Donna Leon y la marea turbia de Venecia en Acqua alta
En la vastísima cartografía de la novela negra contemporánea, Donna Leon ocupa un lugar singular, por su elección de escenario, por el carácter de su protagonista y por la sensibilidad moral y estética que recorre toda su obra. Acqua alta (1996), la quinta entrega de la serie protagonizada por el comisario Guido Brunetti, es una muestra clara de esa confluencia entre el policial clásico y una mirada melancólica y desencantada sobre la sociedad italiana, representada aquí en su microcosmos veneciano. No hay en Acqua alta un crimen común ni un móvil elemental. Como en buena parte de la producción de Leon, el asesinato no es sino la punta de un iceberg cuyas raíces sumergidas están ancladas en las redes del poder, la corrupción institucional, y —en este caso— el tráfico internacional de arte. En una ciudad donde el pasado resplandece en cada piedra y en cada canal, la autora plantea una reflexión sobre la fragilidad de ese legado, expuesto no solo al paso del tiempo, sino a la codicia y al crimen.
La trama se abre con la agresión a Brett Lynch, una arqueóloga norteamericana afincada en Venecia, compañera sentimental de la soprano Flavia Petrelli, ya conocida por los lectores de la serie. La paliza que recibe —injustificable y brutal— no parece, en principio, conectada con ninguna amenaza inmediata. Sin embargo, los agresores le exigen que cancele una cita con el doctor Semenzato, director del Museo del Palacio Ducal. Este detalle basta para que Brunetti entre en acción, activando esa mezcla de escepticismo y obstinación que caracteriza su aproximación a la investigación. Días después, Semenzato aparece asesinado en su despacho: la cabeza destrozada por una escultura arqueológica. El símbolo no puede ser más elocuente. El crimen no solo busca silenciar, sino escenificar una advertencia. Leon no necesita recurrir a grandes fuegos de artificio narrativos para construir la tensión. La violencia está dosificada con precisión, y lo que perturba verdaderamente es la atmósfera: una Venecia anegada por la marea alta —esa acqua alta que da título a la novela— donde el crimen, como el agua sucia, parece filtrarse por todas partes.
En la obra de Donna Leon, Venecia no es solo un telón de fondo pintoresco. Es un personaje más, cargado de historia, belleza decadente y una presencia omnipresente que condiciona los estados de ánimo y los movimientos de quienes la habitan. En Acqua alta, este vínculo se vuelve aún más evidente: la ciudad aparece como una entidad empapada por el desánimo, en la que las maravillas artísticas y arquitectónicas conviven con una podredumbre que es tanto moral como física. Leon, que ha vivido durante décadas en Venecia y ha renunciado explícitamente a traducir sus novelas al italiano —precisamente para preservar su anonimato dentro del país— escribe desde el conocimiento íntimo y la distancia crítica. Su retrato de la ciudad no está exento de amor, pero tampoco de desencanto. Venecia se convierte en símbolo de una Italia que parece haber aceptado la corrupción como un componente estructural de la vida pública. La acqua alta, como fenómeno natural que periódicamente inunda la ciudad, actúa también como una metáfora visual poderosa: todo lo que permanece sumergido durante un tiempo —la suciedad, los objetos olvidados, los cuerpos ocultos— emerge finalmente a la superficie. Así sucede con la trama criminal que Brunetti va desentrañando, ligada a un tráfico de arte que traspasa fronteras y conecta instituciones culturales con redes mafiosas.
Guido Brunetti es, en muchos aspectos, un detective atípico dentro del canon del noir. No es cínico ni violento, no arrastra un trauma personal insuperable, ni se pierde en el alcohol o la autodestrucción. Es un hombre culto, lector de los clásicos, profundamente apegado a su familia y guiado por una brújula moral que, aunque a veces le genere frustración, no deja de marcarle el camino. Su relación con el sistema judicial y policial italiano es, sin embargo, ambigua. Sabe que actúa en un entorno donde la legalidad es más una cuestión de conveniencia que de principios, y donde las altas esferas del poder rara vez rinden cuentas. Este conflicto interior está presente en toda la serie, pero se acentúa en Acqua alta, cuando se enfrenta a un entramado criminal que involucra figuras del mundo cultural y administrativo, protegidas por una red de influencias difícil de penetrar.
Brunetti investiga no solo con rigor, sino con una actitud casi filosófica: su tarea es comprender cómo funcionan los mecanismos de la injusticia, aunque no siempre pueda desarticularlos. En cierto modo, su figura recuerda a la de otros investigadores solitarios del género negro europeo, como el Montalbano de Camilleri o el Wallander de Mankell, con quienes comparte la mirada crítica y la conciencia del desgaste. Uno de los méritos estilísticos de Donna Leon es su capacidad para conjugar claridad narrativa con una prosa sobria, sin afectación pero cargada de matices. No necesita alardes formales ni giros efectistas para construir tensión o delinear personajes. Su escritura se sostiene en la observación minuciosa, en los diálogos bien construidos y en una capacidad notable para capturar los climas morales y anímicos.
Acqua alta ofrece una trama bien urdida, con un ritmo contenido que se corresponde con la manera pausada —pero firme— de Brunetti. La investigación avanza sin grandes sorpresas, pero con la eficacia de quien sabe que, en última instancia, no es la resolución del crimen lo que importa, sino el proceso de desenmascaramiento de una sociedad que prefiere no mirar demasiado de cerca sus propias zonas oscuras. Uno de los aspectos más interesantes de esta entrega es la elección del mundo del arte como eje del conflicto. El museo del Palacio Ducal, el tráfico de piezas arqueológicas, el valor simbólico de los objetos antiguos que circulan como mercancías en manos privadas… Todo ello permite a Leon reflexionar sobre el estatuto del patrimonio cultural en un mundo regido por el dinero. La arqueóloga Brett Lynch, víctima indirecta del crimen, es también una figura clave: representa la pasión por la verdad del pasado, frente al uso mercantilista del arte como objeto de lujo y de especulación. Su relación con Flavia Petrelli añade además una dimensión emocional poco habitual en el género, que Donna Leon trata con respeto y sin exotismos, en un momento en que la representación de las relaciones homosexuales en la novela policial era todavía escasa.
Acqua alta es, en definitiva, una muestra sobresaliente de lo que podría llamarse un noir ético, en el que la acción policial es inseparable de una mirada crítica sobre la realidad social. Donna Leon no necesita escándalos ni crímenes atroces para sostener la atención: le basta con mostrar cómo el mal se filtra poco a poco, como el agua sucia de las mareas, en los intersticios de una sociedad que ha aprendido a convivir con él. Y en el centro, como una figura casi estoica, está Brunetti: alguien que no espera grandes recompensas, pero que sigue adelante, por un sentido de la decencia que, en el universo sombrío de la novela negra, es tal vez el único atisbo de redención posible.
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