María Mancini, el amor platónico de Luis XIV
— Ana Morilla
María Mancini, la sobrina del cardenal Giulio Mazarino, estuvo a punto de ser reina de Francia. El joven Luis XIV y María vivieron un amor platónico que dejó a todos París estupefacto y que solo pudieron impedir el propio Mazarino y la madre del rey, Ana de Austria. Cuando la joven dejó el Louvre se despidió de su amado, bañado en lágrimas, con la célebre frase: “¡Ah, señor, vos sois rey y yo marcho!”.
María llegó a la corte parisina en 1654 a los catorce años de edad, llamada por su tío que era el primer ministro de Luis XIV de Francia. Era habitual entonces tejer una red de parentescos a través de alianzas matrimoniales que garantizaban la estabilidad de un clan y Mazarino casó sabiamente a sus sobrinas: Laura Victoria con Louis de Vendôme, descendiente por vía ilegítima del rey Enrique IV, Olimpia fue condesa de Saboya Soissons, Hortensia se casó con el marqués de Meilleraye, Mariana fue prometida al duque de Bouillon, Laura se casó con Alfonso IV de Este, duque de Módena, Ana María fue esposa de Armand de Borbón, príncipe de Conti, y María fue princesa Colonna.
Pero antes de casarse con Lorenzo Onofrio Colonna, príncipe de Paliano y de Castiglione y gran condestable del reino de Nápoles, María Mancini, apuntó más alto: quiso casarse con el joven rey Luis XIV. Y no es que la muchacha fuera ambiciosa o calculadora, algunos biógrafos apuntan que era víctima, como don Quijote o madame Bovary, del exceso de lecturas. Las muchas novelas que había leído (al parecer tenía una bien nutrida biblioteca en distintos idiomas) le trastornaron el juicio y llegó a pensar que la literatura y la realidad obedecían a las mismas leyes. Madame de Villars, esposa del embajador francés en España dijo de ella que era “una original” cuyos “caprichos mentales” eran incomprensibles.
María Mancini era inteligente, culta, ingeniosa, atrevida, sentimental y casta, y manifestó tanta devoción y amor al joven rey que este quedó vivamente conmovido, de tal forma que Luis XIV no tuvo más remedio que corresponder. Ella tenía diecinueve años y él veinte. Juntos leyeron la Astrea, la novela pastoril de Honoré d’Urfé, un best seller de entonces, y se sintieron como Astrea y Celadón, sus idealizados protagonistas.
El rey y la sobrina del cardenal vivieron un amor platónico basado en las leyes de la galantería que incluía fiestas, bailes, paseos, conciertos y una felicidad perfecta ante la estupefacta corte parisina: “Ella parecía tener sobre el rey el poder más absoluto que haya ejercido jamás una amada sobre el corazón de un amante”, dijo Madame de La Fayette. Hasta que Luis XIV pidió la mano de María Mancini al cardenal Mazarino.
Naturalmente el cardenal y la madre del rey, Ana de Austria, tuvieron que anteponer la razón de Estado a la felicidad del rey. Francia iba a firmar con España el tratado de los Pirineos que preveía como cláusula de garantía recíproca el matrimonio entre Luis XIV y la infanta María Teresa. Así que el cardenal Mazarino contestó que prefería “apuñalar” a su sobrina antes que actuar contra la gloria del rey y traicionar a Francia.
Luis XIV tuvo que conformarse y el 22 de junio de 1659 la joven tuvo que dejar el Louvre y partir a La Rochelle. El joven rey fue a despedirla y ella dijo: “¡Ah, señor, vos sois rey y yo marcho!”, que según la tradición recogió Racine en su Berenice. La culta joven se basó en un episodio histórico contando por Suetonio según el cual el emperador Tito, que había dado palabra a Berenice de matrimonio, tuvo que expulsarla de Roma por razón de Estado a pesar de que ambos se aman.
Luis XIV y María Mancini no cesaron su relación, mantuvieron encendido contacto epistolar y se vieron personalmente el 13 y 14 de agosto durante la parada del cortejo real en Burdeos, de camino a la frontera española. Este encuentro no hizo sino avivar la pasión del monarca por María y el enfado de Mazarino. Luis XIV tenía un doble juego: estaba concertando su matrimonio con la infanta española mientras que no cesaba su amor con la italiana, le escribía cartas apasionadas y le enviaba regalos.
El cardenal abandonó los sermones dirigidos al monarca y pasó a la acción a fin de cortar de raíz el real enamoramiento: le metió en el lecho a la hermana de María, Olimpia, dos años mayor que ella, más atractiva y desenvuelta, y por lo demás casada con el conde de Soissons. María Mancini fue debidamente informada y sufrió, como es lógico, una terrible decepción, más cuando Luis XIV la hizo llamar a Fontainebleau para rendir homenaje a la nueva reina. A decir de María su amado Luis la recibió de forma tan gélida que la joven dijo no haber experimentado nunca “nada más cruel”.…
En abril de 1661 María Mancini marchó a Roma para casarse con el príncipe Colonna, un joven vehemente y galante que la hizo feliz algunos años. Tuvieron tres hijos, pero su historia no duró mucho tiempo. María decidió poner fin a la vida conyugal y aunque no se sabe por qué lo más probable es que fuera debido a las infidelidades del príncipe. En cualquier caso ella huyó de Roma pues parece que temió por su vida (los venenos eran habituales entonces).
La sobrina del cardenal Mazarino buscó refugio en Francia pero el condestable exigía que su esposa regresara al hogar o en caso contrario que ingresara en un convento. De esta forma María Mancini se convirtió en un huésped incómodo para el rey Luis XIV. Su caso produjo un conflicto diplomático en el que intervinieron el Papa y hasta el rey de España, pues el derecho estaba de parte del marido, al fin y al cabo era el siglo XVII y las damas no tenían derechos.
María vagó por Europa y soberanos, embajadores y nuncios no encontraban una solución para su caso: ella no quería volver con su marido y él solo le daba el convento como alternativa. Al final eligió el convento, donde no puede decirse que estuviese precisamente encerrada, allí tuvo amantes, a decir de los biógrafos, y dio a la imprenta sus memorias.
La muerte de Lorenzo Colonna en 1689 devolvió la libertad a María Mancini que pudo volver a Roma, donde fue bien recibida por sus hijos, aunque después volvió a su existencia errante y se convirtió en una eterna viajera. Murió en Pisa en 1715.
Para saber más
Benedetta Craveri, Amantes y reinas: El poder de las mujeres, Madrid, Siruela, 2006.
Imágenes
A partir del cuadro atribuido a Jacob Ferdinand Voet, María Mancini duquesa de Bouillon (sin duda se trata de Mariana, una de las hermanas de María), ca. 1660-1680, Rijskmuseum de Amsterdam.
A partir del cuadro de Pierre Mignard, María Mancini princesa Colonna, siglo XVII, colección privada.
A partir del grabado El joven Luis XIV paseando con las hermanas Mancini, sobrinas del cardenal Mazarino, siglo XVII, colección privada.