Nostalghia

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Desmayos, dolores de barriga, mareos, fiebre e incluso la muerte: los soldados suizos destinados en el sur de Francia durante el siglo XVII se veían afectados por toda una serie de achaques, acompañados por una fuerte añoranza de los paisajes de montaña de su país natal. Los médicos militares no lograban explicarlo, así que llegaron a la única (aunque, como posteriormente comprobarían, errónea) conclusión de que su enfermedad se debía a que sus tímpanos y las células de su cerebro habían sido dañados por el estruendo de los cencerros de los campos suizos.

Fue el joven médico Johannes Hofer el que, un 22 de junio de 1688, al presentar en la Universidad de Basilea su tesis preliminar «Dissertatio medica de nostalgia oder Heimweh» con apenas 19 años de edad, desentrañó el misterio: los soldados sufrían de «nostalgia». Hofer introdujo así este concepto, un neologismo compuesto por los términos griegos «nostos» –regreso– y «algia» –dolor–, que nació como un término médico y que, con el tiempo, se desviaría hacia el campo poético. Un hecho inusual: pocas veces en la historia tenemos la oportunidad de conocer el origen de una palabra de una manera tan exacta.

La «nostalgia», o, como se llamaba también al principio, «mal du Suisse», se entendía como una enfermedad del alma ocasionada por un extremado apego a la patria o a un tiempo pasado. El origen de la palabra, inventada por Hofer, fue recogido por el diccionario Oxford, cuyo primer fascículo vio la luz en 1884. Pero ya Jean-Jacques Rousseau se había hecho eco del mal de los soldados suizos en 1767: en su Diccionaire de Musique afirmaba que dichos soldados tenían prohibido cantar las canciones de su país bajo amenaza de duras penas porque podían desencadenar la enfermedad de la nostalgia.

El uso del término ya estaba generalizado en la lengua castellana, al parecer, cuando el cubano Cirilo Villaverde escribió en 1839 en su novela antiesclavista Cecilia Valdés o La Loma del Ángel: «Le dolía alejarse del apacible hogar y del amoroso padre, y ya la acometía aquella especie de fiebre, síntoma infalible de la extrema dolencia conocida por nostalgia». En el diccionario castellano lo encontramos por primera vez en la edición de 1869 del Diccionario de autoridades (el primer diccionario de la lengua castellana, que se editó por primera vez en 1726-1739), que lo define como «dolencia ocasionada por la pena de verse ausente de la patria, o de los deudos y amigos. En algunas provincias la llaman mal de la tierra». Aparece también en varias crónicas históricas de la época: dada su especial naturaleza, la nostalgia se asociaba a las expediciones de conquista de nuevas tierras. Con la llegada del siglo XX, al parecer, su uso médico finaliza, y «nostalgia» se utiliza a partir de entonces para referirse a un estado, a un pesar.

De todo ello nos hacen partícipes la escritora Soledad Puértolas y la filóloga Elena Cianca en Alma, nostalgia, armonía y otros relatos sobre las palabras, en el que nos sumergen en la belleza de términos como «personaje»,«salud», «curiosidad» o «destino», a través de su evolución, historia y asociaciones. Un fascinante ensayo dividido en dos partes: en la primera, Puértolas explora la vida de las palabras como escritora y lectora; en la segunda, Cianca traza un análisis académico de sus usos en los textos. Ambas arrojan luz a la dimensión oculta y secreta de las palabras, basándose en sus apariciones en diccionarios y textos de la literatura en castellano. Así, Gonzalo de Berceo, las Crónicas de Indias y Emilia Pardo Bazán se dan la mano con el Diccionario de autoridades, Ana María Matute o el Quijote en este ensayo que es, en realidad, una declaración de amor a la lengua y sus palabras: «De la mano de ellas se ha ido configurando una especie de historia de nuestra lengua y nuestra literatura. La relación del ser humano con el lenguaje resulta apasionante. Avanzamos en la vida a través de él. En ocasiones, somos lo que hablamos. En otras, lo que callamos. En algunas, lo que pensamos y no decimos».

Fuente:   Editorial Anagrama

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