Sintiendo el abismo de su propio ser desplegarse, una mujer se detiene. Abandona sus perpetuas ocupaciones para sentarse en un desgastado sillón, enfrentándose por fin a sensaciones largamente ignoradas. Comienza a reconocer una inquietud creciente, un afligimiento que se profundiza minuto a minuto. Su sensibilidad se agudiza, permitiéndole percibir imágenes y voces del pasado, así como temores sobre un futuro incierto.
Las alegrías de la vida se desvanecen, dejándola sumida en la tristeza. Recuerdos dolorosos y heridas antiguas resurgen, asfixiándola con su abrumadora presencia. Intenta resistirse, pero la fuerza de la voluntad flaquea ante la inminente…
Sintiendo como un abismo terrible se estaba desplegando a sus pies, la mujer se detuvo. Lo suficiente como para apreciar un turbio hueco se abría más y más en su estómago y pecho. Dejó sin terminar los quehaceres que la mantenían perpetuamente ocupada. Con un gesto de preocupación, por fin se tomó el tiempo de sentarse en el gastado sillón. Hasta ahora sus frenéticas ocupaciones le impidieron preocuparse como era debido por sí misma, ahora se daba cuenta de que merecían una mayor atención por su parte. Era necesario tranquilizarse y reflexionar un poco sobre algunas sensaciones que tal vez estaba escondiendo. Negándose testarudamente a pensar en ellas reconociendo las tremendas implicaciones que podrían tener. Vamos por partes, en principio debía admitir que desde hacía algunos días se sentía un poco distinta, inquieta, afligida y estas sensaciones perduraban e incluso se incrementaban a cada minuto. Esperaba que eso no fuese lo que temía, pero era indudable que su sensibilidad a ciertos acontecimientos, que antes ni se le hubiera ocurrido reparar, era mucho mayor.
De un modo casi irresistible, reconoció que comenzaban a colársele imágenes indeseables que aparecían dentro de su cabeza, y también allí escuchaba conversaciones provenientes de su pasado o temibles especulaciones sobre su incierto futuro. Como si a un saco de trigo le hubiesen dado en su base numerosas y profundas cuchilladas, la alegría de vivir se fue vaciando a chorros con los granos. No pudo evitar sentirse triste, apagada, derrumbada. En un estrepitoso tropel surgieron con fuerza todos los sucesos horribles de su vida, los que tanto habían dañado su cuerpo y su espíritu en el pasado; ahora los recordó muy bien, desgranándolos uno a uno en su cabeza. Estos pensamientos, los sufría como desconsolados grajos, que graznando se arremolinaban en torno a su corazón. Asfixiándola con sus graznidos cada vez más fuertes, abalanzándose impetuosamente sobre su existencia impidiéndole sobrevivir honorablemente, como cualquier persona satisfecha consigo misma merecía. Cuantos recuerdos malditos se abrían paso en su mente, cuantas angustias y tormentos ahora corrían a chillarle su intolerable verdad.
Aunque intentaba detener el proceso, la voluntad no era suficiente. Lo conocía demasiado bien pues le sucedió tantas veces, que se sintió sin fuerzas para enfrentarse de nuevo ante esa fase. Clavado en su asiento, sin poder moverse del sillón, con las manos plantadas sobre sus ojos y rostro comenzó a sollozar amargamente; sus grandes proyectos, sus hábitos, sus pensamientos, la paz de su mente, lo que ella consideraba su felicidad. Todo se estaba esfumando a una velocidad de vértigo otra puñetera vez. Con claridad meridiana advirtió que lo que hasta ahora era una horrorosa sospecha le iba a suceder de modo inminente, le estaba pasando. Recordó que ahora llevaba casi un año tomando regularmente la medicación prescrita, no había fallado en esto ni un solo día.
Nunca se acordaba de Dios, salvo en momentos como este, pero protestó. —Otra vez no, no. ¿Por qué a mí?
Después, como última alternativa oró fervorosamente lo poco que sabía, sí bien con un murmullo ininteligible. Finalizada la plegaría y elevando los ojos hacia el techo exclamó.
— ¡Por favor, Señor ten piedad de mí! No me hagas caer de nuevo en ese infierno, ya he tenido bastante creo que he aprendido de él lo que tenía que aprender. No es necesario volver a perderme de nuevo, de veras, de veras…
La voz se le fue haciendo un susurro, sus súplicas no impidieron que la pesadumbre la aplastara como una curiana bajo el pisotón de una vieja zapatilla de casa. Sentada en su sillón observó como las implacables sensaciones de ese estado y de ese mundo, se propagaban cada vez más aceleradamente. Su misma razón podía argüírselo con intachables evidencias, no cabía lugar a dudas, cuanto más se oponía ella, más rápido caía en ese tormento. Aunque con desánimo supo que solo cabía resignarse, el proceso era irrefrenable. Todo volvía a reproducirse de nuevo. No cabía duda entonces, la siempre y satisfecha loca estaba comenzando a volverse cuerda.
© Rafael Casares. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados.
Me encanta!
Me recuerda a una perfecta descripción de una persona que está sufriendo un ataque de ansiedad.
Muy bueno!!
…y es así como las personas entendemos la locura e insistimos que todos nos aliniemos en el mundo de los cuerdos. Será que vivir nuestra propia y moderada locura nos hace ser más felices!
Estar loco tal vez solo es ser diferente al que cree que lo eres.
Gracias también a ti Carlos, mi sobrino favorito (sonrisa) aunque también tengo mi sobrina favorita.