En los tiempos que corren, cada uno de nosotros ha pronunciado la palabra “estrés”, estoy segura, que en innumerables ocasiones. Seguramente tenga el dudoso honor de convertirse en una de las enfermedades del S. XXI.
El médico Hans Seyle introdujo el término, como una reacción natural y necesaria que activa una serie de respuestas orgánicas y fisiológicas, destinadas a protegernos de una agresión externa. Pero, ¿qué ocurre cuando esta agresión se dilata en el tiempo?
Jornadas laborales maratonianas, la creciente inflación, y la “amenaza” de poder llegar a final de mes. Sin darnos cuenta, estamos dentro de unos parámetros que nos exigen mucho más de lo que podemos dar, que se convierten en verdaderas amenazas a nivel inconsciente.
En la naturaleza, este tipo de estímulos tienen un tiempo limitado, de “huida o lucha” del estímulo en sí, lo que hace que las respuestas que se producen a nivel físico y hormonal tengan un sentido, que es protegernos de esa agresión externa, y salvarnos. Sin embargo, ¿qué pasa cuando no podemos escapar de esa situación peligrosa y amenazante? Es decir, no puedo cambiar de trabajo, no puedo bajar el ritmo, o no puedo pagar mi hipoteca; todo esto da lugar al estrés crónico, modificaciones en nuestro sistema nervioso, en nuestro comportamiento, y en nuestra felicidad.
A veces me pregunto, si todo lo que nos vendieron en su día como evolución, realmente responde a eso; si el precio que pagamos por tener unas buenas vacaciones, o por subir fotos de calidad y felicidad a Instagram, no es demasiado alto.
Sin darnos cuenta, hemos entrado en una vorágine, tal como la telaraña, de la que puede resultar difícil escapar, y en otras ocasiones, es simplemente imposible, o si sales, sales con secuelas, físicas y emocionales.
La vida es simple; somos nosotros quienes podemos complicarla; de lo que no tengo duda, es que la vida simple proporciona salud y felicidad.
Aún estamos a tiempo de escapar de la telaraña.
© M. Mar García. Diciembre 2022
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