Manuel Chaves Nogales –
En 1790, Adam Smith, en su ensayo “La teoría de los sentimientos morales” señalaba dos elementos corruptores de los sentimientos morales: la facción y el fanatismo. En su ensayo, el filósofo escocés hacía las siguientes consideraciones:
“La animosidad de las facciones hostiles, civiles o eclesiásticas, suele ser más furiosa que la de las naciones hostiles y su conducta recíproca es a menudo más atroz… En un país enloquecido por las facciones, siempre quedan unos pocos, y habitualmente muy pocos, que conservan su juicio no corrompido, ni distorsionado… Aunque esas personas pueden ser las más sabias, resultan por ese mismo motivo las más insignificantes de la sociedad”.
Pocas veces se expresan los pensamientos de un modo tan lúcido y tan diáfano. En este caso, además, la reflexión de Smith puede aplicarse a la perfección al autor de “A sangre y fuego”. Sin pretender ser un filósofo, ni siquiera un literato, Chaves Nogales, un periodista republicano cuya obra ha sido felizmente rescatada del olvido hace muy poco, demostró ser una de esas personas con ese don lúcido y sereno que muy pocos intelectuales han alcanzado.
En su libro de relatos “A sangre y fuego” Chaves Nogales nos muestra sin tapujos toda la brutalidad de la guerra, y lo hace sin pretender justificar a ningún bando, denunciando la violencia y la crueldad, independientemente de dónde proceda o en dónde trate de escudar su irracionalidad, y es que Chaves Nogales no admite ningún tipo de justificación ideológica para la barbarie. Los personajes de sus cuentos, todos ellos basados en anécdotas reales que él mismo presenció o cuyo testimonio recogió, como buen cronista, de las historias que le iban llegando, son antihéroes dominados por la sinrazón de un espíritu homicida, cainita, sin otro objetivo que el ejercicio salvaje de la violencia. En estos relatos sobrecogedores los protagonistas son verdugos a la vez que víctimas, seres desprovistos de alma que actúan impulsados por el más puro fanatismo, independientemente del bando donde actúen porque, ésa es la grandeza y la originalidad de su autor, para el escritor no existen diferencias, todos son seres embrutecidos. El propio autor lo expresa de este modo en el prólogo:
“Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen”.
Nueve son los relatos de este libro. El primero, titulado ¡Massacre, massacre!, está ambientado en el Madrid acosado por los aviones fascistas, en el que Chaves Nogales hace una escalofriante descripción de los bombardeos que sufría la capital y las terroríficas represalias que seguían a estos. Las delaciones de las milicias comunistas y anarquistas se convierten en una excusa para resolver venganzas personales. Uno de los personajes, un joven revolucionario, ni siquiera tiene escrúpulos en denunciar a una serie de personas entre las que figura su propio padre.
En La gesta de los caballistas el autor nos muestra una Andalucía feudal en la que un marqués organiza una cuadrilla de hombres para perseguir y asesinar a todos los “rojos” que encuentre a su paso, cuya sola condición de sospechosos los convierte en culpables merecedores de la peor muerte. En la cuadrilla están los hijos del marqués y también un sacerdote. La falta de sentimientos, la psicopatía de la que hacen gala los miembros de la cuadrilla tiene su contrapunto en una memorable escena en la que el marqués se lamenta por el sufrimiento de su caballo cuando resulta herido de muerte. La incapacidad de reaccionar ante el sufrimiento ajeno y de reaccionar ante el dolor, la injusticia, la arbitrariedad y la estupidez conforman la crítica implacable de este cuento.
Y a lo lejos, una lucecita, el tercero de los nueve relatos que componen este libro, retorna al Madrid asediado por las bombas, una ciudad donde nadie duerme por los disparos y los obuses lanzados desde el frente. Un vigilante descubre señales hechas con una linterna y sigue la pista de toda una red de espías que descubren al enemigo los movimientos de las tropas republicanas. Pero seguir el rastro al mismo frente enemigo puede llevar a sus personajes a la traición, el deshonor y la crueldad omnipresente en estas narraciones.
En La columna de hierro un grupo de delincuentes y desertores aprovechan el caos de la guerra para fingir su pertenencia a compañías del ejército republicano y dedicarse al saqueo incontrolado y al vandalismo. Un aviador inglés que, como un brigadista más, ha venido a España para defender a la República y combatir el fascismo, tras una noche de borrachera, se verá envuelto en uno de estos grupos con republicanos que absurdamente se matan entre ellos por querer controlar a los prisioneros fascistas. A través de los ojos del brigadista inglés vemos la confusión y el desorden reinante entre las tropas republicanas, posiblemente una de las claves de la derrota republicana.
El quinto relato, El tesoro de Briesca, nos muestra a un comisionado de la República al que se le encarga la misión de poner a salvo unas obras de arte entre las que se encuentran unos cuadros de El Greco. Al final, desalentado por una tarea que parece absurda en medio de aquella vorágine de destrucción, desiste de su propósito y combate junto a un grupo de milicianos sin experiencia, un ejército improvisado de aficionados, sin ninguna experiencia ni preparación para la guerra.
El sexto relato, Los guerreros marroquíes, nos habla de los engaños con que un grupo de soldados moros son traídos a luchar a España, usados como carne de cañón.
El relato llamado ¡Viva la muerte! nos muestra la cobardía y la hipocresía de un alto cargo del Movimiento, que salva su vida gracias a la mediación compasiva de una miliciana anarquista.
Bigornia, el penúltimo de los relatos, nos narra las peripecias de un personaje al que todos conocen con ese sobrenombre. Chaves Nogales lo describe como un hombre grande y corpulento, muy fuerte, valiente y decidido que participa primero en el asalto de un cuartel y continúa llevando a cabo acciones temerarias sin parecer sentir ningún temor a poner su propia vida en peligro.
El libro termina con Consejo obrero, relato en el que dos obreros sospechosos de fascistas se hacen anarquistas para evitar las represalias. Chaves Nogales retrata aquí un mundo en el que comunistas y anarquistas se disputan el poder y el control e imponen el imperio de su propia ley a través del terror. El final del relato y del libro condensa la desolada visión que el autor tenía de España en todo su dramatismo:
«Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese»
Nueve relatos impresionantes que sólo representan una parte de lo mucho que Chaves Nogales presenció, hasta que abandonó España, desolado por el horror imperante. Y es que, como el mismo autor afirma en el prólogo:
“… yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo”.
© Jaime Molina. Septiembre 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)