Fortuna

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¿Por qué un narrador es poco fiable? Su falta de credibilidad puede deberse a muy distintas causas: puede tratarse de alguien deliberadamente mentiroso, que oculta una acción poco decorosa o criminal; puede ser también un narrador ingenuo, incapaz de entender lo que en realidad está sucediendo en la historia, o puede tratarse incluso de alguien que juega conscientemente con nuestras expectativas. Sea como sea, el narrador no fiable ha sido un personaje fundamental en la literatura contemporánea: desde el neurótico Humbert Humbert (que describe en Lolita su relación con su víctima, la jovencísima Dolores) al inocente Huckleberry Finn, pasando por algunos de los protagonistas de Agatha Christie, el narrador de Los disparos del cazador, de Rafael Chirbes, o el psicópata de American Psycho de Bret Easton Ellis. Aunque encontramos ejemplos de narradores sospechosos en textos antiguos de Platón y Aristóteles, parece que ha sido en el siglo XX cuando la literatura se ha esmerado en romper la credibilidad implícita que sustentaba históricamente la relación entre el que cuenta y el que lee.

 

Este mismo recurso es el que usa Hernán Díaz en su maravilloso libro Fortuna, donde la historia del matrimonio de un magnate de Nueva York (y, con ella, la de la economía del siglo XX y la del capitalismo en sí mismo) es narrada por cuatro voces distintas. La primera parte, que nos introduce en la historia de la pareja, es una novela corta supuestamente escrita en 1937 y convertida en un éxito de ventas, un texto en clave realista «al modo de la tradición norteamericana de finales del siglo XIX», como declaraba Díaz en esta entrevista de Eduardo Lago publicada en El País. En la segunda, Andrew Bevel –el protagonista del libro– pretende dar su versión de los hechos y refutar al autor de dicha novela. En la tercera sección, una autora hija de inmigrantes italianos es contratada para escribir las memorias del magnate; el mismo Díaz declara: «Es la parte que más me costó porque está escrita en el tono del nuevo periodismo, al estilo de Joan Didion o Lillian Ross». El capítulo final es un diario escrito por Mildred Bevel, la mujer del poderoso millonario, durante su estancia en un sanatorio, un escrito que «responde al espíritu modernista de una de las dos mujeres que son las verdaderas protagonistas del libro y en cierto sentido está escrita como una especie de poema en prosa».

La idea, dice Díaz, es «poner en cuestión la confianza que tenemos implícitamente en los relatos que leemos, la enorme facilidad con que eximimos a ciertas narrativas de tener una relación compleja con la verdad». Además de poner en duda nuestra confianza en el relato, la pluralidad de voces da cuenta de la dificultad de narrar una realidad cada vez más fragmentada e inestable, y de la que el capitalismo, uno de los verdaderos protagonistas del libro, es en gran parte culpable: «El capitalismo como sistema es responsable de la fragmentación de la realidad (…), una fragmentación que procede de la división social del trabajo. No tenemos una experiencia unificada del mundo porque nuestras vidas están divididas en compartimentos como resultado de la especialización que se dio a partir de la revolución industrial. El estallido de la experiencia y el capitalismo van mano con mano».

Al fin y al cabo, ¿no es también el dinero una ficción? Y, como plantea Hernán Díaz en la novela, ¿acaso no es el capitalismo en sí mismo un narrador muy poco fiable?

Texto facilitado por Anagrama en su Newsletter (suscribirse aquí)

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