperar, el amor está en nosotros, y en como lo compartimos para mover el mundo. Precioso relato Daniela💜
Así es Saray, el Amor en sus infinitas formas es lo que señala el sentido de nuestra vida. Gracias.
Dani, creo firmemente que el relato se complementa con los comentarios de los lectores que aportan su emocionalidad y forman el mensaje completo… Esta bien que los lectores también se expresen y hablen a través de esta posibilidad. Gracias.