A pesar del tiempo que ha transcurrido desde su emisión en televisión, siempre he recordado con una sonrisa la sitcom inglesa de los años 70 cuyo título original era justamente el de esta novela (The Fall and Rise of Reginald Perrin) y que estaba protagonizada por el estupendo Leonard Rossiter y que siempre he guardado en mi memoria como una de mis series favoritas. Por ese motivo cuando tuve este libro en mis manos sentí una felicidad adicional a la que ya proporciona una buena lectura, y enseguida me sumergí en sus páginas, animado a encontrar, esta vez en el texto, esas mismas situaciones hilarantes con las que tanto me divertí viéndolas en la pantalla.
Esta novela, felizmente rescatada del olvido por la editorial Impedimenta, es tan sólo la primera parte de una serie de tres novelas que completan la historia de Reginald Perrin tal y como yo la recordaba en la serie (la misma editorial tiene también publicada la segunda parte: El regreso de Reginald Perrin). Aún así, he de admitir que ha sido un auténtico deleite recordar la historia de este estrambótico personaje a través de la prosa afilada de David Nobbs.
El libro nos narra la historia de un resignado cabeza de familia inmerso en lo que podríamos denominar como una crisis existencial bastante crítica, a veces simplificada bajo la denominación de «crisis de los cuarenta». Y es que el personaje de Reginald Perrin refleja a la perfección el estereotipo del cuarentón infeliz, amargado y frustrado a quien, por diferentes motivos, siente que le falta algo en la vida y planea un cambio radical que supondrá para él empezar de nuevo.
Reginald Iolanthe Perrin (Reggie para su familia) es un eficiente ejecutivo de ventas que trabaja en una empresa de postres llamada «Dulcisol» (traducción más o menos acertada de Sunshine Desserts), bajo las órdenes de C.J., un jefe inflexible y arbitrario cuyo empeño parece ser el de humillar a sus empleados, sometiéndolos a sus caprichosas órdenes. Obviamente, el protagonista odia su trabajo, que considera tedioso. Pero no es éste el único motivo de su depresión. Casado, con dos hijos mayores que viven fuera de casa, lejos de sentirse liberado, Reggie se siente más encadenado que nunca, ya que piensa que si su éxito en la vida ha sido más bien dudoso, el de sus hijos tampoco parece mejor. De este modo, su hijo Mark es un buscavidas que trata de ganarse la vida como actor, aunque tiene que recurrir constantemente a la ayuda económica de su padre. Y en cuanto a su hija mayor, Linda, está casada con Tom, un idealista «progre» al que Reggie desprecia y tilda de «barbudo mojigato» porque, en el fondo, lo considera tan corriente como él mismo. No cabe duda de que, pese a todo, Reginald tiene buen corazón y quiere a sus hijos, pero sufre porque en ellos sólo cree encontrar el reflejo de su propio fracaso. En cuanto a su mujer, Elizabeth, la ama con locura, pero incluso con ella siente que se abre un abismo, pues los pocos encuentros amorosos que mantiene con ella parecen frustrados por un principio de impotencia que hunde aún más a Reggie en su depresión, y se lamenta de que ella haya terminado casándose con él y no con su antiguo novio, un tal Henry Possett, que al parecer sí ha logrado triunfar en la vida.
Perrin trata de encontrar caminos que le proporcionen un poco de emoción a su vida y, de este modo, intenta tener una aventura con su secretaria Joan, pero cualquier intento del protagonista por escapar de la monotonía, acaba siendo inoportunamente frustrado por alguno de sus familiares, entre los que cabe mencionar también a su cuñado Jimmy, un exmilitar que recurre constantemente a Reggie para solucionar sus problemas de manutención. Asfixiado por sus circunstancias, un buen día Reggie toma la decisión más drástica para tratar de recomponer su vida, y ésta consiste en desaparecer fingiendo su propia muerte y volver a nacer así bajo una nueva identidad, algo que nos recuerda ligeramente a Wakefield, ese personaje de Hawthorne que abandona a la familia y la observa desde la distancia. Si bien su decisión le reporta un alivio momentáneo, Reggie comienza a plantearse si no habrá obrado de un modo injusto. Para resolver su dilema, se replantea de nuevo su vida y, para hacerlo, tendrá que superar un nuevo reto: volver a recuperar lo que voluntariamente había dejado atrás: su propia familia.
© Jaime Molina. Diciembre 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)