Comencé a leer a Faulkner sin saber quién era, ni la importancia que tenía, ni que su lectura era compleja. Pero hay escritores y libros que llegan hasta uno sin buscarlos. La mansión es el tercer y último volumen de la llamada “trilogía de los Snopes”, que comienza con El villorio y continúa con La ciudad. Todavía recuerdo cómo y cuándo compré El villorrio. Fue un día del libro; yo me detuve en una caseta en la que coincidí con una mujer bellísima, sumamente atractiva. Era extranjera y, por su acento, parecía norteamericana. Paseaba su vista con indiferencia por todos los libros del mostrador y, de repente, su vista se detuvo en uno concreto que tomó entre sus manos, con visible emoción. Se trataba de El villorrio (The hamlet). Cuando volvió a dejarlo sobre el mostrador, fui yo quien terminó comprándolo, en parte por la curiosidad que había suscitado en mí aquella bella desconocida. Y tras aquélla obra llegaron las otras dos partes. Hoy voy a hablar sólo de la última, La mansión, aunque para hacerlo sea inevitable referirse a las otras dos.
Siento auténtica devoción por Faulkner. Y cuanto más leo de él, más admiración le profeso porque, sólo con la perspectiva de los años y el conocimiento de otros muchos novelistas he llegado a comprender la enorme influencia que tuvo y que todavía hoy sigue manteniendo en la literatura. Como en el resto de sus historias, los personajes de La mansión son primarios y rezuman violencia, salvajismo, sentimientos primitivos arrastrados desde generaciones atrás. Faulkner se adentra en el lado oscuro del ser humano, y nos lo muestra con inquietante claridad, como si lo iluminara con una linterna, empleando el lenguaje con una fuerza deslumbrante, soltando las palabras a borbotones, como si se desprendieran por un torrente.
Ya en el prólogo del libro, el propio Faulkner nos advierte de que su propósito al escribir La mansión no es otro que el de clarificar algunas lagunas que él mismo había detectado en las historias precedentes. Teniendo en cuenta que son 19 años los que transcurren entre la escritura de la primera novela de esta saga y la última, creo que el autor ya está más que disculpado y, al menos en apariencia, no necesita ninguna justificación para las que él considera incongruencias narrativas. Faulkner insiste, sin embargo, con una afirmación que me llamó la atención: que después de casi 35 años escribiendo, es ahora, con esta novela, cuando cree haber aprendido más acerca del corazón humano.
Ciertamente, la forma en que Faulkner trata a sus personajes es llamativa. Nunca los juzga, y aunque el comportamiento sea el propio de unas personas rudas y cerriles, Faulkner se empeña en mostrarnos el posible resquicio que les puede quedar de bondad, de honradez, de sinceridad, si es que lo hay. Faulkner es el dios de Yoknapatawpha capaz de admirarnos con su comprensión y su compasión.
La mansión arranca con la historia de Mink Snopes, juzgado por el asesinato que cometió en la novela precedente y condenado a cadena perpetua. Durante todo el juicio, Mink espera pacientemente a que su primo Flem acuda para defenderlo, pero éste no lo hace y cuando Mink es condenado, su única obsesión es saber lo que tiene que hacer para salir de la cárcel con objeto de poder vengarse de Flem, por quien se siente traicionado. El abogado de oficio le dice que si guarda buena conducta podrá salir en veinte años. Con un tesón impresionante, Mink asume la carga y espera pacientemente, pero Flem, consciente de que su primo vendrá a buscarlo en cuanto salga de la cárcel, urde una trampa para prolongar su condena por otros veinte años. Pero ni siquiera esta segunda condena desanima a Mink, quien decide esperar otros veinte años más para cumplir su objetivo. Cuando finalmente sale de la cárcel, con la condicional, han transcurrido 37 años, y Mink es ya un viejo. Pese a ello lo único que le importa es regresar a la ciudad y encontrar vivo a Flem. Su peregrinación, la búsqueda de las autoridades para encontrarlo antes de que logre llegar a la ciudad y ejecute su temida venganza, así como las penalidades por las que pasará para conseguir un arma y para llegar finalmente a su destino, constituyen el centro de la trama de esta portentosa novela.
Faulkner indaga en las sombras que acechan el corazón humano y lo hace de un modo perentorio, sobrecogedor. La mansión, como muchas de sus novelas, se centra en el relato de una obsesión. Hay una historia dentro de la novela que me pareció memorable, pues está contada sólo como a un escritor de la talla de Faulkner se le hubiera ocurrido hacerlo y es la que relata la relación de amor que mantiene el abogado Gavin Stevens con Linda Snopes, sobrina de Flem, que quedó sorda a causa de la detonación de una bomba y que para expresar sus sentimientos hacia el abogado tiene que transcribirlos en una pizarra.
Este es uno de esos libros que se leen con admiración y, desde la perspectiva de un escritor, también con cierta envidia; y es que leer a Faulkner provoca una sensación extraña que Onetti explicó con su peculiar manera de expresarse cuando dijo en una entrevista: «Faulkner. Faulkner. Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo. ¿Para qué corno? Si él ya hizo todo. Es tan magnífico, tan perfecto.» No puedo estar más de acuerdo, pero aun así, he vuelto a disfrutar leyendo un libro de Faulkner, una experiencia que recomiendo especialmente a aquellos que aún no se hayan atrevido a adentrarse en cualquiera de sus páginas.
© Jaime Molina. Noviembre 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)
No conocía a este autor. Gracias.