Descubre un intrigante misterio en este cuento de anticipación y criminalística, donde el autor Rafael Casares te sumerge en un mundo de nuevas y asombrosas perspectivas mientras un singular comisario desentraña un enigma que en principio parece un accidente.
Granada, un futuro no muy lejano. Las calles, un mosaico de luces de neón y sombras, resonaban con el eco de un dialecto singular, el nominado popularmente como “catalus” concretamente la variante oriental que se hablaba extraoficialmente hasta la propia Murcia. Granada era ahora una ciudad mediana, aunque cosmopolita, donde la historia y el futuro se entrelazan. En ella, ejerce, investiga, Sebastián Mundolo, pero este no es un detective como los demás.
Siempre se le veía ataviado con sus antiguas chaquetas de cuero cruzadas y relucientes acharoladas de motorista y sus pulcras botas similares a las de paracaidismo, Sebastián destacaba entre la multitud. Su figura alta y delgada, adornada con vaqueros ajustados, se movía con la gracia de un felino por las calles todavía adoquinadas.
Pero donde se le podía encontrar casi cada día, a la hora del aperitivo, era en una conocida enoteca del centro cerca de las playas del lago Genil, que estaba en ese lugar desde que se hizo una gran represa en la ciudad. En su mano izquierda destacaba siempre, como una señal de identidad, una finísima copa de vino, siempre un vino de calidad, un vino exquisito, de los pocos que quedan ya de auténticas uvas y no sintéticos de tanque de procesamiento clónico.
Eso sí, la gracia del asunto es que este vino si podía embriagar, como el vino hizo toda la vida, no era ilegal en este momento en Granada, pero si alegal, eso Mundolo podía tolerarlo. El vino sintético, sin embargo, estaba diseñado del modo correcto para que no se subiera a la cabeza. La pasión del comisario por la enología era tan popular como su habilidad para resolver los casos más enigmáticos, ambos les resultaba necesarios para mantenerse mentalmente en forma.
La noticia del día que había llegado de madrugada a la central asistente de inteligencia artificial del centro de mando de la Universitat, sede del gobierno colonial, era el misterioso fallecimiento de un conocido político, al parecer uno de mucho renombre en las noticias.
Fue encontrado por el limpiador autónomo 08E en una habitación salón dormitorio cerrada, alquilada a nombre del político a la Universitat con la justificación de “actividad de sala de juntas”, sin signos evidentes de violencia. La IA estaba autorizada para entrar en ese departamento, sin tocar nada como era preceptivo en este tipo de casos, e hizo fotos con los 4 pares de cámaras del robot para enviar el informe del deceso, pero lo que no se podía discutir es que “as dead as a doornail” que señalarían los dirigentes; “más muerto que Carracuca” hubieran dicho antes, el hombre estaba en el suelo frito, patitieso, con cara de pasmo con un rictus de dolor y de sorpresa. Un asunto perfecto para las notables destrezas de Sebastián.
—Otro caso de habitación cerrada ¿eh? —Le pareció que si se sospechaba de un asesinato el estaría ahí para resolverlo, sonrió pensativo “siempre hay asesinos inexpertos que creen que son muy listos, que pueden engañar a la policía”.
En la comisaría, su amigo y contrapunto esperaba caminando nervioso, un hombre alto, de ojos azules y coleta reglamentaria más larga de lo habitual, el policía autorizado Cobo de complexión robusta, mirada fija y maneras bruscas, como cada día estaba impaciente por empezar.
Cobo, amante del vino peleón sintético oficial, miraba con menosprecio los finos y caros vinos de Sebastián, un dispendio absurdo y peligroso. El agente encontraba curiosas y hasta insufribles los sorprendentes y altaneros asertos de su comisario sobre los casos, que podría sacárselos cómodamente del bolsillo.
En un principio parecían puras exageraciones esas teorías suyas, pero al final resultaba que eran verdad, se llevaba el sorpresón. Y a eso se debía que le tuviese un respeto desusado. A pesar de eso, el policía internamente se quedaba encandilado, por eso y por sus maneras disconformes, era su jefe, pero aceptando eso por oficio, más quería que fuese su amigo y daría la vida por él. Pero todo eso Cobo nunca lo reconocería pues sabía perfectamente que el orgullo era su principal defecto.
—¡Sebastián! ¿Qué tengo que hacer hoy? —preguntó el ayudante, con su habitual tono burlón.
—Acompañarme y arrimar el hombro como siempre.
—Mmm… Esto parece más un accidente o un infarto ¿no te parece? –comentó el agente, con una mezcla de frustración y confusión.
—Mi querido Cobo, la precipitación nunca fue buena maestra. Las apariencias, a menudo, son il·lusori —respondió Mundolo con una sonrisa sutil—. Con meticulosidad, introdujo en su maletín un detector de feromonas en miniatura.
—Un enigma digno de nuestro tiempo. Parece un truco de magia. Un político muerto y una habitación cerrada sin salidas ni entradas —respondió Sebastián, revisando atentamente los informes en sus visores, pero sin quitarle ojo al exterior.
—¿Magia? Más bien parece un buen trabajo de limpieza, bromeó Cobo, pasando las páginas del informe.
Sebastián observó con los visores las completas fotos de la escena del crimen tomadas por la IA con el protocolo decés. Algo de lo que veía o no veía le hizo sentirse incómodo.
—Necesito ver esa habitación ahora mismo, murmuró.
Ambos asignados al caso automáticamente por la IA se trasladaron esta vez en un vehículo aprobado a la escena del crimen, una habitación decorada con sofisticación anacrónica. La calefacción resaltaba como un bofetón de calor en la cara, estaba sorprendentemente alta para una noche como esta, dejando un fuerte olor a muebles barnizados de mobiliario oscuro. Sebastián extrajo de su impecable estuche de piel de avestruz sintética, su detector de feromonas, “ferogoniómetro” lo llamaba, un aparato que parecía pertenecer a otra época y comenzó a examinar la estancia. era increíble verlo manejar instrumentos no incluidos en su equipamiento digital, parecía algo del pasado manejando con su mano una pequeña caja negra con botoncitos y luces parpadeantes. En su carcasa resaltaba algo similar a dos pequeñas antenas paralelas con forma de copa.
A primera vista no revelaba nada fuera de lo común. Pero los años de investigador le habían hecho que no confiara en las primeras impresiones si están eran obvias y previsibles.
—¿Qué es eso, otro juguete con sus trucos raros? —Pregunto Cobo, escéptico, mirando con curiosidad el dispositivo.
—Algo así —replicó Sebastián con una sonrisa—. Pero este juguete puede revelar lo que tus sentidos no pueden percibir. Y comenzó a escanear la habitación.
—¿Qué es?
—Una especie de nariz dijo riendo travieso.
—¿De verdad crees que esa cosa nos dirá algo? —preguntó Cobo, aún escéptico.
—Solo espera y observa —replicó el comisario, concentrado en los gráficos.
El detector zumbó, señalando un área cerca de la puerta. Sebastián se arrodilló, observando donde tuvo que encontrarse la alfombra.
—Interesante, murmuró.
El detector indicó la presencia de muchas feromonas habituales en la habitación de “juntas” del político… nada que destacar salvo unos curiosos rastros químicos.
—¿Agua y sal?… Vaya… Esto se está poniendo de escándalo —murmuró el criminalista—. Estamos ante un crimen muy ingenioso. El agua salada es un gran conductor de la electricidad. Alguien usó esta alfombra como arma para dar un choque eléctrico mortal.
—¿Y quién sería capaz de algo así? —preguntó Cobo—. Su confusión crecía.
Mundolo, pensativo, se dirigió hacia la ventana, mirando el reflejo de la luna sobre el lago artificial del Genil. La ciudad, ahora un crisol de lo antiguo y lo moderno, guardaba secretos en cada esquina, siempre lo había hecho.
—Eso es exactamente lo que debemos descubrir. Estos políticos tienen muchos enemigos entre los suyos… y son muy poderosos —concluyó.
Caminaron hacia el apartamento de la joven amante del político, una mujer de belleza enigmática y mal encarada tal y como aparecía en los informes de la central.
La investigación los llevó por el casco histórico de Granada, una zona peatonal donde lo antiguo se fusionaba con lo nuevo. En las enrevesadas calles de la zona de Granada antigua y de la moderna del último tercio del siglo veintiuno. el cielo centelleaba con haces de luz color neón eso suponía que funcionaban los detectores y destructores de misiles imprevistos.
La lengua mixta de “catalus” resonaba constante por las calles y comunicaciones, una melodía extraña pero familiar. Sebastián Mundolo caminaba con aire confiado. cuando iba de paisano se sentía orgulloso de su cabello suelto. En otros momentos más oficiales llevaba la coleta establecida para hombres y mujeres de la corporación. Su vestimenta autorizada había sido hecha a medida por supuesto, para eso tenía accesible en la Universitat la impresora de tejido.
Mundolo era la de un hombre de razonable edad, gestos parsimoniosos y mirada penetrante. Se había forjado un nombre en el mundo de la criminología. No solo por su estilo, sino por su habilidad para desentrañar los misterios más complejos. Esta noche, la ciudad vibraba tras la horrible muerte de un prestigioso político en circunstancias misteriosas.
Murmuraba algo para sí mismo mientras se aproximaba a la escena del crimen. A su lado, para ir a su paso casi correteaba su amigo y contraparte, el eficiente Cobo.
—Sebastián, esto parece un accidente, ¿no le parece? No hay nada en la habitación que sugiera lo contrario —comentó el agente, con un ademán de frustración y rascándose nerviosamente la barbilla.
—Mi querido Cobo, siempre tan precipitado por arrojarte a conclusiones aparentes. Pero recuerda, las apariencias pueden ser engañosas —replicó Mundolo con una sonrisa leve.
—Mejor no comentar algo de lo que no tenga, pruebas suficientes ¿De acuerdo? Me calienta la cabeza tener que pensar siempre de forma ilógica—indicó el policía un poco irritado.
La habitación del político estaba impoluta, con su alfombra terrosa y muebles oscuros, exudaba sofisticación. Se advertía inmediatamente que la calefacción estaba al máximo, sorprendentemente para una noche de primavera, lo que despertaba incomodidad y más el fuerte olor a casa antigua. Era una circunstancia extraña en esas tórridas noches del marzo granadino.
—¡Que quiten de una vez la calefacción! — Gritó mirando a su ayudante.
El comisario se arrodilló junto a la alfombra, casi olfateándola. Con parsimonia sacó de su maletín de oficial un detector de feromonas en miniatura, un dispositivo de última generación. Vamos a ver qué secretos puedes revelarnos —murmuró, escaneando la habitación.
—¿De verdad cree que esa cosa puede decirnos algo? —Preguntó Cobo, escéptico.
—Solo espera —respondió el comisario, el dispositivo emitió un aviso, señalando un patrón inusual.
—¿Detecta la presencia en el aire de feromonas de alguien inusual, del asesino?
—No, este detector también compara en el registro de ciudadanos. Con un vistazo observó los gráficos de sus visores inalámbricos adaptados. —Cobo puso cara de no saber que estaba mirando.
—Y sí… se encuentran las feromonas de la amante por todo el habitáculo, pero es normal, venía la amiga aquí varias horas al día, para hacer lo que fuese que hacían, la cama era el sofá.
—Pues sí que “trabajaba” este político—terció Cobo con sorna.
—Además fíjate en el tamaño y la calidad de la holovisión que tenía instalada, podría pasarse las horas muertas aquí. No es relevante en el caso. Pero este atuell que he traído tiene más sorpresas, puede detectar los rastros de la mayoría de las sustancias químicas, aunque se encuentren en minúsculas cantidades. El policía miraba el aparato de hito en hito.
—¡Ah, interesante! —Exclamó—. Hay rastros de sal aquí, Cobo, mucha sal. Y también hubo agua mineral, pero ya se evaporó completamente, aunque quedaron los minerales —reveló Mundolo.
—¿Agua y sal? ¿Qué significa eso? —Cobo frunció el ceño y se rascó la barbilla, confundido.
—Significa que estamos ante un asesinato muy ingenioso. Alguien utilizó esta alfombra, típica para cambiarse el calzado, para estando descalzo descargarle un mortal choque eléctrico.
—¿Pero ¿cómo? No hay nada aquí que pueda…
—Exacto, Cobo. No hay nada aquí ahora. Pero hubo algo. Alguien planeó de forma estudiada y meticulosa un crimen, a los datos me remito.
—¿Agua y sal? ¿Qué significa eso? —Cobo frunció el ceño, confundido.
—¿Y quién sería capaz de hacer algo así? —Dudó el ayudante.
Mundolo se puso en pie, se acercó a la ventana del picadero, “que vistas más privilegiadas” pensó. Su mirada perdida por un momento se dirigió al reflejo de la Luna sobre el rio Genil ensanchado y naturalizado artificialmente de los últimos años. Hasta que se consiguió que desaguara en un lago en la mitad de las antiguas tierras de cultivo, haciendo incluso una playa con arena traída en barcos del Sahara. A su alrededor se había construido una nueva parte de la ciudad, en base a cientos de cubículos unipersonales de veinte metros cuadrados, un lujo.
—Eso es lo que tenemos que averiguar partir de ahora si queremos terminar con el trabajo hoy mismo.
La investigación los llevó de nuevo por las estrechas calles de lo que ha quedado del casco histórico de Granada. Donde el moderno estado pan- mediterráneo en ciernes, ahora imperante en esta región, mezclaba lo moderno con lo histórico en una amalgama de colores y sonidos que dicen son únicos.
El comisario y su contrapunto se dirigieron a pie, ventajas que tenía ahora esa ciudad, una zona muy bien constituida para caminar, ya que el tráfico oficial de medios de transporte estaba totalmente restringido, al no haber comercios ni lugares donde ir demasiado lejanos. Tampoco había necesidad de tanto vehículo hidroeléctrico público, incluso para la policía, que contaba con medios escasos.
El habitáculo de la joven amante del político no estaba a más de treinta minutos del “loft” que pagaba el político. Ella, de belleza enigmática y ojos abatidos, los recibió con un gesto de cortesía forzada, parecía afligida. Era una mujer veinte años más joven que el político, enjuta, con una gran mata de pelo negro liso, ojos decorados de verdadero kohl de Marruecos que le hacía evocar una mirada perspicaz que a todos impresionaba. Sus ojos casi egipcios sugerían más de lo que dejaban ver.
—Señorita, estamos investigando el fallecimiento de su… amigo. Necesitamos hacerle algunas preguntas, dijo Cobo, intentando suavizar su tono habitualmente áspero.
Al entrar en su habitáculo de veinte metros, Sebastián notó la tensión en el aire. La mujer, vestida con sencillez una camiseta ajustada y unos pantalones tipo leggins con unas botas de mediacaña, todo del mismo tono de negro. Se movía con una elegancia innata y sensual que en su momento supo captar las atenciones del político. Ella los recibió con un gesto de corrección fingida, pensando en cómo diablos hacerlos salir sin que se enojaran.
—Claro, hagan sus preguntas, —respondió ella, su voz apenas audible con los labios apretados, sus ojos se achinaron por el recelo del encuentro.
Mientras Cobo interrogaba, Sebastián observó sus convulsas manos, el brillo fugaz, un vislumbre indefinible en sus mirar. Sintió que algo no encajaba.
—Señorita ¿dónde estaba usted la noche del incidente? —Preguntó.
—Estaba aquí, sola —respondió y evadió su mirada.
—Muy oportuno —murmuró Sebastián—. ¿No le pareció extraño el calor en el apartamento?
La mujer parpadeó, sorprendida por la pregunta.
—No.… no tengo idea de eso. Ayer no estuve en la habitación y no pude salir porque daban en la holovisión una serie china que me gusta mucho.
—Veo que cuenta con una pared de holovisión de las caras.
—Sí, él me lo regaló, para que no me encontrara sola cuando tenía sus continuas reuniones y apalachines interminables.
—Muy generoso por su parte.
—¿Usted cree? Sabe que no me podía perder este episodio de ayer.
—¿Qué serie es esa que está viendo con tanta preocupación? —Preguntó Cobo curioso.
—Es un drama chino sobre el cuidado de personas mayores, “Laorén” parece que se llama.
—Si es cierto, el de ayer era un episodio especial de ciento veinte minutos de duración. Mi mujer siempre lo ve, lo han traducido aquí como “Cuidant a grans”
—Pues entonces su mujer está de acuerdo conmigo —expresó la joven con una mueca de convencimiento y tono de final de conversación, con la mano les indicó que salieran por la puerta.
Tras salir del apartamento, el agente miró a Sebastián con dudas.
—¿Crees que ella…?
Sebastián asintió lentamente.
—Hay algo que no encaja, Cobo.
Necesitamos volver a revisar la escena del crimen de nuevo, la revisión visual es fundamental siempre, pero más en una investigación como esta tan comprometida con la gente autoritaria que nos presionan —Sentenció—.El policía asintió confirmando silenciosamente lo escuchado.
—Necesitamos revisar nuevamente la escena del supuesto crimen.
De regreso a la habitación del político, Sebastián se concentró en el lugar donde se encontraba la alfombra de cambio de calzado.
—Cobo, piensa. Si quisieras electrocutar a alguien sin dejar rastro ¿cómo lo harías, piénsalo con perspectiva?
El hombretón frunció el ceño y reflexionó un momento.
—Supongo que necesitarías algo que de modo que no quedara rastro, o que desaparezca… como el agua.
—Exactamente. Agua con sal, para ser precisos. El agua dulce es un mal conductor, pero la salada es un conductor perfecto para dar un choque eléctrico. Y luego, con la calefacción alta, asegurarse de que todo rastro se evaporara.
—Eso significaría que la señorita…
—Sí, Cobo. Ella sabía de la condición cardíaca de él. Sabía que sería fatal.
Mientras se dirigían a confrontar a la amante con sus conclusiones, Sebastián reflexionó sobre la ironía de la situación. “Un asesinato planeado con meticulosidad, escondido tras la apariencia de una desgracia, revelado en un tiempo record por una combinación de tecnología puntera y habilidades mentales”.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de todo esto? —preguntó Cobo, mirando a Sebastián con una mezcla de admiración y asombro.
El investigador sonrió con una sonrisa sarcástica y dijo enfáticamente.
—A veces, el vino más complejo es aquel que revela sus secretos lentamente, sorbo a sorbo.
Con la sospecha firmemente en mente, Sebastián y Cobo regresaron al apartamento de la amante. La tarde había caído sobre Granada, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados como desde hace miles de años, un telón de fondo dramático para el desenlace que se avecinaba.
Ella los esperaba con una emoción de hastío en su gesto.
—Señorita, necesitamos hablar sobre la noche del incidente, comenzó Sebastián, su tono era calmado pero firme. —Creemos que usted sabe más de lo que nos ha contado.
La mujer los miró, en sus ojos oscuros brillaba una mezcla de miedo y desafío. — No sé de qué están hablando. Ya les dije todo lo que sé. No tienen que sospechar de mí. Si yo lo hubiera hecho estaría yendo en mi propia contra ¿No les parece?
—En caso de que fuese usted… pudo tener otros motivos.
—¿Por qué habría de matarlo si él me pagaba mi buen jornal y me conseguía muchos privilegios que como ciudadana no hubiese tenido? —Le contestó desapaciblemente al comisario.
—Eso que dice es ilegal ninguna mujer puede vender su cuerpo, eso lo tiene claro ¿No? Pero este político quizá había encontrado a otra mujer, otra todavía más joven que usted. —Mundolo utilizaba sus pretendidas artes psíquicas—. Ella lo miró de un modo atravesado que impresionó a Cobo, aunque, peores cosas había visto en su dilatada carrera.
Sebastián se acercó, su intuición psíquica estaba pulsando como una presión en su frente, en su rostro no afloraba ningún tipo de esfuerzo. Pero tenía que aparentar que sus deducciones se debían a otra cosa que no fueran sus facultades psíquicas.
—El agua salada, la calefacción alta… Fue un plan inteligente, pero desgraciadamente para usted incluso los mejores planes dejan rastros. Estaba tan segura de su faena que ni siquiera se le ocurrió la idea de netejar manualmente con lejía el suelo bajo la alfombrilla para eliminar rastros, un despiste muy afortunado para nosotros.
La expresión de la mujer cambió ligeramente, una fisura en su máscara de indiferencia. El veterano subalterno, observaba con atención, e intervino bruscamente, merecedor de su fama, como un perro de presa.
—¡Sabemos que estuvo en la habitación esa noche! Las cámaras de seguridad de esta zona lo atestiguan sin duda. Aunque todos los días hacía lo mismo, ayer salió más temprano que otras tardes, lo hemos comprobado. Sabemos sobre cómo dispuso el cable, el generador con su mando a distancia y la alfombra.
Lo esperó sentada como siempre en el sofá, con una sonrisa observó cómo se descalzaba como siempre para cambiarse las sabatillas. Entonces pulsó el botón de conexión, cuando el hombre cayó como un trapo al suelo, desconectó a distancia la carga. Sabemos cómo a la salida del apartamento se llevó después la alfombrilla de intercambio dentro de una bolsa de basura para deshacerse de lo que pudiera incriminarla, seguro que ahora están en la parte más profunda del Genil. Lo que no sabemos es el por qué.
Un silencio tenso llenó la habitación. Finalmente, la mujer suspiró, se vino abajo, perdió la rigidez de su postura, su tono de voz cedió.
—Como ha adivinado usted el muy porc iba a dejarme… por otra más joven y codiciosa. No podía permitirlo, me iba a quitar mis concesiones de comida de cubículo, de todo… Tenía que hacer algo.
—¿Asesinarlo… Por ejemplo? —preguntó Sebastián—. Su voz suave estaba cargada de reproche.
Ella bajó la mirada fija.
—No tenía otra opción. Tenía problemas cardíacos… me había comentado él mismo que no podía sufrir emociones o un shock demasiado fuerte, tenía que ir siempre con mucho cuidado…sabía que funcionaría, nadie se molestaría en hacerle la autopsia a un tipo tan importante. Aunque él no tuvo las agallas de decírmelo cara a cara me enteré de que me quería abandonar para el mes que viene y tuve una semana para prepararlo todo.
Mientras Cobo llamaba para solicitar refuerzos y proceder con la detención, Sebastián se quedó contemplando a la mujer.
—Nunca hay justificación para tomar una vida que no sea suya —Sentenció.
De regreso en la comisaría de la Universitat, Cobo y Sebastián compartieron los detalles del caso con sus compañeros uniformados, disfrutando así de un merecido descanso tras una noche de estrés. Cobo, con su vino de costa artificial preparado en la mano, miró a Sebastián.
—Tienes que admitir, fue un caso complicado. Aunque, como siempre, tus ‘corazonadas’ resultaron ser acertadas.
El jefe sonrió, saboreando su copa de vino auténtico. Como una especie de tradición particular no hay en el equipo ningún cambio en su rutina diaria, siempre celebraban sus éxitos del mismo modo. En este caso había sacado el comisario de su taquilla un “purgatorio” del 2046, muy buena cosecha, traída de los almacenes de la metrópoli. Bebía como siempre el vino a pequeños sorbos, paladeando cada carísima gota, como si fuera la última, meditando en su pleno sabor, por eso solo tomaba una copa al día excepto cuando celebraban la solución de un caso, entonces se tomaba dos.
—A veces, la clave está en mirar más allá de lo obvio —dijo mirando al vacío— Y otras veces, simplemente se trata de escuchar lo que la intuición te dice. Si hubiéramos resuelto el crimen con un simple informe de accidente cardiaco nos habríamos ahorrado mucho tiempo de pesquisas, pero habríamos dado la espalda a la verdad.
—Eso no es muy común hoy, que todo el mundo quiere las cosas fáciles y sin molestias —comentó Cobo moviendo la cabeza.
—Ya sabes que en esta comisaría nosotros no somos así —Espetó el criminalista.
Cobo intentó imitar el estilo culto del comisario diciendo con cara de darse importancia “En la antigua España había un refrán que decía: Por la mañana el vino se toma para el humor, por la tarde para el apetito y por la noche para el sueño dulce”. Mundolo río francamente ante esa ocurrencia de su amigo.
—Hay que tener cuidado con las referencias que hacemos. Nosotros estamos bebiendo vino hoy a las dos de la madrugada y no es dulce precisamente, tenemos que estar despiertos para terminar los procedentes informes que se van a leer con detenimiento.
Los colegas de Cobo que se encontraban también esa noche de guardia se reunieron para escuchar este nuevo episodio y esperaban reírse un rato esa noche. Estaban apoyados en la tarima del dispensador automático de vinos de la comisaría, no estando autorizadas otras bebidas, se rieron aún incrédulos ante las inusuales técnicas de Sebastián.
Pero para Cobo, había algo de respeto en su tono, una admisión tácita de que, por muy excéntrico que fuera Sebastián Mundolo, era un investigador excepcional.
—Quizás algún día entenderé cómo funciona esa cabeza tuya, dijo el ayudante, levantando su copa en un brindis no solo por el caso resuelto, sino también por la singular amistad que compartían.
© Rafael Casares. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados.
Hola saludos a Anxo do Rego y a mi amigo Sergio el criminalista que intervinieron adecuadamente en el apresurado caso de escribir un cuento de misterio en unos pocos días, Muchas gracias amigos por darme la posibilidad de escribir en este prestigioso diario cultural y hasta la vista. Un abrazo cósmico.
Por cierto cuando digo en mi anterior comentariio que le doy las gracias al director del diario Anxo do Rego y a mi amigo Sergio el detective o Sergio el criminalista me refiero en concreto al Dr. Sergio Antonio Fernández Moreno, que es director entre otras cosas del Laboratorio de Criminalística de la Universidad de Cádiz. Profesor Investigador del IAIC . También es Director de Área Industrial e Ingeniería – Codirector del Área de Estudios de Seguridad – Coordinador de las áreas de Ciencias Biológicas y Medicina Legal e Identificación y Antropología Física del Laboratorio de Criminalística de la Universidad de Cádiz. Bueno y solo es una parte de su amplísíio currículum. Pero el ser amigo no indica solo un hombre afable, simpático y riguroso sino también es ante todo muy buena persona y desde aquí quiero rendirle un homenaje acordándome de su recomendación de que volviera a escribir. Un abrazo cósmico amigo.