Diario de un eterno finalista: Daniel S. Lardon
Hoy he salido a caminar sin rumbo por las calles de Argüelles, como quien se deja llevar por la corriente de un río en el que no quiere nadar. Madrid ya se ha vestido de Navidad: luces, música estridente, escaparates como altares del deseo rápido. Todo parece brillar un poco más de la cuenta, como si la ciudad quisiera convencerse de algo que no siente del todo. La gente camina con bolsas en la mano y prisa en los ojos. Parecen felices. O al menos ocupados en parecerlo. Yo camino con las manos vacías y un bolsillo con lo justo para un café. No es resignación. Es logística.
He pasado por delante de una tienda de perfumes. En el cristal ponía: Regala emociones. Me he reído por dentro. Si vendieran tiempo, quizás me acercaría. Pero no tengo a quién regalar emociones. Y si las tuviera, dudo que se dejaran envolver en papel brillante. En casa me esperaban el silencio y un manuscrito por revisar. Un cliente nuevo. Quiere una novela que transcurra en Nueva York y tenga un final redentor. No he estado nunca en Nueva York, pero eso no le importa. Lo que importa es que el personaje principal “aprenda algo” al final. Ojalá supiera cómo se hace eso.
Me he hecho un café con la cafetera de toda la vida. Tiene un sonido que me resulta casi humano, como si también ella suspirara al final. He mirado por la ventana mientras se llenaba la taza. Un árbol desnudo asoma tímidamente en la calle. Ni luces, ni bolas, ni guirnaldas. Un árbol honesto, pensé. Clara me ha escrito. Un mensaje corto: “¿Cómo llevas la navidad? Espero que sobrevivas sin sarcasmo excesivo.” Me conoce demasiado. Le he respondido con una foto de mi escritorio: una pila de papeles, un cenicero limpio, un calendario sin tachones. Me ha dejado en visto. Es una forma como otra de decir: Estoy aquí, pero no insistas.
La ciudad se disfraza de Navidad. Yo no tengo disfraz. Y la verdad, tampoco muchas ganas de bailar al ritmo de los villancicos. A veces siento que diciembre es un mes prestado, un decorado impuesto. Como si todos tuviéramos que participar en la función aunque no sepamos el papel. No me quejo. Solo observo. Mientras tanto, escribo. Mis personajes celebran la Navidad con más ganas que yo. Pero claro, ellos no pagan alquiler.
© Anxo do Rego



