Iriesh
En mi último tránsito
guíame por esta tierra de arena roja
te aguardo donde te vi por primera vez
Divino espejismo
es mi canto una oración que te invoca
y así te llamo
Hijo bereber nací donde la vista se perdía, en la grandeza desértica del norte de África. En las noches bordadas de estrellas, acunado en los brazos de mi madre, me narraron historias de princesas, de una hermosura inconmensurable, que moraban en el paraíso de Alá.
Crecí imaginando que tú florecías, la más bella rosa, allá en el Edén. Dibujé en mi mente tu cuerpo y tu belleza, con el deseo de que llegara el día en que mis ojos te vieran. Tu imagen quedó grabada en mi memoria, flor de fragancia liviana, que dio frescor a mi existencia y me acompañó en medio de un paisaje de dunas cálidas, doradas de buenos augurios.
Pasaron los años y me convertí en noble soldado, tuareg de tez endrina, que luchó en guerras cruentas. Valeroso príncipe que galopó con su caballo y blandía su espada hiriendo a la noche. Señor de los desiertos, exploré los misterios de aquellas arenas que se extendían ilimitadas ante mí. Sediento de la inmensidad, abandoné mi casa, mi pueblo y, con pasos desarraigados, alcancé los límites del mar.
Partí una mañana a lomos de mi alazán y cabalgué durante un día sin fin. El cielo estaba alto cuando llegué a las puertas de una grandiosa orilla. Los rayos del sol caían con violencia sobre la arena, polvo dorado que me cegó.
Más allá de una veta de resplandor el desierto se abrió omnipresente. El silencio era sobrecogedor y la lejanía se hizo infinita. Se levantó un viento leve y encontré refugio bajo las palmeras verdes de un vergel. Protegida por una tienda de raso te cubrías con un atardecer violáceo, que caía en pliegues vaporosos, dejando traslucir tu espléndida silueta.
Tu cuerpo era un saz que rasgaba
con suavidad el velo de la noche
evocación sublime de antiguas leyendas
de huríes que escuché en mi niñez
¿de dónde viniste
bello abgedí?
desterrada del paraíso y
confinada en este jardín
¿de qué cielo te expulsó el Shaday?
Ojos turquinos que despertaron
el sueño de profundos mares índigos
luna de mármol que iluminó
mis noches aciagas de malos presagios
perfil iridiscente que refulgió
en un azul inmaculado
Tus dedos tañían con delicadeza aquel instrumento musical, hiriendo las cuerdas, y yo recité la poesía del vencido que nacía de la sima de mi alma. Te uní a mi pecho en un lazo sagrado y busqué descanso en tu seno virginal. Los días cayeron en un salto de estrellas, destellos del fragor de las batallas legendarias que se perdieron en un eco, y el ruido de los cascos se ahogó en un mar de sangre. A lo lejos, las caravanas vagaron por un horizonte de humo y oro, y la danza de los camellos se desvaneció en una música de miel para mis oídos.
Ahora, en mi vejez, soy un nómada que viene a morir en esta playa, que se erige serpenteante, sinuosa, y es mi elegía un lamento malherido al profeta del pasado.
Miro al cielo, aura plúmbea, y es la cara de mi madre quien me sonríe, dulce ángel. Cierro mis ojos cansados y aquí te espero.
Iriesh
alma solitaria
ven y
calma mi sed
en este oasis de cenizas y
de sombras
¡oh náyade del desierto!
mi hermana y mi señora
mi rostro de beduino son los surcos
de tu estela que se disipan y mueren
ante un sol de ópalo que se oculta
Imagen:
WILLIAM CLARKE WONTNER
La tañedora de saz, 1903
Óleo sobre lienzo
“Et solare et tenebrae”, poemario inédito.
También puedes escucharlo
© Ana Burgos Alcaide. Abril 2023. Todos los derechos reservados.
Precioso texto! Qué bonito!!!
Gracias Ana! Besos!
Ana, es precioso.
Su narrativa es tan poética como descriptiva. Me sentí transportada.
Gracias por tus palabras, Carmen. Me alegra que el cuento te haya transmitido. Un abrazo 📖 ❤ 🌿