Cosmópolis

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Cosmópolis


Para quien nunca haya leído a Don DeLillo, creo que una buena opción para conocerlo es su novela Cosmópolis, por varias razones. La primera, porque tiene un tamaño que no asusta. La segunda, y fundamental, es que en esta obra se condensa lo mejor del estilo de DeLillo, lo que quiere decir que, si leemos esta novela y nos gusta, podremos atrevernos con otras suyas de mayor volumen, como Submundo.

Editorial: SEIX BARRAL

De Don DeLillo se ha dicho que es uno de esos escritores que parecen caminar un paso por delante de la realidad. Más concretamente de Cosmópolis se ha llegado a asegurar que se trata de una novela premonitoria, ya que fue escrita en 2000 y, según algunos críticos, su temática contiene un vaticinio de la actual crisis económica. Pero más que un escritor agorero o con esa capacidad de presciencia que se le atribuye, en mi opinión, el arte de Don DeLillo consiste en atreverse de decir lo indecible, en usar un lenguaje capaz de expresar emociones con una maestría difícil de superar y con un estilo ciertamente personalísimo. Cosmópolis puede verse, en efecto, como un relato premonitorio, como una crítica implacable del sistema capitalista más salvaje culpable en gran medida de la crisis que nos asola. Pero no es que DeLillo sea un adivino con una bola de cristal, sino que, en mi opinión, se trata de un escritor inteligente con una intuición portentosa, que usa su sentido común para extraer sus propias conclusiones.

En esta novela, como en otras del autor, hay un cierta anomalía que nos hace sentir extraños, como desubicados. Los personajes de sus novelas parecen moverse de forma recurrente en un terreno inestable que roza la paranoia. El escritor parece poner todo su empeño en vapulearnos con una realidad mordiente que, paradójicamente, roza lo surreal, pero que consigue provocarnos e irritarnos.

Cosmópolis es una obra que se lee a fogonazos, pues el desarrollo de la historia está contado como a borbotones. El punto de partida ya roza lo estrambótico: Eric Parker, un hombre de negocios millonario, joven, especulador ambicioso y de un egocentrismo que raya lo enfermizo, decide una mañana tomar una limusina y atravesar la ciudad de Nueva York de un extremo a otro únicamente porque siente la necesidad de cortarse el pelo en la misma peluquería que solía visitar desde su infancia. Nada le hace cambiar de opinión pese a que su equipo de guardaespaldas le recomienda aplazar ese viaje por múltiples razones: ese mismo día el presidente de la nación está de visita en la ciudad y el tráfico estará cortado en las arterias principales de la ciudad y, sobre todo, porque la vida de Eric Parker corre un peligro potencial, pues ha recibido amenazas de muerte, y un viaje en el que se prevén disturbios y manifestaciones de protesta, acrecientan ese riesgo.

El viaje en la limusina se convierte de este modo en una especie de odisea contemporánea, una peripecia que durará todo un día y que se verá continuamente interrumpido por todo tipo de contratiempos: no sólo la visita del presidente a la ciudad, sino el funeral de una estrella del rock, el rodaje de una película, o una manifestación de un grupo de exaltados de un movimiento antiglobalización, ralentizan un viaje que parece que jamás llegará a su término y en el que se van intercalando personajes que, a lo largo del trayecto, entran y salen del coche, como si una extraña oficina ambulante se tratara: un viaje en el que el protagonista muestra su verdadera cara, la de un bróker frío, pendiente del análisis de los mercados de valores en los que ha decidido invertir su dinero, apostando contra el yen como quien elige poner todas sus fichas en una ruleta en el rojo o en el negro, con la sensación de que todo es un juego absurdo en el que lo mismo da ganar que perder. Parker tendrá sucesivos encuentros y conversaciones con sus guardaespaldas, con su esposa, con amantes que se cuelan en su coche y con toda una peculiar fauna que circunda las calles de una ciudad extrañamente deshumanizada y que convierten el trayecto del protagonista en una especie de viaje iniciático que no deja de ser una feroz sátira de una forma de vida supeditada al mercado financiero y a la tecnología.

Algo habitual en las novelas de Don DeLillo es que carecen de la lógica habitual de las narraciones ordinarias, sino que están construidas fragmentariamente, con una estructura que parece más destinada a confundirnos que a llevarnos por un camino determinado. DeLillo parece jugar con sus historias construyendo a base de retazos una realidad sostenida por metáforas del mundo moderno. El desenlace de esta historia, de hecho, roza el terreno de lo surrealista, y nos choca, nos sorprende y casi nos indigna. Pese a lo que tiene de crítica esta novela, DeLillo no juzga nunca a sus personajes. En Cosmópolis no hay personajes buenos o malos, a lo sumo hay decisiones que podrán parecernos acertadas o erróneas y, sobre todo, encontraremos una reflexión continua sobre el sentido de las cosas, sobre la soledad de un hombre que parece tenerlo todo a su alcance y que sin embargo nunca está satisfecho, sobre el papel que puede jugar la tecnología y el dinero en la consecución de la felicidad, o cuando menos, en el bienestar de una sociedad que parece incapaz de encontrar una forma de vida alternativa a la irracionalidad, la locura y el caos.

© Jaime Molina: Mayo 2023. Todos los derechos reservados. (Cicutadry)

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