Desconocida

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DESCONOCIDA

Kika Sureda


Jamás en diez años de profesión había sufrido un altibajo. Llevar a cabo autopsias es un trabajo duro psicológicamente. De hecho, fue el único de la promoción de medicina que decidió dedicar su vida a los muertos. Lo más duro que había hecho fue la autopsia a niños, por desgracia le tocaron varios en aquellos años.

A las 9:14 de ese 27 de Agosto tenía todo dispuesto, lo colocaba todo minuciosamente, se tomaba su tiempo, era el ritual antes de comenzar cualquier autopsia. Su compañera le preguntó:

—¿Empezamos jefe?

—¿Qué tenemos hoy?

—La chica de la que te hablé. La encontraron en una casa abandonada en las afueras, está irreconocible. Por lo que he visto del cuerpo la cosieron a golpes. El inspector me dijo anoche que están intentando averiguar su identidad. No tiene rostro.

—Bufff, ¿tan mal está?

—Quien fuera se cebó con el cuerpo.

—Vamos allá

Abrieron la puerta de la nevera y sacaron el carro. Jamás olvidaría ninguno de los detalles. Como si de una banda sonora macabra se tratara, la cremallera al deslizarse se atascó y siguió bajando con un sonido diferente, chirriaba de forma inconstante. Cada vez las hacen más malas –pensó-.

Era cierto, la cara estaba desfigurada y el cuerpo por el hedor y estado de descomposición llevaría abandonado unos tres o cuatro días.

La primera inspección: mujer de unos treinta y pico, morena, un metro setenta y cinco…puso el grifo en marcha, estaba llena de tierra y sangre. Caía el agua lentamente por su pelo, lo que quedaba de cara, el cuello, pechos, ombligo…se paró en el ombligo un momento y su cerebro sufrió también un paro momentáneo. En el ombligo un tatuaje del Ankh. No podía ser, seguramente ese tatuaje se lo hacían muchas mujeres. La miró de arriba abajo.

—¿Qué te pasa? ¿Qué ocurre?

Pero ese Ankh tenía un pequeño detalle, uno especial, era un grito de guerra, un diminuto Alfa y Omega…

Las manos le temblaron, comenzó a sudar, creía que se desmayaba.

—Llama al inspector y que te diga el nombre de la víctima. ¡Llama yaaaaa!

Nunca lo había visto así, estaba fuera de sí, loco. Manipuló el cuerpo solo, la manguera tiraba el agua al suelo. Volteó el cuerpo entre un llanto infantil y gritos de desesperación. Levantó el pelo de su nuca y allí estaba lo que buscaba: el ojo de Ra con una inscripción en hebreo: תמיד  שלך

Siempre tuya

No quería creerlo, no quería. Siempre tuya y él no la quiso. El día que le sorprendió con ese tatuaje y le dijo “Seré siempre tuya y lo sabes. Te veré donde estés. Velaré por ti. Te cuidaré…”. Él tan inmaduro…Ya no recordaba nada, desde la cama su vida eran tranquilizantes. Lo sacaron de la sala entre gritos y llantos. Y la volvió a abandonar una vez más. La última imagen era la de su cuerpo sucio e irreconocible, rígido, con el ojo de Ra mirando.

© Kika Sureda. Agosto 2023. Todos los derechos reservados.

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Nacida en Manacor (Mallorca) y granadina de adopción, es Licenciada en Biblioteconomía y Documentación, Licenciada en Comunicación Audiovisual. Grado en Filología Clásica, Estudios de Literaturas Comparadas. Alma mater de Lesa Literatura. Articulista de Culturamas, colaboradora de Jaén Plus Radio. Compagina sus labores de correctora y editora con la docencia como profesional de la comunicación y sus colaboraciones con actividades culturales y literarias.

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