¿Donde estarán mis recuerdos?

0
531

Este relato combina de manera efectiva los recuerdos nostálgicos y profundamente personales del narrador con una escena de investigación policial, creando una dualidad entre el pasado y el presente que es emocionalmente resonante, reflejando un ambiente misterioso y contemplativo. En ellas se muestra la iluminación proporcionada por los faros de los coches de policía sobre el terreno húmedo y fangoso, con el cuerpo yacente en el suelo y los dos policías tomando café, reflexionando sobre la realidad detrás de la muerte,  evocan el tono enigmático y sereno, una conexión entre pasado y presente al conectar los recuerdos idílicos del narrador con la realidad actual, una sensación de reflexión. 

Un relato bien escrito que seguramente atraerá a los lectores. Con su mezcla de nostalgia, misterio y reflexiones profundas, la historia ofrece una lectura envolvente y significativa.

Redacción. Diciembre 2023


Colinas verdes repletas de bosques, cielos norteños de azul desleído, aglomeraciones de nubes esponjosas blancas, reflejadas de un modo nítido en las ocres lagunas.

Un destello rubio de pelo, un vestido de cuadros y lazos rojos, una sonrisa a mi entregada, una mano, con un anillo en el dedo, que se apoya sobre la mía.

Un suelo de verdeante hierba, un pulcro mantel desinflamándose tras haber sido sacudido en el aire, una cesta de mimbre colmada de la mejor comida, el agua límpida y fresca de donde destella el Sol en un vaso de plástico.

Muchas risas, alegría profunda, recreo de los sentidos, liberación, felicidad espontánea sin medida; amor prístino, amor al descubierto, amor recobrado, amor amado, ternura pura exenta de lo que no es amor; riqueza verdadera que no requiere de ninguna más.

Promesas secretas y eternas de obligado cumplimiento, anhelos, augurios, juramentos. Acostados sobre el césped mirando al cielo son puestos por testigos las montañas, las nubes, las lagunas, el sol y como inigualable padrino a Dios. El amor, qué duda cabe, torna confiados y audaces a los enamorados, a veces extraordinariamente exigentes, pero siempre y de algún modo protegidos, pues los que están enamorados navegan a favor de la fuerza más extraordinaria que existe. Un destello de divinidad que a veces solo se da una vez en la vida, y ese momento hay que saber aprovecharlo, no se sabe si habrá más.

Nada de lo siguiente que ocurrió en mi vida fue parecido a aquello, apenas recuerdo cuanto ha transcurrido en estos casi cincuenta años, sé que sucedieron cosas buenas y malas, pero las recuerdo como si fueran imágenes sin emoción, casi monocromas, sin emociones substanciales que las acompañen. Las otras que describo en cambio, son tan reales, que si cierro los ojos podría imaginarme al abrirlos, que todavía se encontrarán allí en esas vivencias, como si no hubiese transcurrido medio siglo. No son ni pueden ser recuerdos, porque nunca han sido olvidados, siempre han perdurado como una parte de mí mismo, como el esperanzarme ante la ilusión un nuevo proyecto o el echarme agua fría en la cara al despertar.

En mi fuero interno me pregunto una y otra vez: ¿Dónde estarán esos momentos tan felices? ¿Dónde estará ella, dónde estaré yo? ¿Quién era ese yo que experimentó aquellos felices días? ¿Cómo es que ahora ese yo continúa haciéndolo incesantemente, dentro de mí mismo? ¿Qué fue de ellos, desaparecieron, se integraron en mí, continúan en algún lugar, piensan en mí alguna vez?  ¿Por qué los estoy reviviendo cada vez más? Me gustaría poder encontrar el modo de volver de nuevo a estar siempre allí.

Algo le dijo en su fuero interno que todo aquello que había deseado de verdad en su vida tendría un momento, cuando llegase el final en este mundo que se integraría con él, imaginación y fantasía se convertirían en una sola cosa. Eso sí antes tendría que pasar antes por una prueba muy dura, difícil de soportar, con duración muy breve. Tenía que cambiar la ubicación de su consciencia de esta materia a otra.

El Doctor Kollberg: mientras observaba el cuerpo sobre la negra y pastosa tierra, parecía pensar: ¿Qué sueños habrán acompañado a este hombre en sus últimos momentos? ¿Qué recuerdos lo mantuvieron sonriendo hasta el final de su vida?

Aunque fuese una tontería, fue feliz en los últimos momentos. —Yo no me acuerdo de tener tanta felicidad en algún momento de la vida.

—¿Quiere un vaso de café caliente doctor Kollberg? Siento tener que llamarles a estas horas, pero esta es su jurisdicción. —El jefe Stieg se acercaba a él a través del terreno con su conocida amabilidad. Sus zapatos reglamentarios estaban cubiertos de una espesa capa de barro que le dificultaban poder caminar.

—El relente y la humedad del rocío escarchado no son muy agradables, ni buenos para mis huesos. Ese café que dice me vendrá bien para caldear el estómago.

—Soy muy popular en las salidas nocturnas, mi mujer que siempre se preocupa de mí, me prepara un termo de dos litros, ¡pero ojo!, tenga en cuenta que luego le añado por mi cuenta un chorrito de coñac, dos litros que siempre quedan cortos para que quepa el extra —Sonrió guiñando un ojo—Me conoce.

—¿Desde cuándo es un inconveniente el café Stieg? Vamos a comprobar como lo hace su mujer —Contestó el doctor guiñando un ojo, bebió un sorbito del vaso, para comprobar tal vez su temperatura, pero después no tardó en tomárselo al vuelo y contestó chasqueando la lengua—. Este ambiente y estos cafés de madrugada los echaré de menos cuando me jubile, pero esta que me ha dado es medicina que me ha recetado un médico y por lo tanto hay que obedecerle. —bromeó.

—¡Uff! El café estaba bien caliente, te reconforta las entrañas, no olvide darle las gracias a su mujer—miró pícaramente—. Ella igual que mi esposa sabe lo que es tener un trabajo como el nuestro que significa estar disponible para que puedan llamar de madrugada en lo mejor del sueño. Todo es acostumbrarse, en mi caso ocurre desde hace tantos años que estas llamadas se han convertido en una rutina, comisario.

El calor del café le hizo sentirse en un instante en el pasado. Como si fuera una visión vio algunos momentos semejantes en su larga carrera. Pero las imágenes y sensaciones eran de índole contraria. “He visto y recuerdo muchos rostros contraídos por el dolor, la angustia y la desesperación máxima que el ser humano experimenta al saber que va a desaparecer sintiendo sufrimientos. Como esos he visto muchos casos, demasiados, y no se olvidan, pero esto, esto es diferente” —Pensó el doctor.

Los focos portátiles de los coches patrulla ofrecían suficiente luminosidad como para contemplar las caras que aparecían con contrastes y claroscuros. El comisario Stieg se puso un poco más serio, profesional como siempre, debía estar y recordarse a sí mismo.

—Los informes de la patrulla que han interrogado a los demás clientes del geriátrico han llegado y han largado de lo lindo —escribió el comisario la clave de su tableta reglamentaria con la pantalla iluminada de azul, leyó con la rapidez que dan los años—. Se llamaba Hans Brouwers de 75 años, sin ningún familiar conocido. Ya le hemos enviado el historial de trastornos psicológicos del fallecido y dentro de poco le podremos dar una copia impresa con nuestro informe—Continuó con el protocolo el jefe, quizá el café caliente calentando sus álgidas manos, le tranquilizaba lo suficiente para pensar en las circunstancias del caso. “Uno más, aunque tal vez había algo que le hacía reflexionar sobre la vida. Sus manos reconfortadas por el calor eran una transición emocional entre el momento actual y algunos recuerdos lejanos, un cálido consuelo cuando ambos brindaron en el frío de la noche.”

—Gracias comisario.

—Hay algo en este caso que me parece un poco más extraño de lo habitual. Mire como se encuentra el cuerpo tumbado sobre la hierba, parecería que estaba tomando el sol.

—Desde luego impresiona.

—¿Se ha fijado en ese gesto congelado de estar pasándoselo en grande?

—Aparenta que por lo menos murió tremendamente feliz. Es grato advertir alegría en alguien que estaba agonizando.

—Hemos calculado que el cadáver fue encontrado tres horas y media más tarde de su fallecimiento. La residencia geriátrica puede verla allí, a unos quinientos metros, aquella luz entre los árboles. Este es un huerto contiguo a la residencia geriátrica perteneciente a un vecino que reside en la ciudad.  Brouwers logró saltar la valla separadora sin ser visto. Tenía permiso para dar largos paseos, pero en la residencia notaron su ausencia a la hora de cenar y organizaron la búsqueda, pasaron por aquí pero como ya había oscurecido no vieron esta depresión en el terreno donde se había introducido, por eso tardaron tanto en encontrarlo. Ya habrá comprobado, que, de no estar casi encima no se aprecia esta hondonada. El análisis preliminar realizado por nuestro equipo y hasta que se realice la autopsia, se sostiene que no se han encontrado en su cuerpo señales de violencia, ni de productos tóxicos, ni consecuencia de enfermedad mortal alguna. Por supuesto todo está pendiente de su informe definitivo.

El doctor apoyándose sobre la húmeda cubierta del auto de policía, comenzó a leer en su tableta el correo recibido con la detenida exposición del equipo de Stieg.

—Por lo que parece no creo que en esta muerte haya causas externas que implique nada fuera de lo habitual en estos casos.

—Eso me tranquiliza doctor.

—¿Pero que le llevó a sospechar que pudiera existir algún indicio de muerte no natural?

—Lo curioso del caso es la posición poco verosímil del cuerpo, y ese gesto tan particular que no había visto en todos mis años de servicio.

—Conociendo el historial de ensoñaciones absorbentes de Brouwers, podría apuntarse una sobrecarga cerebral como causa más probable de un brote epiléptico, o un accidente cerebrovascular fulminante que le haya causado una parada cardio-respiratoria. Aunque según el informe que ustedes me han enviado, con los resultados de los exámenes de control efectuados por el geriátrico, se indica que no se le había detectado nada que pudiera suponer un riesgo de este tipo. Pero así se producen muchos accidentes vasculares cada día.

—Como algo subjetivo se podría destacar, doctor Kollberg, algo curioso, muchos que lo vieron después de muerto aún no lo entienden bien, la expresión de felicidad que mantenía el infortunado en su rostro mientras se estaba muriendo. Si lo que le consumía, ha sido la tristeza por el pasado que nunca fue futuro ¿Por qué sonreía?  Si le dio un infarto o una asfixia por qué no se quedó con un gesto de dolor. Incluso las manos las tenía sobre el vientre, relajadas, sin encontrarse en estado de crispación.

—Murió como un bendito pagaría cualquier cosa por tener una muerte así.

—Y yo pagaría cualquier cosa por no haber tenido una vida como la suya.

—Ya sabe que llevamos a cabo, según nuestro deber, ciertas investigaciones cuando existe sospecha sobre una muerte que ofreciese ciertas dudas sobre su naturaleza. Nos hemos cerciorado por las respuestas a nuestras preguntas, que sus propios compañeros de residencia, al menos los más atrevidos, creían que Brouwers sufría constantes alucinaciones, y con el paso del tiempo estas fueron cada vez más vívidas y reales.

Aseguran que este hombre vivía y volvía a revivir con sorprendentes detalles un mismo suceso, un día que pasó en el campo con su prometida Shophie cuando tenían dieciséis años. Según él aquello fue la mayor felicidad que tuvo en este mundo. Sorprendentemente no recordaba otro momento donde pudiera paladear, ese jirón de gloria fue su única felicidad. O al menos no recordaba ningún otro.

—Es triste.

—Al menos tuvo uno.

—Sólo por curiosidad ¿Qué paso después?

—Según el relato de sus compañeros, parece ser que, por un estúpido malentendido, y mucho orgullo de por medio, se separaron definitivamente a las pocas semanas de aquél “picnic” y nunca más se volvieron a ver.

—¡Qué terrible destino!

—Pero doctor, podría ser que este infeliz por fin encontrara un modo de trasladar su mente a esos exquisitos y escasos instantes dichosos de su vida, alguno de los ancianos del geriátrico que le conocieron, observaban como cada día se implicaba más y más en cada acceso de visión, piensa que Brouwers alucinó tan poderosamente, que en esta ocasión quedó aprisionado dentro de la visión y allí se quedó. Puesto que cada uno elige el paraíso que más ansía, sólo hay que desear intensamente donde quiere trasladarse en el momento de la muerte para ir allí.

—Eso es quizá otra alucinación, esta vez de sus compañeros.

—Entonces que le vaya bien con la suya, esté donde esté espero que en su elección no se haya extraviado.

—Si eso creen los del geriátrico puede que tengamos en un futuro cercano una epidemia de buenas muertes.

—No estaría mal, pero por favor que lo hagan en su cama y no tengamos que venir de madrugada hasta este huerto.

—No se preocupe era la fantasía personal de unos viejos asustados.

Ambos se quedaron mirando el inanimado cuerpo de Hans Brouwers. Las linternas de los agentes atareados en sus quehaceres, de vez en cuando lo iluminaban y se podía observar lo extraño que puede ser una sonrisa inmóvil.

—¿Doctor puede adelantarnos cuál será su conclusión?

—Hasta que no haga más pruebas es aventurado asegurar nada.

—Mis hombres llevan mucho tiempo pasando frío, nos gustaría irnos a casa ¿Para qué alargar más la situación si no hay necesidad?

—Tiene usted razón. Les diré que no encuentro ningún inconveniente en que levanten el cadáver. La causa más probable de la muerte es una crisis cardiaca y respiratoria, que las condiciones climáticas a las que se vio expuesto, echándose aquí, lejos de toda ayuda, lo agravaron hasta que le sobrevino la muerte.

—Bien, eso es todo lo que quería oír ¿Podría firmarme aquí?

El comisario le alargó un documento con membrete oficial. El doctor se apoyó en la carrocería del coche para dejar su rúbrica.

—Con mucho gusto daré este extraño asunto por zanjado.

Firmaron en los documentos preparados en la Tablet y en papel.  Despidiéndose y caminando hacia dos vehículos patrulla comentaron.

—El rostro de este hombre en la noche es tan extraño que nunca se me olvidará. Espero encontrarlo en mí cuando yo también me vaya —dijo el comisario y añadió mientras su cuerpo hacía amago de querer irse al vehículo patrulla aterido por el frío—. Doctor, ¿cree usted que los recuerdos pueden ser más vivos que la vida misma? Este hombre parece haber encontrado un último refugio en sus sueños.

—Lo mismo digo, veremos cómo duermo yo esta noche habiendo visto esta situación. —levantó una mano y el comisario respondió levantando una suya con afecto.

© Rafael Casares. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados.

Artículo anteriorEspaña devuelve a Libia 12 antigüedades
Artículo siguienteUna muerte justa
Investigador, Escritor y Experimentador de lo Trascendente. Se erige como un puente entre el mundo de los libros, la escritura y el arte con el reino de lo trascendente. Su enfoque combina la rigurosidad intelectual con una profunda sensibilidad espiritual. A través de sus escritos y enseñanzas, busca iluminar los rincones oscuros del entendimiento humano, llevando a sus lectores y seguidores a una comprensión más profunda de lo que significa ser parte de este universo misterioso. En el corazón de su búsqueda siempre ha habido un compromiso inquebrantable con la ternura y el respeto hacia todas las formas de vida y pensamiento. Rafael ve en cada ser y en cada fenómeno una oportunidad para aprender y crecer, una chispa de lo divino esperando ser comprendida.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí