Leo ayer, entre indignado y todo lo contrario, unas declaraciones de una dietista, muy sana y muy potxola ella, en las que, va la muy… profesional, y suelta todo seria, solemne incluso, casi que como cuando los curas, que para el caso…, nos hablaban de lo malo que era pelárnosla compulsivamente…, se entiende, hemos entendido más tarde, que porque si eso mejor nos la pelaban ellos, que hay que comer para vivir y a ser posible siempre lo justo, quedarse con hambre y tal, puede que hasta con cara de asco, que es lo primero que percibes en esta gente a tope con la vida sana y otros fanatismos. Pues bien, no, yo no estoy dispuesto, no me subo a ese carro de beatos de la salud en pro de la vida eterna ni loco. Entre otras cosas porque mi filosofía existencial es toda la contrario: yo vivo para comer. Podrá ser más o menos sano o no lo que coma, más copioso o menos -a ser posible, sí, cada vez menos-, pero yo, como bien saben todos los que me conocen incluso desde crío, tripón me decían cuando lo que había era un gourmet en ciernes…, no es que me levante pensando en lo que voy a comer, es que me acuesto pensando en ello. A decir verdad, yo dejo pasar las horas ocupado en mil y un quehaceres esperando que llegue el momento de dejarlo todo para, o bien meterme en la cocina para preparar la manduca del día, o para mandarlo todo a tomar por culo y sentarme a la mesa de cualquier tasca de mierda, ansioso de saber lo que depara el menú o la carta, eso ya previo cruce de dedos y lo que haga falta. Es el mejor momento del día, lo saben todas y cada una de las células de mi organismo. Yo soy feliz de una y media a cuatro de la tarde -el finde ya retraso dicho momento hasta la hora de la cena-, el resto lo de siempre, un valle de lágrimas y tal.
¿Y por qué? Pues cosas como este cachopo de mi asturiana, petición de un servidor tras una semana de brega en la cocina entre sopas de ajo y pavo rebozado, porrusalda con bacalao, verduras salteadas con soja y solomillo de cerdo a la plancha, tallarines con una salsa de langostinos, champiñones, taquitos de jamón y su bizigarri. Nada del otro mundo hasta que llega el viernes y le digo a mi santa; «Anda, maja, cocina tú que yo ya estoy estoy hasta cojones de hacerlo:» Y va ese marca unos cachopos con un jamón serrano de primero, un queso asturiano ahumado que se desborda, un rebozado que cruje en boca con sólo mirarlo. Cocina casera y sin otra pretensión que alimentarse decentemente. Eso es la puta fidelidad, hoy de tres y media a cinco y media porque ha venido el cuñado el comer y hemos estado de charleta. Todo lo demás entre esas horas es una dieta existencial permanente que nos llena de inseguridades e insatisfacciones. Hay que vivir para comer, lo otro se llama ascetismo y es germen de todo tipo de religiones y así en general mierdas para ser mejores personas. Y ahora que por fin se han ido todos, y además bien comidos, a escuchar música.
©Txema Arinas. Noviembre 2023. Todos los derechos reservados.