La muy hija de perra

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LA MUY HIJA DE PERRA

         Entro en la clínica veterinaria del barrio al objeto de comprar unas pastillas desparasitarías para la perra de mi madre aprovechando que vuelvo a casa por el puente. No hay nadie para atender, ni en el mostrador, ni en la sala junto al pasillo y a través de cuya puerta entreabierta veo un simpático y precioso Harrier, o por el estilo, tumbado sobre la mesa de operaciones que me observa indolente. Así pasa un rato largo hasta que decido asomarme al pasillo y levantar la voz para preguntar si hay alguien humano en la clínica.

—No grites que estamos solos. La chica que me tenía que mirar la herida que me he hecho en una de las patas traseras por ir detrás de un conejo en el parque lo ha dejado todo para irse a casa a por las gafas que se le habían olvidado.

        Miro hacia todos los lados para intentar adivinar de dónde viene esa voz. He mirado incluso hacia el techo; pero, nada, no hay nadie. Solo el perro que me mira desde la mesa de operaciones.

—No te esfuerces que no hay nadie, estamos solos tú y yo.

—¿Qué, cómo, quién eres tú? ¡Los perros no hablan!

— ¡Anda este, que no hablamos! ¿Entonces qué estoy haciendo yo?

—Debe tratarse de una broma. Venga, seas quien seas ya has hecho la gracia. ¿Te importaría salir de donde estés escondido y atenderme que tengo prisa?

—Buff, qué fatiga de humanos, de verdad. Mira, si no quieres aceptarlo no lo hagas; pero, sí, claro que hablo, todos los perros hablamos. ¿Qué pasa, que solo pueden hacerlo los loros? Además, yo te conozco, eres el escritor fracasado, hipocondriaco y dipsómano que vive en… ¿A que no sabes quién me lo ha contado? Argi, el yorkshire que vive con vosotros.

— ¿Argi?

— Sí, la perrita a la que puteas todo el día corriendo detrás de ella por la terraza, la misma con la que juegas a hacer malabares o a la que mareas con la cuchara cada vez que abres un yogurt y va adonde ti a pedirte un bocado.

—Bueno, bueno, mi hijo pequeño tampoco se queda corto.

—Lo que tú quieras. Mira, dime qué pastillas quieres, yo te digo dónde la guarda la inútil de la veterinaria, te digo lo que vale y luego ya tú te las llevas después de dejar el dinero sobre el mostrador.

— De verdad que esto no…

— ¿No tenías prisa?

        Claro que tengo prisa, porque también he de hacer otras compras, terminar un trabajo delante del ordenador, un par de gestiones telefónicas, preparar la comida y la mesa para que cuando vengan los críos del cole solo tengan que sentarse a comer y podamos así salir lo antes posible hacia Vitoria con el fin de que no se nos eche la noche demasiado encima. Además, también estoy deseando llegar a casa para contarle a mi mujer lo que me acaba de suceder. Y no precisamente porque crea que existe la más mínima posibilidad de que me tome en serio, sino más bien solo por ver la cara que me pone cuando se lo cuente, esa con el ceño fruncido y la boca torcida pero en la que nunca se sabe si se debe al hecho de que está pensando que se me ha ido la cabeza ya del todo, que tanta tontería a todas horas tenía que explotar por algún lado, o que, en efecto, el grado de gilipollez del que soy capaz no tiene límites tal y como le avisaron todos mis allegados.

En cualquier caso, justo cuando me dispongo a abandonar la clínica veterinaria creo que voy a cerrar la puerta a mis espaldas y lo que hago en realidad es caerme de la cara. No podía ser de otra manera. Por suerte la caída no ha sido lo suficientemente estruendosa como para despertar al cuerpo “roncante” que tenía al lado. De modo que aprovecho para levantarme e ir al baño a echar la meadita de la media noche. No doy media docena de pasos antes de llegar al baño cuando siento, con toda la húmeda intensidad cutánea de la que es capaz mi pie descalzo, que acabo de pisar una de las muchas y copiosas meadas que el yorkshire que vive con nosotros acostumbra a esparcir, junto con sus correspondientes caquitas de todos los tamaños posibles dado lo reducido del bicho, a lo largo y ancho de la casa un día tras otro.

© Txema Arinas. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados. 

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