Leo en unas magistrales páginas de Javier Marías que Joseph Conrad (1857-1924) tenía un carácter inquieto rayano en la ansiedad, y que vivía en un estado de extrema tensión que derivaba en una constante irritabilidad, lo cual sumado a su conocido espíritu aventurero, supuso finalmente una personalidad exaltada.
Es arriesgado defender que en la ficción narrativa se refleje la personalidad de un autor, pero en el caso de Joseph Conrad encontramos un denominador común, una marca, un sello personal: los personajes se encuentran generalmente en situaciones extremas o poco comunes, no porque hayan llegado a ellas de forma azarosa, sino porque los propios personajes arrastran una pasión, un carácter tan fuerte e indómito, tan impetuoso, que ellos mismos crean la atmósfera y las condiciones perfectas para determinar el desmesurado destino de sus vidas.
A Conrad se le conoce básicamente por sus excepcionales novelas, pero su faceta como escritor de relatos más o menos cortos depara siempre una agradable sorpresa para los lectores que se adentran por primera vez en este tipo de narraciones. La calidad de sus cuentos es altísima, pero llegó a la excelencia con la publicación de Seis relatos (1908), donde podemos decir que condensa y suma su sabiduría narrativa con unas tramas inauditas protagonizadas por personajes inauditos.
Como es habitual en Conrad, la narración es contada por alguien que vivió los hechos narrados, lo que le da un carácter oral a las historias que garantizan su amenidad y, detalle no menos importante, subrayan la verosimilitud de lo que se cuenta. Así ocurre en Gaspar Ruiz, donde un militar sudamericano narra un episodio de la guerra frente a los españoles. El protagonista no será él, sino Gaspar Ruiz, un muchacho sano, robusto y de una fuerza hercúlea que se encuentra en una situación desesperada: movilizado a la fuerza por los sublevacionistas y capturado por las tropas al servicio del rey de España, un día le ordenan sumarse a los realistas con tan mala fortuna que de nuevo es capturado por el bando contrario. Lo que para unos es un desertor, para los otros es un traidor. No tiene quién lo crea, porque en las guerras solo existe el blanco y el negro, y cuando consigue salir del atolladero en que se encuentra conoce a una chica con un alma vengativa que lo persuade para que combata con sus propias fuerzas a todos aquellos que lo han humillado.
El gran mérito de este extraordinario relato es combinar la inocencia y la ingenuidad casi peligrosa del formidable Gaspar con las emociones exaltadas producidas en determinadas personas de sangre caliente por una guerra encarnizada. El final del relato es uno de los más estremecedores que recuerdo haber leído.
No menos memorable es El duelo, el relato principal del libro, tanto por su intensidad como por su extensión. En esta historia encontraremos un caso de tozudez extrema: la de un militar napoleónico de baja graduación que persigue a toda costa enfrentarse en un duelo a otro militar compañero suyo por un motivo absolutamente estúpido. Con este sobrio y sorprendente argumento, Conrad consigue transmitir al lector la ansiosa perplejidad del militar retado, puesto que su vida se verá transformada por el obstinado y necio empeño de su compañero de armas por perseguirlo allá donde vaya, durante años y años, para iniciar una y otra vez un duelo del que nunca se encuentra satisfecho a pesar de salir derrotado de ellos. Solo un maestro consumado como Conrad pudo mantener una tensión dramática creciente y angustiosa durante 140 páginas en las que se repite constantemente la misma situación entre dos personas como si los años y las circunstancias no pasaran para ellos, como si el sentido de sus vidas fuera exclusivamente enfrentarse entre sí hasta la muerte.
Otros dos relatos muestran la predilección de Conrad por los espíritus temperamentales. Si bien años después le dedicó una soberbia novela, la inclinación temática del autor por el violento anarquismo imperante en su época le llevó a tratar de estudiar y explicar la conducta de sus seguidores.
En El delator se habla de un curioso episodio de traición dentro de un grupo anarquista. Lo admirable es la voz narrativa que lo cuenta a otra persona que podría ser el propio Conrad. Sentados a la mesa de un lujoso restaurante, uno de los anarquistas más destructivos y buscados de Europa, que lejos de ser el fanático incendiario que podríamos presumir se trata de un elegante y delicado admirador de obras de arte, habla a su contertulio de las dificultades de poder aunar la vehemente doctrina con la realidad. Como suele ocurrir en muchas narraciones de Conrad, será una mujer de fuerte personalidad y poderoso encanto el detonante de unos sucesos marcados más por la estupidez que por la ideología.
Otro tanto ocurre en Un anarquista, relato que ahonda en el resbaladizo tema de la humillación provocada, como suele ser normal, por alguien cuyo sentido de la superioridad puede resultar repugnante. El protagonista, a pesar de ser catalogado como anarquista por los demás, no es más que un pobre hombre cuya poca tolerancia a la bebida le lleva a forjarse una imagen de subversivo que está muy lejos de la realidad. Atrapado por los escasos momentos de su vida en que perdió la cabeza bajo los efectos del alcohol, solo le cabe defenderse con la indolencia frente a un mundo interesado y despiadado que aprovecha la situación poco ventajosa de un individuo para sacarle todo el partido que pueda de él. En ciertos momentos, este pobre anarquista francés nos recuerda al inolvidable Bartleby, sumido en un silencio y una apatía que lo condena a mostrarse culpable por omisión.
La bestia es el único relato referido al mar, mundo tan querido por el escritor polaco. Esta vez no será la actitud de los marineros o de los oficiales ante hechos insólitos en los que se ven envueltos, sino que el protagonista será un barco, La familia Apse, construido con un empeño casi demencial para ser el barco más sólido que surca el mar. Ya su propia construcción pone la carne de gallina, pero será su comportamiento desquiciado el que se narre al lector: en todas sus travesías ha muerto alguno de sus tripulantes, siempre por causas caprichosas procedentes del extraño e indómito proceder del barco. No hay en todo el relato una sola referencia a lo sobrenatural, puesto que todos los lúgubres sucesos narrados son perfectamente explicables y verosímiles.
Es muy difícil encontrar tal calidad y coherencia en un libro de relatos, en el que ningún cuento sobresale sobre otro. Escritos en años diferentes, tienen en común la solidez estilística de un maestro como Joseph Conrad y su insuperable facilidad para plantear tramas muy personales cuya profundidad no está reñida con la sencillez expositiva, lo que hace que esta obra pueda considerarse un hito en la historia de las narraciones cortas.
© José Luis Alvarado.Octubre 2023. Todos los derechos reservados.(Cicutadry)