Ha pasado casi un año de esa tarde en el Casino. Fui porque le amaba. Me apunté a una comida de domingo, sin saber lo que me esperaba. Un policía, dos detectives y la ex de uno de ellos. Esa mujer era odiosa. No sé qué pintaba allí…ni yo tampoco. Comeríamos en el Casino, un local antiguo que ya no era lo que fue. Mesa para cuatro, dijo ella. No, para cinco, respondí yo. Se respiraba la tensión en el ambiente. Claramente yo sobraba. Escogimos la mesa cerca de la puerta con un sofá antiguo pegado a la pared. Sentada entre el detective y el policía hablaban de sus casos, a cuál tenía más méritos. Me cargaba tanta soplagaitez. Hice alusión a que allí mismo, entre los cojines de ese sofá, encontré una vez dos billetes de cien pavos y uno de veinte. Ese era el lugar favorito de uno de los capos de la droga para hacer negocios. De repente el ambiente se tornó oscuro. Uno de los detectives se levantó y me obligó a levantarme, se miraron todos, ella sonreía.
—Para quién coño trabajas!!!
Me reí, pensé que era una broma. Me cachearon allí mismo buscando micros o armas. Me pareció una situación surrealista y muy humillante. Salí a tomar el aire, pensando en volver a entrar y hacerme la valiente. Mi sorpresa que cuando entré de nuevo se habían largado. Cómo un patio de colegio, huyendo los cuatro por la otra puerta. Sé que es inverosímil, pero real.
Estaba lejos de casa, comencé a andar por las calles, estaba oscureciendo y decidí recortar por el pequeño Bronx. Mala suerte, amiga, la vida dio un mal giro en esa esquina. Dos portales más abajo un grupo de chicos del Clan más poderoso de la ciudad. El más joven me reconoció, declare contra un familiar en un juicio. He olvidado muchas cosas de ese día, estoy en proceso de recuerdo, pero la cara del chaval no se me olvida ni la forma en que me miró: con su rubio oxigenado, piercings en las cejas y la nariz, tatuajes en brazos y cuello y esos ojos azules inyectados en ira…nunca salí del barrio. Mi próxima parada fue un almacén a las afueras lleno de mugre, vestida con mi propia piel. Con el cuerpo destrozado y las heridas sangrantes. Vívido el recuerdo de los zapatos rojos del que me mantuvo allí, los veía cada vez que se arrimaba a mi piel, olía su colonia cara… aplicó en mí todas las torturas imaginables. He pasado por varias cirugías en el último año, pero todavía queda trabajo por hacer. Mi espalda es un campo mal arado de latigazos recibidos, dientes rotos, la cara destrozada y otros detalles que ahorraré, solo pueden imaginarlos.
Mientras espero a que Vladimir prepare las agujas para el tatuaje repaso la lista de mis quehaceres. Máxima prioridad encontrar al dueño de esos zapatos rojos. Quiero colgarlo en el mismo almacén y jugar con él todo un fin de semana. La diferencia entre él y yo es que él no saldrá jamás de allí. Después iré a por los dos detectives y el policía…y para ella tengo algo especial, muy especial.
Vladimir me llama. Quiero la pantera negra de su brazo en mi cuello.
3,2,1…la bestia está suelta y sedienta de sangre.
(La mamá de «Vainilla»)
© Kika Sureda. Octubre 2023. Todos los derechos reservados.